miércoles, diciembre 16, 2015

Vader, Shakespeare, Fresán, el lado oscuro y exámenes finales

Hay personas y personajes que no requieren pasado, hay otras y otros cuyo pasado es lo importante. Cuando yo los conocí, Hannibal Lecter y Darth Vader ya eran. Como pasa en ciertas relaciones, así los quise. Y es que nacemos el día en que nos conocemos, o algo así dice la canción.

No me llenó mucho conocer los orígenes. Los episodios 1 a 3 de La guerra de las galaxias (Star Wars) no estuvieron a la altura de los recuerdos infantiles —no supe que Una nueva esperanza era el episodio 4 cuando lo vi en el cine Plan de San Luis, ni me importó—,  con sus larguísimas persecuciones y explicaciones no pedidas. Si acaso los villanos que tampoco tenían una historia tan visible, Darth Maul o el general Grievous, reanimaron la memoria.

Durante esta semana, ya casi Navidad, semana de exámenes finales en la escuela donde doy clase, llega un nuevo capítulo de la saga a los cines. El siete: La fuerza despierta. Mercadotecnia y expectación por doquier, comentarios encontrados. La nostalgia nos gana a muchos aunque sepamos, a golpe de episodios, que ya nada es lo mismo. Habrá que verlo. Son ecos (distorsionados como todos, casi todos) de personajes de mitos y novelas que fueron mis amigos: Odiseo, Hércules, Hyde, Frankenstein, Gulliver, Sandokan, Jean Valjean...

En cada salón de clase, al llegar a aplicar el examen, he puesto en mi teléfono la Marcha Imperial para, digamos, hacer ambiente. Algunos ríen, otros me miran asombrados. "¡Qué malo, profe!" Antes me incomodaba, pero el lado oscuro tiene su encanto. Y me visto de negro. Ya lo decía Shakespeare:

Mejor ser vil que tal considerado
Cuando, sin serlo, esta culpa te achacan,
Y un lícito placer pierdes, que tanto
Los demás condenan, pero no tu alma.

Pues ¿por qué los ojos espurios de otros
Han de juzgar a mi impetuosa sangre;
O espiar mis flaquezas quien es más flojo
Y estima malo lo que yo, agradable?

No, yo soy el que soy; y los que apuntan
A mis desmanes, los propios exponen;
Habrá en sus ojos una torcedura,
Que sus juicios no ensucien mis acciones.

A no ser que esta máxima sostengan:
Todo hombre es malo y en su maldad reina.


Les comparto un fragmento de La parte inventada, de Rodrigo Fresán, y que la fuerza esté con ustedes.

"Tan tan tan ta-tatán tan..." Comprende que está en graves problemas cuando, al escuchar un sonido extraño en su casa y no poder ubicar de dónde surge (surge, ah, qué verbo tan sónico), finalmente descubre que ese sonido sale de su propia boca. De entre dientes apretados. Y que no es otra cosa que su voz cantando por lo bajo, grave, marcial, el ominoso e inmediatamente pegadizo e inolvidable motivo musical con el que se marcan las entradas y salidas de escena del oscuro y asmático Darth Vader en las películas de la saga Star Wars.
Así que en eso estaba él, avanzando por una casa que ahora le queda demasiado grande. Y se mueve por los pasillos y habitaciones sospechando que, tras ellos y bajo ellas, hay más pasillos y más recintos. No como en la más imperial y opresora de las naves espaciales sino más cerca de esas mansiones de película victoriana que muestran a mayordomos y sirvientas apareciendo de pronto, como fantasmas vivos y obedientes a los que se ha convocado gracias a una red de campanillas y timbres, brotando de puertas disimuladas en las paredes por el empapelado y la pintura y las telas y tapices a los que se accede entrando en armarios sin fondo desembocando en escaleras que conducen a las profundidades. Así, Darth Vader ha retrocedido en el tiempo y camina, imponente, por un escenario de falsa campiña inglesa sin entender cómo ha ido a dar ahí desde su galaxia muy pero muy lejana.

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