jueves, diciembre 31, 2015

Exorcismo 2015

Cuenta la historia que el 20 de mayo de 2015 se realizó en sigilo, a puerta cerrada, un magno exorcismo en la catedral de San Luis Potosí. Creo que no sirvió de mucho. Los demonios (variopintos, pesadillescos, algunos cotidianos) siguieron sueltos y hasta ganaron una que otra elección o viven aquí al lado.

El apoderado legal de la arquidiócesis potosina, Eduardo Córdova Bautista, acusado de violación de más de cien niños, sigue prófugo. Como el Chapo. Como tantos otros.  Otros llegan o siguen mamando de la ubre presupuestal, sin pena (ni gloria). Otros salen (como San Preso) sin mayor lío y se vuelven piedra angular. En la política y en la literatura, desde historias conocidas, relanzamientos, refriteos y plagios, llega la última noche del año.

¿Felicidades? Solemos decir felicidades, en plural, como los buenos días. Muchos.

¿Felicidad-es? 2015 fue un difícil pero buen año. Gracias a todos, presentes en estas letras (que no en un autor) de pensamiento, palabra y hasta en omisión. Siempre habrá pruebas para todos, dependerá de cada quién si se asume como objeto del deseo o como héroe. Hay sueños, lecturas, escritura, arte, militancia. Formas todas de negarse a la tragedia impuesta.

Gracias. Vamos por 45 de edad, 10 años de Crimentales, por el lanzamiento de una marca, por algunos libros de amigos y otros propios, por los significados múltiples, por el cuerpo y el alma. Todo no basta.

¿Felicidades? Vamos por al menos una, por la más importante o la que se presente primero. Igual se irá (en minutos, días, meses, años), como todo, como todos, pero esa felicidad nos va a marcar a pesar de todos los pesares de las demás horas.

Gracias por la felicidad. Por esa felicidad.


Apuntes rezagados para acabar el año

Entiendo que haya personas que pueden vivir sin leer, pero sin soñar no lo entiendo.

* * * * *

Nada como pasar algunos días en la sala de Urgencias de algún hospital para ganar una letra: de penar a pensar.

* * * * *

El amor es una batalla en la que las treguas deben irse haciendo más prolongadas, hasta ser una, permanente.

* * * * *

Unir palabras, aglutinarlas: sicierto, aveces, teamo...

* * * * *

La felicidad son solo instantes; compartidos, se multiplica.

* * * * *

Ni a tu favor ni en contra: el universo no conspira. Tantas casualidades juntas son una casualidad.

* * * * * 

Escribir no sirve de nada. Hilo palabras y las destejo. Como Penélope, escribo y espero a Nadie.

* * * * *

Terminar de leer un libro o ver una película con la intención de restaurar el orden del universo. Y despertar.

* * * * *

Quisiera que todos conozcan tantos mundos y tantas vidas como yo, por eso tengo el atrevimiento de pararme frente a un grupo a promover que lean, que jueguen con el lenguaje. A veces creo que no hay caso, pero cuando en la multitud al menos un par de ojos brilla de emoción, sé que hay esperanza.

* * * * * 

A mis casi 45 minutos de vuelo es hora. Hora de ver si queda suficiente combustible o disfrutar la caída libre.

* * * * *  

El paracetamol es ya indispensable para soportar mis dolencias. Debería repartirlo a todos con quienes me cruzo cada día, a ver si así me soportan.

* * * * * 

Hipócrita lector, mi semejante, mi notauro.

* * * * *

¿Debería culpar a alguien de mi depresión? ¿Compartirla? Casi me da ternura: es sólo mía, y ha crecido tanto en los últimos tiempos.

* * * * *

¿Perder el tiempo? ¿Qué es eso? Nunca lo he perdido, acaso lo he olvidado.

* * * * *

El paraíso y el infierno de no poder desconectarse. De mí. El Internet qué.

* * * * *

Quise ser tan cuerdo que me volví recuerdo.

* * * * *

Pienso constantemente en la frase final. Por lo menos esa espero sea leída como la pensé.

* * * * *

El escritor quería desaparecer de sus cuentos y empezó a escribir en tercera persona. Le hubiera gustado hablar desde una cuarta.

* * * * *

Después de tratar de quitarse el ego quedó solo el go. Al go es algo. Y ahí va.

* * * * *

¿Cómo puede alguien sentir afecto por un ser tan antipático? No lo sé, pero lo agradezco sinceramente.

* * * * *

A veces no hay lenguaje que exprese tanto. Una mirada, una reverencia o un abrazo, son lo indicado.

*****

Hasta la luna parece desaparecer, pero ahí está. De eso se trata todo.

miércoles, diciembre 30, 2015

Esencia de espectáculo, arte y cultura..., de Moisés Gámez

La consolidación del proyecto del Teatro de la Paz se da gracias a la iniciativa de Pedro Díez Gutiérrez, quien promueve la idea de crear un espacio teatral en 1883, que se vislumbra como el “Teatro del Comercio”. El proyecto tuvo poco impacto pero sirve de base para continuarse en 1889 por la nueva administración gubernamental, entonces en manos de su hermano Carlos.

El nuevo proyecto, en ese momento denominado extraoficialmente “Teatro Díez Gutiérrez”, se enfrenta a una severa crítica debido a la estrategia del gobierno para allegarse recursos financieros que sufragaran los costos de construcción, mediante la deuda externa, que conllevaría impactos en la administración del régimen porfirista.

El Teatro de la Paz se debe al arquitecto José Noriega, quien también diseña otros teatros en el país. El diseño remite al teatro italiano de ópera con la planta de herradura, nombre que recibe por la disposición curva de sus localidades. Fue inaugurado el 4 de noviembre de 1894, intencionalmente, por ser la fecha del onomástico del gobernador Carlos Díez Gutiérrez.

El nombre que recibe se deriva de la política porfirista de “Orden, Paz y Progreso”. El discurso oficial consigna valores del régimen de Porfirio Díaz, remitiendo ideales como la libertad, el respeto, y por supuesto, la paz, un logro del gobierno, base para “los portentosos adelantos del Estado”.

En su historia, el Teatro de la Paz fue materia de debate por la definición de un carácter “aristocrático” y elitista, contra uno de acceso a expresiones y manifestaciones consideradas de “baja cultura”, de cultura popular. Dicho debate permanecería a lo largo de su devenir; en algunos momentos de manera crítica y en otros más diluida en el contexto de la época. En ese tenor, surge la reflexión sobre la apertura de los espacios a las expresiones artísticas generadas en los diversos sectores sociales, en congruencia con el acceso a los bienes culturales.

En el marco de protestas por parte de los empresarios del espectáculo debido a los criterios utilizados para autorizar o censurar puestas en escena, del permanente y cada vez más crítico deterioro de las instalaciones del Teatro a causa del uso, el siglo xx muestra un programa más diversificado. Es interesante señalar que la prensa conceptúa, subraya y difunde la idea de una “época de oro” caracterizada por los espectáculos presentados en primeros años de funcionamiento del Teatro y los principios del siglo.

Se hacen evidentes renovadas estrategias publicitarias, un auge de las compañías de zarzuela, y el surgimiento de nuevos espectáculos, lo que indica mudanzas en la manera de pensar las diversiones públicas. Las nuevas formas de entretenimiento y el desuso en otras de corte “tradicional”, indican la aceptación de innovaciones en el divertimiento, una transformación o la acentuación de los gustos de la gente.

Durante el periodo revolucionario el Teatro de la Paz continuó con un programa variado de representaciones. Si bien es cierto que la Revolución impactó actividades económicas y sectores sociales en diversas partes del país, en la capital potosina se mantiene un interés por contar con las diversiones públicas; incluso se llegan a dar cancelaciones por una agenda saturada.

El debate sobre del Teatro en cuanto a su naturaleza “aristocrática”, elitista o de “baja cultura” vuelve y se vigoriza a mediados del siglo xx, entonces intensificada debido las ideas sobre la remodelación, reconstrucción, intervención o reinvención del Teatro, justo durante el periodo de Gonzalo N. Santos. Surge una acalorada discusión sobre la conveniencia o desgracia de cambiar la fisonomía interior del Teatro, que ciertamente goza de malas condiciones de mantenimiento que ponían en riesgo la salud y la seguridad del público y de los artistas.

El debate generado tiene algunas semejanzas con el hecho de la edificación del Teatro hacia la década de 1890, especialmente relativa a la manera de financiar las obras materiales. Las estrategias al final fueron diferentes.

De la reconstrucción se generan interesantes fenómenos que hay que resaltar, pues sobresale una discusión en torno a la valoración del patrimonio arquitectónico, cultural e histórico a partir de la crítica de artistas, escritores, políticos, periodistas y la sociedad. Destaca la argumentación que defiende mantener intacto el Teatro con base en criterios de conservación del patrimonio frente a la contundente y categórica política del régimen santista cuyo objetivo primordial es hacer una obra pública “extraordinaria” que fuera inaugurada al final de la administración. Al fin, una manifestación de poder.

El Teatro de la Paz de alguna manera define criterios y prácticas sobre las diversiones públicas, sobre los gustos de la sociedad. En ese proceso, el siglo XX conduce a replanteamientos y reflexiones sobre los espectáculos escenificados y los censurados, pues surgen instituciones que tienen una importante injerencia e impacto en apoyo a la creación, promoción y difusión de expresiones culturales y artísticas, que se suman a la oferta de ocio a partir de las iniciativas individuales y colectivas por medio de compañías de teatro, música, multimedia, y las de corte popular.

El panorama de finales del siglo XX se enmarca con la creación de festivales en la capital potosina que tienen como uno de sus escenarios predilectos el Teatro de la Paz; además de algunos otros como extensiones o que tuvieron su sede en la ciudad de San Luis Potosí. Así se cuentan el Festival de Danza Moderna, Festival Nacional de Danza Contemporánea, Festival Primavera Potosina, Concurso Internacional de Canto Operístico Oralia Domínguez, Festival de San Luis, Festival de Música Antigua y Barroca, Festival de Música Vernácula, Festival del Son, Temporada Teatral Otoño, Festival Musical Enrique Bátiz, entre otros.

A sus 120 años de vida, el Teatro de la Paz se ha posicionado como el escenario predilecto en la capital potosina, a pesar de que coexiste con otros de mayor capacidad y de una infraestructura moderna. La imagen del Teatro de la Paz está indudablemente asociada a una tradición, al sabor de la longevidad en las diversiones públicas, se constituye como la esencia del espectáculo, del arte y la cultura en San Luis Potosí.

(Fragmento del libro Esencia de espectáculo, arte y cultura: 120 años del Teatro de la Paz de San Luis Potosí, SC/Colsan, 2014)

El sol está tirado - Ángel Iveer

Es el sol que está tirado, dice mamá; se desplaza lento. Me pregunta: ¿A qué hora regresas? Ahora no le gusta estar sola. Se ha vuelto coleccionista de medicinas, camino con ella como si fuera un pequeño intentando descubrir su sombra. Como una película que intenta retratarse, me cuenta sus historias y los viajes que pretende aún convaleciente.

Ahora tengo que limpiar mi casa y la de ella, solo que en esa me cuesta despegar las aves que se han impregnado en el traspatio y se resisten a emprender el vuelo. Ah, si pudiera inyectarle unas horas de vitalidad, pero sus cápsulas aún guardan esperanza. Ahora debo salir y dejarla con un dulce tiempo que apenas puede saborear igual que yo, es hora de hacer una sopa caliente y acércasela en su tibia dulzura.

(De Anagrama para una noche de mentiras, 2015.)

martes, diciembre 29, 2015

Invierno - Bashô


¡Qué cortesía!
Hasta la nieve es fragante
En Minamidani.

* * *

Una helada noche de lágrimas
El sonido del remo
Golpeando la ola.

* * *

El año toca a su fin:
Aún llevo
Mi kasa y mis sandalias de paja.

* * *

La primera lluvia del invierno,
y mi nombre debería ser,
"Viajero."

* * *

La primera nevada :
Las hojas de los narcisos
Se doblan.

* * *

La tempestad de invierno
Se escondió entre los bambúes,
Y amainó en silencio.

* * *

La desolación del invierno:
En un mundo de un color
El sonido del viento.

* * *

Enfermo en un viaje;
Mis sueños vagan
Sobre un páramo seco.

* * *

Viajando por el mundo,
De aquí a allá, de aquí a allá,
Allanando el pequeño campo.

* * *

El dios está ausente;
Sus hojas muertas están amontonadas,
Y todo está desierto.

* * *

Retiro invernal;
En la pantalla dorada,
El pino envejece.

* * *

Después de los crisantemos,
A excepción del largo nabo,
No hay nada.

* * *

Parece que tenga cien años,
El jardín de este templo,
Con sus hojas caídas.

* * *

Mi casa natal;
Llorando sobre el cordón umbilical,
El fin de año.

lunes, diciembre 28, 2015

Los niños felices - Arthur Machen

(tomado de Ciudad Seva)
- - - - - - - - - - - -
Un día después de la Navidad de 1915, mis deberes profesionales me llevaron al Norte; o, para ser más preciso, como nuestros convencionalismos, al "Distrito Nordeste". Había habido ciertas charlas singulares; varios chismorreos respecto a que los alemanes tenían un «escondrijo» por parte de Malton Head. Nadie parecía saber exactamente qué hacían allí o qué esperaban lograr. Mas la información corría como un incendio de una boca a otra, y se creyó conveniente que tal habladuría fuese seguida hasta sus orígenes, y expuesta al público o negada de una vez por todas. 
Me dirigí, pues, al Distrito Nordeste, el domingo 26 de diciembre de 1915, y continué mis investigaciones a partir de la Bahía Helmsdale, que es un pequeño pueblo marítimo situado a tres kilómetros escasos del cabo Malton. La gente de los prados y las marismas también se había enterado de la fábula, considerándola con supremo desdén. Por lo que pude averiguar, dicho cuento había tenido origen en los juegos de unos niños que durante el verano habían vivido en Helmsdale. Habían improvisado un burdo drama de espías alemanes y su captura, y habían utilizado la Caverna Helvy, situada entre Helmsdale y el cabo Malton, como escenario de sus juegos. Esto era todo; aparentemente, los bobos habían hecho el resto; los bobos que creían de todo corazón a los «rusos», y se persignaban ante aquel que expresaba sus dudas respecto a los «Ángeles de Mons». 
-Los niños forjaron un cuento que no se creían -me espetó un habitante del pueblo, que seguramente me juzgó más prudente que otras personas. 
Naturalmente, no podía comprender, pese a todo, que un periodista tiene dos deberes: proclamar la verdad y denunciar la mentira. 
A primeras horas de la tarde del lunes, ya había terminado con los «alemanes» y su escondite, y decidí detenerme en Banwick antes de regresar a casa, pues había oído comentar a menudo que era un lugar bellísimo y curioso. De modo que cogí el tren de la una y media, y empecé a internarme, deteniéndome en muchas estaciones desconocidas en medio de las grandes mesetas; cambié de tren en Marishes Ambo, y proseguí el viaje por un territorio extraño, a la escasa luz de la tarde invernal. De pronto, el tren abandonó el terreno llano y comenzó a descender por una cañada profunda y estrecha, oscurecida por bosques a cada lado, amarillenta por las ramas quebradas, solemne en su soledad. Lo único que se movía era el río acaudalado y turbulento que espumeaba sobre las rocas, y formaba plácidos remansos en las orillas. 
Los oscuros bosques se diseminaron en grupos de antiguas matas de espinos; grandes rocas grises, de formas raras, surgían del suelo; y otras dentadas se elevaban hacia las alturas a cada lado de la cañada. El río iba creciendo y ensanchándose, y siguiendo su curso llegamos a Banwick al ponerse el sol. 
Contemplé la maravilla de la ciudad a la luz del crepúsculo, rojizo por occidente. Las nubes ensombrecían los rosales; había mares de verdor por entre islas de luz carmesí; y nubes relucientes como espadas flamígeras, como dragones de fuego. Y por debajo de aquellos colores, de aquellas luces confundidas se veían las luces del puerto abajo, y más arriba, al otro lado del puente, la abadía en ruinas y la inmensa iglesia en la colina. 
Salí de la estación por una antigua calle, tortuosa y estrecha, con recintos cavernosos y patios que se abrían al otro lado, y tramos de peldaños que ascendían hacia las terrazas de las casas, o descendían al puerto y a la marea del agua. Distinguí muchas casas torcidas, casi hundidas por el peso de los años, casi por debajo del nivel del suelo, con techumbres de troncos de árbol derruidas y portales encorvados, con rastros de grabados grotescos en sus muros. Y cuando llegué al muelle, al otro lado del puerto había la más asombrosa confusión de techos de tejas rojas que había visto en mi vida, y la gran iglesia normanda de color gris, en la colina pelada que los dominaba. Más abajo, las barcas se balanceaban con la marea, y el agua ardía en los fuegos del atardecer. Era la ciudad de un sueño mágico. Estuve en el muelle hasta que en el cielo hubo desaparecido todo resplandor, y las aguas y la noche invernal quedaron completamente a oscuras en Banwick. 
Hallé una vieja posada junto al puerto. Los muros de las habitaciones iban al encuentro unas de otras, formando unos extraños e inesperados ángulos; había agudas proyecciones y raras junturas de ladrillos, como si una habitación tratase de internarse en otra; había indicios de escaleras imprevistas en los rincones de los techos. Mas también había un bar donde Tom Smart había gustado de sentarse, con un buen fuego de leños, viejos sillones y bastantes perspectivas de conseguir «algo caliente» después de cenar. 
Me senté en tan agradable lugar una hora o dos, y conversé con la amable gente del pueblo que entraba y salía. Todos me hablaban de las viejas aventuras o la industria de la población. Antaño era un gran puerto ballenero, y tenían unos magníficos astilleros; y más adelante, Banwick fue famoso por su corte del ámbar. 
-Pero ahora ya no es nada -se entristeció un parroquiano del bar-, y nosotros nada poseemos.
Salí a dar una vuelta antes de cenar. Banwick estaba en tinieblas, en espesas tinieblas. Por buenos motivos, no ardía en sus calles ni una sola luz; y apenas se distinguían algunos resquicios luminosos a través de los visillos de las ventanas. Era como andar por una ciudad de la Edad Media, con las formas antiguas de las casas apenas visibles en la oscuridad, formas que me recordaban los cuadros extraños y cavernosos del París y Tours medievales que trazó Doré.
Apenas había nadie en las calles; aunque todos los patios y callejones parecían llenos de niños. Divisé a varios corriendo aquí y allá. Y nunca había oído unas voces infantiles tan felices. Unos cantaban, otros reían, y atisbando por una de las oscuras cavernas, percibí un corro de niños que danzaban, dando vueltas y más vueltas, cantando con voces muy diáfanas una bella melodía; seguramente una tonadilla local, supuse, ya que se trataba de unas modulaciones que jamás había escuchado. 
Regresé a la posada y hablé con su propietario respecto a la gran cantidad de niños que jugaban en las oscuras calles y en los patios, y en lo felices que todos me habían parecido. 
Durante un instante me contempló fijamente y al fin me dijo: 
-Bueno, caballero, los niños andan un poco sueltos estos días. Sus padres se hallan en el frente, y sus madres no pueden dominarlos ni sujetarlos en casa. De modo que todos se han vuelto un poco salvajes. 
Había algo raro en su expresión. Pero no conseguí descubrir en qué estribaba la rareza. Y me di cuenta de que mi observación le había dejado inquieto, pero yo ignoraba en absoluto qué le pasaba. Cené y me senté un par de horas a discutir de los «alemanes» en su escondite del cabo Malton. 
Terminé mi relato del mito alemán, y en vez de irme a la cama, decidí que debía dar otra vuelta por Banwick, envuelto en su maravillosa oscuridad. De modo que salí y crucé el puente subiendo por la calle del otro lado, donde se veía (se hubiese visto en pleno día) el amontonamiento de tejados rojos casi unos encima de otros, que había contemplado aquel atardecer. Ante mi asombro, vi que los extraordinarios niños de Banwick continuaban en la calle, alborotando, jugando y riendo, bailando y cantando, por las escaleras que daban a los patios interiores, pareciendo de esta forma que flotasen en el aire. Sus alegres carcajadas resonaban como campanadas en la noche. 
Eran las once y cuarto cuando salí de la posada, y estaba precisamente pensando que las madres de aquella población eran excesivamente indulgentes con sus hijos, cuando éstos empezaron a entonar la antigua melodía que ya había escuchado antes. Las diáfanas y modélicas voces se elevaban en la oscuridad: a lo que me pareció, por centenares. Yo me hallaba en una callejuela, y vi con gran estupor que los niños pasaban ante mí en una larga procesión que ascendía por la colina hacia la abadía. Ignoro si había aparecido una luna muy pálida, o si las nubes pasaban por delante de las estrellas; pero el aire se aplacó, y conseguí divisar a los niños con toda claridad, andando lentamente y cantando, en un transporte de exaltación en tanto entonaban la dulce melodía en medio del bosque invernal, que en aquellos momentos parecía transformado por una temprana primavera. 
Todos vestían de blanco, algunos con extrañas marcas en sus cuerpos que, supuse, tenían cierto significado en aquel fragmento de místico misterio que estaba yo contemplando.
Muchos llevaban coronas hechas con algas húmedas en torno a las sienes; uno mostraba una cicatriz pintada en la garganta; un chiquillo llevaba una túnica abierta, y señalaba una profunda herida encima del corazón, de la que parecía manar sangre; otro niño tenía las manitas muy separadas, con las palmas llenas de espinos y sangrando, como si se las hubiesen atravesado. Uno de los cantores llevaba un bebé en brazos, e incluso éste presentaba una herida en la cara. 
La procesión pasó ante mí, y oí cantar a los niños mientras seguían ascendiendo por la colina hacia la antigua iglesia. Regresé a la posada, y al atravesar el puente me asaltó de repente la idea de que era el día de los Santos Inocentes. Sin duda, acababa de presenciar una confusa reliquia de alguna tradición medieval, por lo que al llegar a mi destino le formulé al posadero unas preguntas al respecto.
Entonces comprendí el significado de la extraña expresión que antes había observado en su rostro. Empezó a temblar y a estremecerse de horror; y luego se alejó de mí como si yo fuese un mensajero de la muerte. 
Unas semanas más tarde estaba leyendo un libro titulado Los antiguos ritos de Banwick. Lo había escrito, en el reinado de la reina Isabel I de Inglaterra, un autor anónimo que había conocido el esplendor de la antigua abadía y la desolación que la asoló. Y hallé este pasaje: 
«Y en el Día de los Inocentes, a medianoche, se celebró un maravilloso y solemne servicio religioso. Ya que cuando los monjes terminaron de cantar el Tedeum en los maitines, subió al altar el abad, espléndidamente ataviado con una vestidura de oro, por lo que era una maravilla contemplarle. Y también entraron en el templo todos los niños de tierna edad de Banwick, todos ataviados con túnicas blancas. Luego, el abad empezó a cantar la misa de los Santos Inocentes. Y cuando terminó la consagración de la misa, se adelantó hasta el Santo Libro el niño más pequeño de cuantos se hallaban presentes y podían estar de pie. Y este niño llegó al altar, y el abad lo instaló en un trono de oro reluciente, y se inclinó y lo adoró, entonando: 
Talium Regnum Celoerum, Aleluya. De éste es el Reino de los Cielos, Aleluya. 
Y todo el coro cantó en respuesta: 
Amicti sunt stolis albis, Aleluya, Aleluya. (Vestidos están con túnicas blancas, Aleluya, Aleluya). 
Y el prior y todos los monjes, por orden, adoraron y reverenciaron al niño que se hallaba sentado en el trono.» 
Yo había presenciado la procesión de la Orden Blanca de los Santos Inocentes. Había visto a los que salían cantando de las aguas profundas donde se hallaba el Lusitania; había visto a los mártires inocentes de los campos de Flandes y Francia regocijándose ante la idea de oír misa en su morada espiritual.

domingo, diciembre 27, 2015

Motivos - Milan Kundera

«"Es muss sein". Era una alusión. La última frase del último cuarteto de Beethoven está escrita sobre estos dos motivos: "Muss es sein? – Es muss sein! – Es muss sein!" ("¿Tiene que ser? – ¡Tiene que ser! –¡Tiene que ser!"). Para que el sentido de estas palabras quedase del todo claro, Beethoven encabezó toda la frase final con las siguientes palabras: "Der schwer gefasste Entschluss": "Una decisión de peso".

"Der schwer gefasste Entschluss", una decisión de peso, va unida a la voz del Destino ("Es muss sein"); el peso, la necesidad y el valor son tres conceptos internamente unidos: sólo aquello que es necesario, tiene peso; sólo aquello que tiene peso, vale.

Si la excitación es el mecanismo mediante el cual se divierte nuestro Creador, el amor es, por el contario, lo que nos pertenece a nosotros y con lo que escapamos al Creador. El amor es nuestra libertad. El amor está al otro lado del es muss sein

La insoportable levedad del ser

sábado, diciembre 26, 2015

Navidad - Rodrigo Fresán

«La pregunta es, claro: ¿se cree en la Navidad o es la Navidad la que cree en nosotros? […] La Navidad como patología supuestamente curativa. Charles Dickens, Frank Capra, etcétera. Tal vez la Navidad no sea un virus. Tal vez la Navidad sea una droga. Alto poder adictivo. Histeria colectiva. No se puede parar, casi imposible desengancharse. Un compuesto químico que obliga a sonreír a todo el mundo, a abrazarse y convencerse de que la Navidad (y su secuela inmediata: el Año Nuevo, y su coda infantiloide: Reyes Magos) equivale a la invención de la felicidad. O a la felicidad de la invención.»

(La parte inventada)

viernes, diciembre 25, 2015

¡Azotadme! - Oliverio Girondo

¡Azotadme!
Aquí estoy,
¡azotadme!
Merezco que me azoten.
No lamí la rompiente,
la sombra de las vacas,
las espinas,
la lluvia;
con fervor,
durante años;
descalzo,
estremecido,
absorto,
iluminado.
No me postré ante el barro,
ante el misterio intacto
del polen,
de la cama,
del gusano,
del pasto;
por timidez,
por miedo,
por pudor,
por cansancio.
No adoré los pesebres,
las ventanas heridas,
los ojos de los burros,
los manzanos,
el alba;
sin restricción,
de hinojos,
entregado,
desnudo,
con los poros erectos,
con los brazos al viento,
delirante,
sombrío;
en comunión de espanto,
de humildad,
de ignorancia,
como hubiera deseado...
¡como hubiera deseado!

miércoles, diciembre 23, 2015

Quiroguiano


A veces siento que escribo, pero vivo solo en una pluma, me alimento de una mano que escribe. Tinta y sangre, sangre o tinta, qué más da. Parásitos de las aves, unos como yo se alimentan de sueños, yo me alimento de la escritura.

martes, diciembre 22, 2015

Navidad en tiempos de crisis - Eduardo Alvarado Isunza

Carranza parecía una estufa encendida. Series de focos habían sido puestos alrededor de los troncos de las palmeras en el camellón, debido a una tradición que obligaba a gobiernos laicos a adornar las calles con motivo de la celebración del nacimiento del supuesto hijo de dios.

Esa línea de luz contrastaba con franjas de oscuridad en las aceras. También escaseaban los adornos y el ambiente de austeridad era acentuado por una miserable presencia de imágenes alusivas a personajes bíblicos o de la temporada invernal, que pendían de algunos postes. Por eso, ante los ojos de quienes pasaban por ahí aquello era la visión de una hornilla en una cocina semioscura.

No era, sin embargo, la pobreza de adornos la causa por la cual caía una sombra de tristeza en esas fiestas. En la víspera había sucedido una devaluación de la moneda. Debido a eso, muchas personas y sus familias enfrentaban problemas para subsistir. Numerosos negocios estaban arruinados e infinidad de gente había perdido el empleo.

—¡Qué jodidos! Creen que con unos foquitos en las palmeras vamos a pasarla contentos —reprobó en silencio, luego de doblar por Muñoz y entrar a Carranza, encontrándose con esa hilera de palmeras iluminadas y observar cómo ésta iba perdiéndose a la distancia, fundiéndose en un punto de luz.

Eran las 8 de la noche del 24 de diciembre y todavía circulaban demasiados autos por las calles de la ciudad de San Luis Potosí. Muchas personas estaban dirigiéndose aprisa a los centros comerciales, con la intención de hacer sus últimas compras; otras andaban rumbo a bares y restoranes, donde beberían alcohol con sus amigos y brindarían por una fecha corrompida por el mercantilismo y los sentimientos negativos. A pesar de las penurias, había quienes medio resolvían las presiones del consumo gracias a los aguinaldos que obtenían en sus empleos; o bien, pagaban con tarjetas de crédito y contraían mayores deudas.

En la mayoría de las cabezas existía la idea de que debían obsequiar cosas y celebrar con vinos y manjares, a pesar de que sus conductas estuvieran gobernadas por la degradación. Ya verían como pagar el siguiente año. Era difícil sustraerse a las seducciones que los objetos ejercían sobre el ánimo de las personas. Como si hubiese unos hilos poderosos e invisibles que hicieran posible su funcionamiento, la maquinaria comercial gobernaba perfectamente y los aparadores de las tiendas ejercían su hechizo.

Más adelante detuvo el coche en un cruce y esperó la señal de pase. Llevaba encendido el radio y abundaban los anuncios con tonaditas navideñas. Todos invitaban a comprar, beber, comer, tener, celebrar.

Miraba entristecido las palmeras cuando rompió el silencio en que iban.

—Parecen soldaditos —dijo.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Las palmeras. Mira. Son un ejército de soldaditos de luz. Creí que eran cerillos. Pero más bien parecen soldaditos en traje de gala.

Ella sonrió. Su expresión la hizo verse más hermosa. El labial color cereza y efecto húmedo transformaba su linda boca en un gajo de fruta. Su cara morena enmarcaba su sonrisa, sus dientes blancos y sus ojos gatunos. Iba guapa y perfumada.

—Pero faltan más adornos y luces. Mira cómo está oscuro. Es cierto que no hay dinero. Pero también roban mucho —afirmó y volvió a quedarse callado, sumido en sus pensamientos.

Ella portaba un recipiente con un guiso de rajas de chile con queso y crema. No era un platillo sofisticado, como aquellos que acostumbraban prepararse para festejar estas ocasiones. Pero sabía rico y no había para más. El último año habían sobrevivido de las clases que él difícilmente conseguía en colegios particulares y apenas obtenían lo necesario para alimentarse. Su negocio consistía en venta de artículos de plata y oro en oficinas de burócratas que acomodaban a crédito. También había quebrado, como muchos, con la devaluación de la moneda.

Ellos mismos dejaron de pagar la hipoteca de la casa. O comían o pagaban, esa era la cuestión. Habían optado por lo primero y tomaron el riesgo de que el banco les echara de la vivienda. Con frecuencia sufría con la idea de toparse con la escena de hombres arrojando sus muebles y cosas familiares a la calle. Sobre todo le afectaba imaginar cómo impactaría en los niños ver sus camas y juguetes puestos a la intemperie por abogados y policías.

A pesar de sus dificultades eran felices. Ella era solidaria y comprensiva. Todas las noches invocaba a sus santos y pedía su protección. Los niños eran pequeños y todavía no muy exigentes, de modo que con cualquier obsequio resolverían sus fantasías de levantarse al día siguiente y encontrar un regalo, puesto al pie del árbol por mágicos y misteriosos personajes.

Sólo quedaba el auto que utilizaba en su ahora quebrado negocio. Necesitaba un ajuste y llantas nuevas. Tendría que venderlo a cualquier oferta. De modo que no había forma de pensar en una cena con bacalao noruego, pavo relleno, galletitas untadas con caviar, pollo a la galantina, lechón a fuego lento, pistaches, quesos europeos, vino blanco alemán y alcoholes de marca, como esas cenas que anunciaban por radio. Sería suficiente con rajas de chile con crema, frituras de bolsa, cocacolas y aguardiente barato.

Aparte a casa de su madre irían sus hermanos y uno de ellos mantenía la tradición de esclavizarla a ella todo el día en la cocina, con objeto de conseguir un guajolote relleno y horneado. Él no compartía esa idea de meter a su madre todo el día a la cocina, pero tampoco encontraba solidaridad en sus hermanos. Además parecía efectuar ese trabajo con gusto, como si esperase obtener una bendición. O quizás estaba resignada a ejecutar esa labor para mantener a sus hijos reunidos esa noche con ella. Por otro lado, sus hermanos llevarían sus propios guisos; y ya, entre todos, disfrutarían una rica cena.

En el asiento trasero del coche viajaban sus dos hijos. Iban en silencio: el niño dormido y sujeto a una silla de viaje y la niña contemplando callada aquellas palmeras iluminadas y los coches. Al encender el pase del semáforo, quitó el pie del clutch. Lo hizo torpemente, de modo que el carro sacudió y hundió pronto el pie en el pedal para evitar un pare del motor. Detrás escuchó una enfrenada brusca de otro coche y un pitazo. Afortunadamente no sucedió un accidente, sólo que el guiso salpicó y unas gotas del caldo mancharon el pantalón de ella.

—¡Oye, ten más cuidado! ¡Mira como quedé! Siempre tengo que andar como chacha. Es la última vez que me ponen a guisar este día —dijo, molesta.

—Disculpa. Te ves tan bonita. El próximo año compramos pura botana, chiquita —y le besó con ternura en los labios—. Con eso sería suficiente, nomás contigo y los niños.

Detrás de ellos tronó un desafinado concierto de claxonazos. Volvió a poner velocidad y arrancó. Ahora avanzaron suavemente por el pavimento. Éste parecía un estanque poblado con pescaditos de colores.

—¿Y tú qué crees, cómo le iría a mi mamá? —preguntó—. ¿Habrán aceptado mis regalos?

Antes había vivido con otra mujer, con quien tuvo otros dos hijos. No había sido un buen divorcio. Cuando comenzó a salir con su actual esposa, su ex mujer comenzó a crear problemas para alejar a los niños. Un fin de semana los entregó con ropas mojadas con la intención de molestarlo. Utilizaba a los niños para impedir que sus hijos se involucraran emocionalmente con otra mujer, como si estuviese en peligro su cariño.

A fin de evitarles complicaciones emocionales, un día decidió ausentarse por completo y dejar de verlos. Pero su recuerdo le deprimía constantemente y de esa tribulación sólo salía con ayuda de su actual mujer y de los hijos de ambos.

—Pues ojalá que bien. Aunque ya sabes cómo es ella y quién sabe qué cosas les haya dicho a los niños —respondió, regalándole su mirada de gatita.

Desde que los abandonara, procuraba enviarles obsequios en esta época, quizás para neutralizar un sentimiento de culpa. Debido a la temporada, inevitablemente su recuerdo le afligía. Creía que sus regalos serían una forma de recompensarlos y alimentar en ellos un grato recuerdo de su padre. Sin embargo, ese año estaba limitado de dinero y sólo había podido enviarles unas baratijas, un sobre con billetes de baja denominación y una tarjeta.

Por otro lado, también se había visto obligado a dejar de pagar la hipoteca del apartamento donde aquellos niños vivían con su ex mujer. No era una construcción grande ni lujosa. Pero en el último año había dejado de cumplir con aquello que había asumido como su obligación.

—Cómo me hubiera gustado enviarles más regalos. Tú sabes, deseo lo mejor para ellos. A ver si no me los avientan. Tantas cosas que hubiera querido enviarles —dijo apenado.

Ella trató de animarlo:
—¿No dices que la felicidad no puede comprarse en una tienda? ¿Cómo puedes creer que unos regalos puedan hacer feliz a alguien o ganarse su cariño?

—Tienes razón —aceptó—. Así soy de contradictorio. Quisiera no serlo y no deprimirme por cuanto les falta. Pero no puedo.

Acongojada ella misma, intentó animarlo:
—Ya crecerán y tendrán su propio juicio.

Sin embargo, él continuó abatido por el recuerdo de aquellos hijos a quienes ya no veía ni era posible mantener contacto. Siguieron callados, escuchando los mensajes que apuraban a comprar, desear, pedir, satisfacer, beber, hartarse. Media hora después llegaron a casa de su madre. Todavía no estaban allí ni sus hermanos ni sus familias. Olía rico y la estufa proporcionaba un calor agradable. Fueron a acomodarse en una mesa de la cocina, donde la señora llenaba las entrañas de un guajolote con carne molida de res, pasas, aceitunas y almendras.

Impaciente se dirigió hacia un frasco de donde tomó un puño de almendras, las echó en la boca y preguntó:

—Y… dígame, ¿cómo le fue?

La señora miró a su hijo y restregó las manos en el delantal. Su movimiento expresó dolor. En sus ojos apareció un brillo, como si alguien hubiese incrustado en ellos unos vidrios.

—Hazte una cubita.

En sus palabras anticipó lo sucedido y él sintió un alfilerazo en la nariz y agua en los ojos. Tomó una botella de brandy y preparó una bebida con refresco. Miró a su mujer y le ofreció. Ella aceptó y después ambos estuvieron mirándose y dando pequeños tragos. Luego, estuvo dispuesto a escuchar, pero la tristeza estaba hundiéndolo en un pozo.

—Me fue mal. Y, por favor, ya no les mandes nada. Déjalos con su madre, que sepa entendérselas. Déjalos que hagan su vida con ella, como pueda.

Y agregó:
—Los niños estaban felices por verme y corrieron por sus regalos. Me besaron y abrazaron. “Abuelita”, me dijeron. Tomaron sus regalos y trataron de abrirlos. Uno de ellos hasta frotaba sus deditos.

Relataba con la vista puesta en un punto en el infinito.

—Su madre les pidió devolverlos. Les dijo: “devuelvan esos regalos”; y ellos obedecieron. Le pregunté por qué hacía eso, que los niños no tenían culpa de sus diferencias. Y me contestó que era por dignidad. Dijo que un día encontró a los niños llorando, porque iban a echarlos del departamento, porque no pagabas la hipoteca y no sabías como sacarlos de ahí. Todo eso lastimaba el alma de su madre.

—Le dije: “Mira, es Navidad. No seas así de orgullosa. Hoy perdonamos todo.” Traté de hacerle ver que los niños no tenían culpa de sus problemas. Pero es necia y orgullosa. Y pues… no aceptó.

Con voz entrecortada, recomendó:
—Mejor olvídate de ellos. Los niños son suyos. Ya el tiempo les curará.

Él sintió una liga en la garganta y otros desgarramientos en la nariz. Amaba profundamente a sus hijos. Pero debía aceptar distanciarse de ellos y dejar que la historia hiciera su trabajo. Tuvo deseos de llorar como si acudiera a sus entierros. Estuvo a punto de hacerlo y refugiarse en un sitio donde nadie lo viera. Podría retirarse al cuarto que ocupaba cuando había vivido de soltero en casa de su madre, echarse en la cama que ella todavía mantenía con ropa limpia, dormirse hasta el día siguiente o quizás emborracharse.

Sin embargo, en labios de su mujer descubrió un terrón de azúcar. Enseguida vio a sus hijos que entraban y salían de la cocina, sin saber de las cosas que sucedían a su alrededor. Ella y sus hijos le dieron ánimo para recuperarse.

Recordó los argumentos que su mujer le diera en el camino y de un sorbo bebió el contenido del vaso. Abrazó a uno de los niños y lo sentó en sus piernas, acarició su cara y olfateo su cabeza. Prometió no entristecerse más. Aún así, cada vez que veía las luces del árbol aparecía el recuerdo de sus hijos y sus ojos se humedecían y sentía nuevos alfilerazos en la nariz.

Esa noche confirmó su convicción de que no todo podía perdonarse en Navidad y que esa fiesta también se hallaba irremediablemente envenenada por sentimientos negativos, como el deseo, el consumo, la frivolidad, el egoísmo y la venganza.

San Luis Potosí, SLP, diciembre de 2003.

domingo, diciembre 20, 2015

Hospitales

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. 
(Héctor Viel Temperley, Hospital Británico, 1984) 

¿Quién quiere escribir en un hospital? Tanto tiempo y sin embargo tan pocas ganas. El cuerpo que nos sostiene (y ama y goza y lo que somos) hoy no responde. Las palabras se agolpan en los sueños. Las ansias de dormir inmovilizan. El goteo de la venoclisis arrulla. En otra cama un "Ay, Dios mío" se vuelve un gemido, una forma de respirar. Mejor, de exhalar. Y uno calla, mira al techo y cede a la nostalgia.

—¿En qué piensas?

—Muchas cosas.

En las áreas de urgencias del ISSSTE y del IMSS hay un sistema de semáforo: rojo para atender de inmediato, por riesgo de muerte; amarillo, en minutos, verde si no hay riesgo. Diferencia entre emergencias "reales" y emergencias "sentidas". El riesgo es ¿quién diagnostica? Pueden pasar horas si el médico se equivoca y manda en verde a alguien (72 años, con vómito constante, debilidad y palidez notorias) o si, como en el caso de otro paciente, se traspapela su solicitud de entrada.

¿Cómo me llamo? ¿Qué hora es? ¿Desde cuándo estoy aquí? ¿Quién está afuera?

¿Quién nos acompaña en el lecho? ¿Quién quisiéramos que nos acompañe?

En estos días, con sus tres noches, largas, frías, nadie ha sabido dar información. Demasiadas contradicciones. Los doctores están muy ocupados, intenta justificar un guardia. Un médico desdice al anterior en dietas y medicinas, en información a medias. El personal, sí, hace lo que puede, pero a veces ni siquiera alcanzan los desayunos y los parientes tienen que ir a comprar algo para su paciente.

Gritos, sangre, dolor, mucho dolor. Enfermos posiblemente contagiosos junto a otros heridos, o mujeres parturientas.

Sí, muchos no queremos ir al doctor, lo dejamos para cuando ya no aguantamos el dolor. Y mucho es por esta espera, esta incertidumbre, estos diagnósticos.

Hospital viene de hospitalidad, y a veces no se cumple. Equivale a miedo.

sábado, diciembre 19, 2015

Noche invernal de un anciano - Robert Frost

Más allá de las puertas, a través de la helada
que cubre la ventana formando unas estrellas
dispersas-, en la sombra, el mundo esta mirando
su cara: está vacía la habitación. Y duerme.
La lámpara inclinada muy cerca de su rostro
le impide ver el mundo. Ya no recuerda nada.
Y la vejez le impide recordar en qué tiempo
llegó hasta estos lugares, y por qué está aquí solo.
Rodeado de toneles se encuentra aquí perdido.
Sus pasos temblorosos hacen temblar el sótano:
lo asusta con sus pasos temblorosos: y asusta
otra vez a la noche (la noche de sonidos
familiares ). Los árboles aúllan allá afuera;
todas las ramas crujen. Una luz hay tan sólo
para su rostro, quieta, una luz en la noche.
A la Luna confía -en esa Luna rota
que por ahora vale más que el sol- el cuidado
de velar por la nieve que yace sobre el techo,
de velar los carámbanos que cuelgan desde el muro.
Sigue durmiendo. Un leño se derrumba en la estufa.
Despierta con el ruido. Sobresaltado cambia
de lugar. Es la noche. Respira suavemente.
No puede un viejo solo llenar toda una casa,
un rincón de los campos, una granja. No puede.
Así un anciano guarda la casa solitaria,
en la noche de invierno. Y está solo. Está solo.

viernes, diciembre 18, 2015

Sobre la lectura - Rafael Argullol

«Para muchos de nuestros contemporáneos la lectura se ha hecho agresivamente superflua e incluso experimentan una cierta incomodidad al ser preguntados al respecto. Dicen no tener tiempo para leer, o que prefieren dedicar su tiempo a otras cosas más útiles y divertidas. Nos encontramos, por tanto, ante una bastante generalizada falta de prestigio social de la lectura que probablemente oculte una incapacidad real para leer. Dicho de otro modo: el acto de leer se ha transformado en un acto altamente dificultoso y, para muchos, imposible. Me refiero, claro está, a leer un texto que vaya más allá de la instrucción de manual, del mensaje breve o del titular de noticia. Me refiero a leer un texto de una cierta complejidad mental que requiera un cierto uso de la memoria y que exija una cierta duración temporal para ir eligiendo en libertad, y en soledad, los distintos caminos ofrecidos por las sucesivas encrucijadas argumentales.

»El pseudolector actual rehúye las cinco condiciones mínimas inherentes al acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libertad y soledad. Él abomina de lo complejo como algo insoportablemente pesado; desprecia la memoria, para la que ya tenemos nuestras máquinas; no tiene tiempo que perder en vericuetos textuales; no se atreve a elegir libremente en la soledad que, de modo implacable, exige la lectura. En definitiva, nuestro pseudolector actual ha sido alfabetizado en la escuela y, en muchos casos, ha acudido a la universidad, pero no está en condiciones de confrontarse con el legado histórico de la cultura humanista e ilustrada construido a lo largo de más de dos milenios. Este pseudolector —en el que se identifica a la mayoría de nuestros contemporáneos— no puede leer un solo libro verdaderamente significativo de lo que hemos llamado, durante siglos, "cultura".»

jueves, diciembre 17, 2015

Invernal - César Simón

Qué tentación, ser viento, ser girones,
ser basura que arrojan sobre escombros.
Dejar que todo lo que quiera
eche raíces en tu polvo.

miércoles, diciembre 16, 2015

Vader, Shakespeare, Fresán, el lado oscuro y exámenes finales

Hay personas y personajes que no requieren pasado, hay otras y otros cuyo pasado es lo importante. Cuando yo los conocí, Hannibal Lecter y Darth Vader ya eran. Como pasa en ciertas relaciones, así los quise. Y es que nacemos el día en que nos conocemos, o algo así dice la canción.

No me llenó mucho conocer los orígenes. Los episodios 1 a 3 de La guerra de las galaxias (Star Wars) no estuvieron a la altura de los recuerdos infantiles —no supe que Una nueva esperanza era el episodio 4 cuando lo vi en el cine Plan de San Luis, ni me importó—,  con sus larguísimas persecuciones y explicaciones no pedidas. Si acaso los villanos que tampoco tenían una historia tan visible, Darth Maul o el general Grievous, reanimaron la memoria.

Durante esta semana, ya casi Navidad, semana de exámenes finales en la escuela donde doy clase, llega un nuevo capítulo de la saga a los cines. El siete: La fuerza despierta. Mercadotecnia y expectación por doquier, comentarios encontrados. La nostalgia nos gana a muchos aunque sepamos, a golpe de episodios, que ya nada es lo mismo. Habrá que verlo. Son ecos (distorsionados como todos, casi todos) de personajes de mitos y novelas que fueron mis amigos: Odiseo, Hércules, Hyde, Frankenstein, Gulliver, Sandokan, Jean Valjean...

En cada salón de clase, al llegar a aplicar el examen, he puesto en mi teléfono la Marcha Imperial para, digamos, hacer ambiente. Algunos ríen, otros me miran asombrados. "¡Qué malo, profe!" Antes me incomodaba, pero el lado oscuro tiene su encanto. Y me visto de negro. Ya lo decía Shakespeare:

Mejor ser vil que tal considerado
Cuando, sin serlo, esta culpa te achacan,
Y un lícito placer pierdes, que tanto
Los demás condenan, pero no tu alma.

Pues ¿por qué los ojos espurios de otros
Han de juzgar a mi impetuosa sangre;
O espiar mis flaquezas quien es más flojo
Y estima malo lo que yo, agradable?

No, yo soy el que soy; y los que apuntan
A mis desmanes, los propios exponen;
Habrá en sus ojos una torcedura,
Que sus juicios no ensucien mis acciones.

A no ser que esta máxima sostengan:
Todo hombre es malo y en su maldad reina.


Les comparto un fragmento de La parte inventada, de Rodrigo Fresán, y que la fuerza esté con ustedes.

"Tan tan tan ta-tatán tan..." Comprende que está en graves problemas cuando, al escuchar un sonido extraño en su casa y no poder ubicar de dónde surge (surge, ah, qué verbo tan sónico), finalmente descubre que ese sonido sale de su propia boca. De entre dientes apretados. Y que no es otra cosa que su voz cantando por lo bajo, grave, marcial, el ominoso e inmediatamente pegadizo e inolvidable motivo musical con el que se marcan las entradas y salidas de escena del oscuro y asmático Darth Vader en las películas de la saga Star Wars.
Así que en eso estaba él, avanzando por una casa que ahora le queda demasiado grande. Y se mueve por los pasillos y habitaciones sospechando que, tras ellos y bajo ellas, hay más pasillos y más recintos. No como en la más imperial y opresora de las naves espaciales sino más cerca de esas mansiones de película victoriana que muestran a mayordomos y sirvientas apareciendo de pronto, como fantasmas vivos y obedientes a los que se ha convocado gracias a una red de campanillas y timbres, brotando de puertas disimuladas en las paredes por el empapelado y la pintura y las telas y tapices a los que se accede entrando en armarios sin fondo desembocando en escaleras que conducen a las profundidades. Así, Darth Vader ha retrocedido en el tiempo y camina, imponente, por un escenario de falsa campiña inglesa sin entender cómo ha ido a dar ahí desde su galaxia muy pero muy lejana.

martes, diciembre 15, 2015

Comprender y falsear - Paul Auster

El lenguaje es el único instrumento que tenemos para comprender el mundo. Pero al mismo tiempo el lenguaje falsea el mundo. De modo que vivimos en una suerte de brecha entre dos realidades. Sabemos que el sistema que nos permite percibir la realidad es un sistema cuya fidelidad es sospechosa. El lenguaje, por ejemplo, fabrica categorías; podemos ir refinando las categorías hasta llegar a niveles muy altos de especificidad, pero no siempre vamos a llegar a ese corazón que hace que un objeto, una persona o un hecho sean únicos. Hay momentos en que la poesía y la ficción se acercan mucho, pero no sé. Lo que yo hago es extraño: trato de escribir los libros que el lector podría escribir por sí mismo. Lo descubrí hace unos años, leyendo. Me di cuenta de que cuando leía, trasponía las cosas que estaba leyendo a lugares que conocía. Estaba leyendo Orgullo y prejuicio, la maravillosa novela de Jane Austen, que tiene muy pocas descripciones físicas —casi todo es diálogo y narración—, y me di cuenta de que todo sucedía en la casa donde yo había vivido de chico. Las hermanas Bennett estaban sentadas en el living de mi casa. Eso es lo que hacemos al leer: expropiamos lo que leemos para trasladarlo a nuestras propias experiencias, nuestros recuerdos, nuestros sentimientos. Por eso creo que cada lector lee literalmente un libro distinto.

lunes, diciembre 14, 2015

Un laberinto oscuro - Sabato

(Fragmento de El túnel)

—¡Le digo que la necesito! ¿Me entiende?
—Siempre mirando el árbol, musitó:
—¿Para qué?

No respondí en el instante. Dejé su brazo y quedé pensativo. ¿Para qué, en efecto? Hasta ese momento no me había hecho con claridad la pregunta y más bien había obedecido a una especie de instinto. Con una ramita comencé a trazar dibujos geométricos en la tierra.

—No sé —murmuré al cabo de un buen rato—. Todavía no lo sé.

Reflexionaba intensamente y con la ramita complicaba cada vez más los dibujos.

—Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas. No, no es eso...

Me sentía bastante tonto, de ninguna manera era esa mi forma de ser. Hice un gran esfuerzo mental, ¿acaso yo no razonaba? Por el contrario, mi cerebro estaba constantemente razonando como una máquina de calcular; por ejemplo, en esta misma historia ¿no me había pasado meses razonando y barajando hipótesis y clasificándolas? Y, en cierto modo, ¿no había encontrado a María al fin, gracias a mi capacidad lógica? Sentí que estaba cerca de la verdad, muy cerca, y tuve miedo de perderla: hice un enorme esfuerzo.

Grité:

—¡No es que no sepa razonar! Al contrario, razono siempre. Pero imagine usted un capitán que en cada instante fija matemáticamente su posición y sigue su ruta hacia el objetivo con un rigor implacable. Pero que no sabe por qué va hacia ese objetivo, ¿entiende?

sábado, diciembre 12, 2015

Peregrinar


Desde la noche anterior el tráfico de automotores se interrumpe. Suenan cohetes a toda hora. La calle adoquinada recibe a miles de devotos, familias. No hay quien quite a los comerciantes del templo santuario-basílica y su música y gritos se funden con los rosarios y los cantos. 


Dentro de San Luis Potosí es el templo más importante dedicado a la Virgen de Guadalupe pero no más allá. Son más famosos como sitios de peregrinación el templo del Señor de los Trabajos (lo paternal) o La Virgen del Desierto (lo maternal), en la capital, y San Francisco en Real de Catorce o la Virgen de las Torrecitas, por ejemplo. Y más allá: los contingentes de viajeros van, a pie o en camión, a San Juan de los Lagos, al templo del santo Niño de Atocha o a la Basílica de Guadalupe.


Organizados, con pendones y cirios, formados, distintos pero iguales, ¿las caminatas de grupos a lo largo de la Calzada de Guadalupe deberían llamarse peregrinaciones? ¿Cuanta distancia es la mínima, cuánta la necesidad de perderse para ser considerado "viajero" o "extranjero" según la etimología?

Hay quien usa indistintamente nomadismo, peregrinación, vagabundeo o vida errante, sin tomar en cuenta la dirección de ese deseo, de la necesidad de pertenencia o no: la peregrinación tiene un objeto, agradecer o pedir. Es lo contrario de ser nómada, pues avanza para no perderse, llegar y cumplir con una misión.

Dice Michel Maffesoli: «Se ha podido observar también, a propósito del culto a los santos, y a las peregrinaciones que suscitaban, que éstas constituían una verdadera "terapia del espacio" o bien una "terapia de la distancia". Esto, antes de los descubrimientos de la psicología, suena francamente moderno: la partida como remedio».


viernes, diciembre 11, 2015

Aspiración a la fama - Samuel Johnson

"Quien aspira a la fama a través de la escritura, pretende la admiración de una muchedumbre que oscila entre diversos placeres o que vive inmersa en sus negocios, y que no tiene tiempo para las diversiones intelectuales; los jueces a los que apela están absortos en sus pasiones o corrompidos por prejuicios que les impiden aplaudir nuevas proezas. Algunos son demasiado indolentes para leer nada que no goce previamente de fama, y otros demasiado envidiosos para promoverla, porque les duele engrandecerla. Lo novedoso es combatido porque la mayoría no quiere ser enseñada, y lo ya conocido es rechazado porque a menudo se olvida que los hombres prefieren que les recuerden las cosas y no que les informen sobre ellas. Los entendidos prefieren no divulgar sus opiniones de entrada, por miedo a poner su reputación en entredicho; los ignorantes suponen que dan muestras de exquisitez cuando se niegan a ser complacidos. Y quien entre tantos escollos consigue fraguarse una reputación, si es sincero reconocerá que ésta se debe a otras causas, distintas de su destreza, sus conocimientos o su ingenio".

El patriota y otros ensayos

jueves, diciembre 10, 2015

El paraíso interior del escritor - Maurice Blanchot


«El escritor no es un soñador idealista, no se contempla en la intimidad de su alma bella, no se hunde en la certidumbre interior de sus dotes. Las pone en acción, vale decir que precisa de la obra que produce para tener conciencia de ellas y de sí; antes de su obra no sólo ignora quién es sino que no es nada. Sólo existe a partir de la obra pero, entonces, ¿cómo puede la obra existir? “El individuo –dice Hegel– no puede saber lo que es mientras no se haya transportado, mediante la operación, hasta la realidad efectiva; entonces parece que no puede determinar la finalidad de su operación antes de haber operado; y, sin embargo, siendo consciente, antes debe tener frente a sí la operación como íntegramente suya, es decir como fin”. Ahora bien, lo mismo ocurre para cada nueva obra, pues todo vuelve a empezar a partir de nada. Y también ocurre lo mismo cuando realiza la obra parte por parte: si no tiene su obra ante sí en un proyecto ya formado por completo, ¿cómo puede fijárselo como fin consciente de sus actos conscientes? Mas si la obra ya está por entero presente en su espíritu y si esa presencia es lo esencial de la obra (las palabras se consideran aquí no esenciales), ¿por qué habría de realizarla más? O bien, como proyecto interior, es todo lo que será y, desde ese instante, el escritor sabe de ella todo lo que puede saber: por consiguiente la dejará reposar en su crepúsculo, sin traducirla a palabras, sin escribirla, pero, entonces, no escribirá, no será escritor. O bien, tomando conciencia de que la obra no puede ser proyectada sino sólo realizada, de que sólo tiene valor, verdad y realidad por las palabras que la desarrollan en el tiempo y la inscriben en el espacio, se pondrá a escribir, pero a partir de nada y con vistas a nada y, según una expresión de Hegel, como una nada que trabaja en la nada […].

»Supongamos que la obra está escrita: con ella ha nacido el escritor. Antes, no había nadie para escribirla; a partir del libro existe un autor que se confunde con su libro. Cuando Kafka escribe al azar la frase: “Él miraba por la ventana”, se encuentra, según dice, en una especie de inspiración tal que esta frase ya es perfecta. Es que él es su autor; o, mejor dicho, gracias a ella él es autor: de ella obtiene su existencia, él la ha hecho y ella lo ha hecho, ella es él y él es por completo lo que ella es. De ahí su dicha, dicha sin mezcolanza, sin defecto. Sin importar lo que pudiera escribir, “la frase ya es perfecta”. Así es la certidumbre honda y extraña de la que el arte hace una meta. Lo que está escrito no está ni bien ni mal escrito, no es ni importante ni vano, ni memorable ni digno de olvidarse: es el movimiento perfecto mediante el cual lo que dentro no era nada ha surgido a la realidad monumental del exterior como algo necesariamente verdadero, como una traducción necesariamente fiel, puesto que aquello que traduce sólo existe por ella y en ella. Se puede decir que esta certidumbre es como el paraíso interior del escritor y que la escritura automática fue sólo un medio para hacer real esta edad de oro, lo que Hegel llama la dicha pura de pasar de la noche de la posibilidad al día de la presencia o incluso la certidumbre de que eso que surge a la luz no es otra cosa que lo que dormía en la noche. Más, ¿con qué resultado? En apariencia, al escritor que por entero se recoge y se encierra en la frase “El miraba por la ventana” no se le puede pedir ninguna justificación al respecto, puesto que para él nada existe sino ella. Pero al menos existe y si en verdad existe al grado de hacer de quien la ha escrito un escritor, es porque no sólo es su frase, sino la frase de otros hombres, capaces de leerla, una frase universal.

»Empieza entonces una prueba desconcertante. El autor ve que los demás se interesan en su obra, pero el interés que les merece es un interés distinto del que había hecho de ella la pura traducción de sí mismo y ese interés distinto cambia la obra, la transforma en algo en donde él no reconoce la perfección primera. Para él, la obra ha desaparecido, es la obra de los demás, la obra donde ellos están y él no está, un libro que adquiere su valor de otros libros, que es original si no se les parece, que se comprende porque es su reflejo. Ahora bien, el escritor no puede pasar por alto esta nueva etapa. Ya lo hemos visto, él sólo existe en su obra, pero la obra sólo existe cuando es esa realidad pública, extraña, hecha y deshecha por el choque de las realidades. Así, él se encuentra desde luego en la obra, pero la obra en sí desaparece. Ese momento de la vivencia es particularmente crítico. Para superarlo entran en juego interpretaciones de todo tipo. Por ejemplo, el escritor quisiera proteger la perfección de la Cosa escrita manteniéndola tan alejada como sea posible de la vida exterior. La obra, lo que él ha hecho, no es ese libro comprado, leído, triturado, exaltado o aplastado por el devenir del mundo. Pero entonces, ¿dónde comienza, dónde termina la obra?, ¿en qué momento existe?, ¿por qué hacerla pública? Si es necesario proteger en ella el esplendor del yo puro, ¿por qué hacerla pasar al exterior, realizarla en palabras que son las de todos?, ¿por qué no retirarse a una intimidad cerrada y secreta, sin producir nada fuera de un objeto vacío y un eco moribundo? Otra solución, el escritor acepta suprimirse a sí mismo: en la obra sólo cuenta el que la ha leído. El lector hace la obra; leyéndola, la crea; él es su verdadero autor, es la conciencia y la sustancia viva de la Cosa escrita; así, el autor tiene sólo una meta, escribir para ese lector y confundirse con él. Tentativa esta sin esperanza. Pues el lector no quiere una obra escrita para él, sólo quiere una obra ajena, donde descubra algo desconocido, una realidad diferente, un espíritu separado que lo pueda transformar y que él pueda transformar en sí mismo. En verdad, el autor que escribe precisamente para un público no escribe: el que escribe es ese público y, por esta razón, ese público ya no puede ser lector; la lectura es sólo aparente, en realidad es nula. De ahí la insignificancia de las obras hechas para ser leídas, nadie las lee. De ahí el peligro de escribir para los demás, para despertar la palabra de los demás y descubrirlos para ellos mismos: es que los demás no quieren oír su propia voz, sino la voz de otro, una voz real, profunda, incómoda como la verdad».

miércoles, diciembre 09, 2015

Voces - Maurice Blanchot

Fragmento de La literatura y el derecho a la muerte.

La dificultad radica en que el escritor no sólo es varias personas en una, sino en que cada momento de sí mismo niega a todos los demás, lo exige todo para sí solo y no soporta ni conciliación ni compromiso. El escritor debe responder al mismo tiempo a varias órdenes absolutas y absolutamente diferentes, y su moral está hecha del encuentro y de la oposición de reglas implacablemente hostiles.

Una dice: No escribirás, seguirás siendo nada, guardarás silencio, desconocerás las palabras.

La otra: Conoce sólo las palabras. —Escribe para no decir nada.

—Escribe para decir algo.

—Ninguna obra, sino la vivencia de ti mismo, el conocimiento de lo que desconoces.

— ¡Una obra! Una obra real, reconocida por los demás e importante para ellos.

—Borra al lector.

—Desaparece ante el lector.

—Escribe para ser sincero.

—Escribe por la verdad.

—Entonces, sé mentira, pues escribir con vistas a la verdad es escribir lo que aún no es cierto y que tal vez nunca lo será.

—No importa, escribe para actuar.

—Escribe, tú que tienes miedo de actuar.

—Deja hablar en ti a la libertad.

— ¡Oh! No dejes que la libertad sea palabra en ti.

martes, diciembre 08, 2015

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela - Roberto Fernández Retamar

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.

Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que, en sus harapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando
supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
Las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
Y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez
Que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba
Como ahora a mí,
¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,
Amor, qué lejos -como uno de otro!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad del pastor
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo,
Fumando, después del café.
No hay momento
En que no piense en ti.
Hoy quizás más,
Y mientras ayude a construir esta escuela
Con las mismas manos de acariciarte.

lunes, diciembre 07, 2015

Examen


En el examen, alguien escribió "Homero" entre los doce dioses mayores de Grecia.
A veces pienso que sí, que así fue, o debió ser, pero tuve que ponerla como errónea.
En todo caso, fue una respuesta épica.

domingo, diciembre 06, 2015

Ligazón entre lo antiguo y lo nuevo

"La crisis de la autoridad en la educación está estrechamente ligada a la crisis de la tradición, es decir, a la crisis de nuestra actitud frente a todo lo que respecta al pasado. Para el educador este aspecto de la crisis es particularmente difícil de sostener, pues él es el encargado de mantener la ligazón entre lo antiguo y lo nuevo: su profesión exige de él un inmenso respeto hacia el pasado”.

Hannah Arendt citada por Carlos García Gual: "El debate de las humanidades", en El Boomeran(g).

sábado, diciembre 05, 2015

En favor del pasado - Javier Marías

«En aquello a lo que dedico mis horas, saber que antes de mí estuvo una pléyade de autores mejores, que perfeccionaron las lenguas, que se afanaron por contar lo mismo que se ha contado siempre, pero de maneras innovadoras y adecuadas a sus respectivas épocas, me sirve para tener un asidero y cierta justificación, para ver cierto sentido a lo que hago; para pensar, vana y optimistamente, que alguien puede entender mejor el funcionamiento del mundo y la condición humana, complejos y contradictorios, como los he entendido yo en Cervantes y Montaigne, en Conrad y Rilke, en Darwin y Freud, en Nietzsche y en Runciman y en Tácito y Tucídides y Platón. Imaginar que mis educadores me hubieran privado de ello, que me hubieran transmitido la idea de que “eso no importa ni nos va a valer de nada en nuestras vidas”, me crea una sensación de desamparo y angustia y radical empobrecimiento, de falta de suelo bajo mis pies, que a nadie le desearía. Y aún menos a los niños y jóvenes, cuyos pasos son siempre frágiles y titubeantes. Y sin embargo es a eso, a ese brutal desamparo, a lo que los están condenando los crueles zopencos que hoy diseñan y dictan nuestra educación.»

viernes, diciembre 04, 2015

Espaciamiento entre dos goces - Jacques Derrida

«Todo el lenguaje se hunde después en esa brecha entre el nombre propio y el nombre común (que da lugar al pronombre y al adjetivo), entre el presente del infinitivo y la multiplicidad de los modos y de los tiempos. Todo el lenguaje sustituirá esta viviente presencia en sí de lo propio, que en cuanto lenguaje ya suplía las cosas mismas. El lenguaje se añade a la presencia y la suple, la difiere en el deseo indestructible de unírsele.

[…]

»El presente siempre es el presente de un goce; y el goce siempre es la acogida de la presencia. Lo que disloca a la presencia introduce la diferencia y la dilación, el espaciamiento entre el deseo y el placer. El lenguaje articulado, el conocimiento y el trabajo, la indagación inquieta del saber no son más que el espaciamiento entre dos goces».

De la gramatología

jueves, diciembre 03, 2015

Me espanto y me asombro - Blaise Pascal

205)

«Cuando considero la pequeña duración de mi vida, absorbida en la eternidad que le precede y que le sigue a, el pequeño espacio que lleno y aun el que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no ahí, pues no hay razón para que yo esté aquí y no ahí, ahora y no entonces. ¿Quién me ha puesto? ¿Por orden y conducta de quien este lugar y este tiempo ha sido destinado para mí? Memoria hospitis unius diei praetereuntis».

381)

«Si soñáramos a todas las noches con la misma cosa, ésta nos afectaría tanto como los objetos que vemos todos los días. Y si un artesano estuviera seguro de soñar todas las noches, durante doce horas, que es rey, yo creo que sería casi tan feliz como un rey que soñara todas las noches, durante doce horas, que es artesano.

»Si soñáramos todas las noches que nos persiguen enemigos y estuviéramos perturbados por tales fantasmas penosos, y si pasáramos todos los días en diversas ocupaciones, como cuando se viaja, sufriríamos casi tanto como si eso fuera verdad, y temeríamos el sueño como se teme el despertar cuando nos espanta pasar realmente por tales desdichas. Y realmente serían casi los mismos males que en la realidad. 

»Pero, porque los sueños son todos diferentes y porque un mismo sueño se diversifica, lo que en ellos se ve afecta mucho menos que lo que se ve en la vigilia, a causa de la continuidad, la cual, sin embargo, no es tan continua y tan igual que no cambia también, pero menos bruscamente, a no ser rara vez, como cuando se viaja; y entonces se dice: “Me parece que sueño”; pues la vida es un sueño un poco menos inconstante».

miércoles, diciembre 02, 2015

Encontrado entre los apuntes - Eduardo Espina

Encontrado entre los apuntes
(La tristeza da ganas de no hacer nada, y entonces alguien escribe)

“Apetece un no sé qué que se halla por ventura”
—le pertenece a San Juan de la Cruz,
y hay quienes lo han aprendido de memoria—
“Un promedio de por medio”, “Una causa que no
se anima a dejarle el desconocimiento a otros”,
o, la próxima vez que vaya a verlos, llevaré
“Una flor, para que no todo sea lo mismo”.
(Por no haber autoría o recuerdo alguno de alguien
antes de mí, esto debo de haberlo escrito yo, como
también la antepenúltima vocal de la palabra nada.)



“Caía la noche para ser echada de menos”.
(Primer verso del poema “Narciso en pose de idilio”
perteneciente al libro La caza nupcial, 1992, en cuya
portada aparece mi nombre.
Por lo tanto)

martes, diciembre 01, 2015

Efusión en el Ceart


Miércoles 2 de diciembre

13:00 hrs.
Introducción inaugural: “Yo creo que, yo soy… un código: lógica, analogía y gramatología” Gabriel Pareyón

17:00 hrs.
Intersección efusiva. Retroalimentación con creadores de San Luis Potosí.

20:00 hrs.
Acto en vivo. Klaus Obermaier

Jueves 3 de diciembre

10:00 a 13:00 hrs.
Intersección + laboratorio Código enactivo.
Klaus Obermaier + José Luis García Nava, Aniara Rodado y Gabriel Pareyón

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Instalación interactiva y performance"
Imparte: Klaus Obermaier

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Básica transmutación"
Imparten: Aniara Rodado y Jean-Marc Chomaz

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Incorporación del gesto al espacio virtual moldeable"
Imparten: Alejandra Ceriani y Fabricio Costa

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Materia oscura"
Imparte: Jaime Lobato

20:00 hrs.
Conferencia magistral: “¡Es tiempo de pensar el antropoceno! Un manifiesto“ Jean-Marc Chomaz

Viernes 4 de diciembre

10:00 hrs. a 13:00 hrs.
Intersección + laboratorio Código encarnado
Alejandra Ceriani + Alicia Sánchez, Beatriz Marcos y Óscar Yáñez

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Instalación interactiva y performance"
Imparte: Klaus Obermaier

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Básica transmutación"
Imparten: Aniara Rodado y Jean-Marc Chomaz

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Incorporación del gesto al espacio virtual moldeable"
Imparten: Alejandra Ceriani y Fabricio Costa

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Materia oscura"
Imparte: Jaime Lobato

20:00 hrs.
Acto en vivo. Vis-a-Vis. Giorgio Sancristoforo

Sábado 5 de diciembre

10:00 hrs. a 13:00 hrs. Intersección + laboratorio
Código magia
Giorgio Sancristoforo + Jaime Lobato, Lourdes Roth y Fabricio Costa

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Instalación interactiva y performance"
Imparte: Klaus Obermaier

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Básica transmutación"
Imparten: Aniara Rodado y Jean-Marc Chomaz

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Incorporación del gesto al espacio virtual moldeable"
Imparten: Alejandra Ceriani y Fabricio Costa

15:00 hrs. a 19:00 hrs.
Seminario-taller (gratuito) "Materia oscura"
Imparte: Jaime Lobato

19:00 hrs. a 22:00 hrs
Acto en vivo. Muestra procesual open class de los seminarios-taller
Klaus Obermaier (Austria)
Aniara Rodado (Colombia) y Jean-Marc Chomaz (Francia)
Alejandra Ceriani (Argentina) y Fabricio Costa (Argentina)
Jaime Lobato (México)

Efusión: código y producción de sentido, es un encuentro internacional que promueve la reflexión, la divulgación y el intercambio artístico entre creadores y teóricos de diferentes latitudes y disciplinas que trabajan la conjunción del cuerpo, la tecnología y la ciencia.

Participan Giorgio Sancristoforo (Italia), Gabriel Pareyón (México), José Luis García Nava (México), Alicia Sánchez (México), Beatriz Marcos (España), Lourdes Roth (México) y Óscar Yañez (México).

lunes, noviembre 30, 2015

Tempestad

Nuestro convite ha terminado. Estos actores nuestros, 
como os dije, eran todos espíritus, y 
se han fundido en el aire, en delgado aire, 
y, como el telón infundado de esta visión, 
las torres coronadas de nubes, los fenomenales palacios, 
los solemnes templos, y en sí la gran esfera, 
con todo lo que le pertenece, se disolverá, 
y, como este efímero espectáculo, 
no dejará rastro alguno. Nuestra sustancia 
es la misma de la que están hechos los sueños, y nuestra pequeña vida 
está cercada por un sueño.

domingo, noviembre 29, 2015

Para leer el futuro... y escribirlo: Vila-Matas

Fragmentos del discurso de EVM al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2015 que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Tomados del discurso completo publicado en la revista Nexos. Subrayados de este bloguero.
Nota bene: Saber que ya empezó la
@FILGuadalajara sin poder ir y ver de nuevo la primera temporada de "Prision Break" produce sueños loquísimos.

De cara a la narrativa que yo creía que estaba por venir, uno de mis puntos de orientación era el anartista Marcel Duchamp. Artista no, decía de sí mismo: anartista. En diferentes ocasiones, pensando en su legado, insinué que tal vez no sólo íbamos a dejar atrás por fin la anquilosada narrativa del pasado, sino que iríamos hacia una novela conceptual: un tipo de novela que recogería el intento de Marcel Duchamp de reconciliar arte y vida, obra y espectador. Tenía presente lo que decía Octavio Paz de esa reconciliación propuesta por Duchamp: “El arte fundido a la vida es arte socializado, no arte social ni socialista, y aún menos actividad dedicada a la producción de objetos hermosos o simplemente decorativos. Arte fundido a la vida quiere decir poema de Mallarmé o novela de Joyce: el arte más difícil. Un arte que obliga al espectador y al lector a convertirse en un artista y en un poeta”.

Creía que se abriría paso ese arte difícil y que espectadores y lectores devendrían artistas y poetas. Y creía que surgirían libros, donde la forma fuera el contenido y el contenido fuera la forma. Libros de los que alguien pudiera, por ejemplo, quejarse de que el material a veces no pareciera escrito en su lengua. Y a quien pudiéramos decirle: pero es que no está escrito después de todo, no está escrito para ser leído, o no sólo para ser leído; se ha creado para ser mirado y escuchado; mira, su escritura no es acerca de algo, es algo en sí mismo. Cuando el sentido es dormir, las palabras se van a dormir. Cuando el sentido es bailar, las palabras bailan. Los novelistas engendran obras discursivas porque se centran en hablar sobre las cosas, sobre un asunto, mientras que el arte auténtico no hace eso: el arte auténtico es la cosa y no algo sobre las cosas: no es arte sobre algo, es el arte en sí.

Por eso me gustaban más Bouvard y Pecuchet y Finnegans Wake, las obras imperfectas que se abren paso en Flaubert y Joyce después de sus grandes obras, Madame Bovary y Ulises, respectivamente. Veía en esas obras desatadas e imperfectas caminos geniales hacia el futuro. Creía que todos devendríamos artistas y poetas, pero luego las cosas se torcieron y, entre sombras de Grey, ahora triunfa la corriente de aire, siempre tan limitada, de los novelistas con tendencia obtusa al “desfile cinematográfico de las cosas”, por no hablar de la corriente de los libros que nos jactamos groseramente de haber leído de un tirón, etc.

A la caída de la capacidad de atención ha contribuido una industria editorial que está erradicando de la literatura todo aquello que nos quiere hacer creer que es demasiado pesado, o que va demasiado cargado de sentido, o que puede parecer intelectual. Y el panorama, desde el punto de vista literario —si es que ese punto de vista aún existe— es desolador.

“¿Y por qué los escritores son, más que otra gente, presa fácil de las depresiones?”, pregunta alguien en un relato de Mario Levrero. Y alguien dice: “Se deprimen porque no pueden tolerar la idea de tener que vivir en un mundo estropeado por los imbéciles”.

En un mundo en el que quienes leen son una pavorosa minoría, un escritor ya bastante hace con sobrevivir. Cada día son más inencontrables, pero quedan todavía algunos —podríamos llamarles “los escritores de antes”— que se salvan gracias a que aun saben arreglárselas para tratar de escribir lo que escribirían si escribiesen. Pero de estos cada vez hay menos. Son supervivientes de una especie en extinción; tipos complicados, gente de un coraje tan antiguo como el coraje mismo, gente zumbada; trastornada si ustedes quieren; gente esencialmente obsesiva, fascinantemente obsesiva.

A un amigo escritor le preguntó una dama en un coloquio cuándo iba a dejar de escribir sobre tipos que parecen moverse por el Far West y aniquilan a escritores falsos.

—Cuando me salga bien, dejaré de hacerlo —contestó.

En arte cuenta mucho la insistencia desaforada, la presencia del maniático detrás de la obra. Los escritores supervivientes saben que el futuro ya no va a llegar a través de las ondas; no va a llegar, como en el año en que nací, con las alegres formas de una música distinta.

Nortec: Tijuana Sound Machine - "Akai 47" (Music Video)

viernes, noviembre 27, 2015

La canción del croupier del Mississipi - Leopoldo María Panero

Canción pirata

Fumo mucho. Demasiado.
Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio,
y oigo pasar la vida como quien pone la radio.
Fumo mucho. En el cenicero hay
ideas y poemas y voces
de amigos que no tengo. Y tengo
la boca llena de sangre,
y sangre que sale de las grietas de mi cráneo
y toda mi alma sabe a sangre,
sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy,
en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños
que se mueven ingenuos, torpes, en
esta vida que ya sé.
Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
y no siento un corazón. No hay,
no existe en nadie esa cosa que llaman corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo,
la única sangre en este mundo que no existe
que es como el mal programado, o
como fábrica de vida o un sastre
que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
quizá el reloj y las horas pasan.
Me palpo, nervioso, los ojos y los pies y el dedo gordo
de la mano lo meto en el ojo, y estoy sucio
y mi vida oliendo.
Y sueño que he vivido y que me llamo de algún modo
y que este cuento es cierto, este
absurdo que delatan mis ojos,
este delirio en Veracruz, y que este
país es cierto este lugar parecido al Infierno,
que llaman España, he oído
a los muertos que el Infierno
es mejor que esto y se parece más.
Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos,
me digo que estar borracho es no estarlo
toda la vida, es
estar borracho de vida y no de muerte,
es una sangre distinta de esa otra
espesa que se cuela por los tejados y por las paredes
y los agujeros de la vida.
Y es que no hay otra comunión
ni otro espasmo que este del vino
y ningún otro sexo ni mujer
que el vaso de alcohol besándome los labios
que este vaso de alcohol que llevo en el
cerebro, en los pies, en la sangre.
que este vaso de vino oscuro o blanco,
de ginebra o de ron o lo que sea
- ginebra y cerveza, por ejemplo -
que es como la infancia, y no es
huida, ni evasión, ni sueño
sino la única vida real y todo lo posible
y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento
a algún ser que es probable que esté
ahí la vida de los dioses
y unos días soy Caín, y otros
un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros
un cazador de dotes que por otra parte he sido
pero lo mío es como en "Dulce pájaro de juventud"
un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días,
un asesino tímido y psicótico, y otros
alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto,
en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me
recuerdan, dicen
con la copa en la mano, hablando mucho,
hablando para poder existir de que
no hay nada mejor que decirse
a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube
la marea del vino en la sangre y el alma.
O bien alguien perdido en las galerías del espejo
buscando a su Novia. Y otras veces
soy Abel que tiene un plan perfecto
para rescatar la vida y restaurar a los hombres
y también a veces lloro por no ser un esclavo
negro en el sur, llorando
entre las plantaciones!
Es tan bella la ruina, tan profunda
sé todos sus colores y es
como una sinfonía la música del acabamiento,
como música que tocan en el más allá,
y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol,
tengo sangre en los ojos de borracho
y el alma invadida de sangre como de una vomitona,
y vomito el alma por las mañanas,
después de pasar toda la noche jurando
frente a una muñeca de goma que existe Dios.
Escribir en España no es llorar, es beber,
es beber la rabia del que no se resigna
a morir en las esquinas, es beber y mal
decir, blasfemar contra España
contra este país sin dioses pero con
estatuas de dioses, es
beber en la iglesia con música de órgano
es caerse borracho en los recitales y manchas de vino
tinto y sangre "Le livre des masques" de Rémy de Gourmont
caerse húmedo babeante y tonto y
derrumbarse como un árbol ante los farolillos
de esta verbena cultural. Escribir en España es tener
hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya
no justifica nada ni nadie, ninguna sombra
de las que allí había al principio.
Y decir al morir, cuando tenga
ya en la boca y cabeza la baba del suicidio
gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas
en este paraíso para espectros
y también a los ciervos que he visto en el bosque,
y a los pájaros y a los lobos en la calle y
acechando en las esquinas

"Poesía" 1970 - 1985