domingo, diciembre 20, 2015

Hospitales

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. 
(Héctor Viel Temperley, Hospital Británico, 1984) 

¿Quién quiere escribir en un hospital? Tanto tiempo y sin embargo tan pocas ganas. El cuerpo que nos sostiene (y ama y goza y lo que somos) hoy no responde. Las palabras se agolpan en los sueños. Las ansias de dormir inmovilizan. El goteo de la venoclisis arrulla. En otra cama un "Ay, Dios mío" se vuelve un gemido, una forma de respirar. Mejor, de exhalar. Y uno calla, mira al techo y cede a la nostalgia.

—¿En qué piensas?

—Muchas cosas.

En las áreas de urgencias del ISSSTE y del IMSS hay un sistema de semáforo: rojo para atender de inmediato, por riesgo de muerte; amarillo, en minutos, verde si no hay riesgo. Diferencia entre emergencias "reales" y emergencias "sentidas". El riesgo es ¿quién diagnostica? Pueden pasar horas si el médico se equivoca y manda en verde a alguien (72 años, con vómito constante, debilidad y palidez notorias) o si, como en el caso de otro paciente, se traspapela su solicitud de entrada.

¿Cómo me llamo? ¿Qué hora es? ¿Desde cuándo estoy aquí? ¿Quién está afuera?

¿Quién nos acompaña en el lecho? ¿Quién quisiéramos que nos acompañe?

En estos días, con sus tres noches, largas, frías, nadie ha sabido dar información. Demasiadas contradicciones. Los doctores están muy ocupados, intenta justificar un guardia. Un médico desdice al anterior en dietas y medicinas, en información a medias. El personal, sí, hace lo que puede, pero a veces ni siquiera alcanzan los desayunos y los parientes tienen que ir a comprar algo para su paciente.

Gritos, sangre, dolor, mucho dolor. Enfermos posiblemente contagiosos junto a otros heridos, o mujeres parturientas.

Sí, muchos no queremos ir al doctor, lo dejamos para cuando ya no aguantamos el dolor. Y mucho es por esta espera, esta incertidumbre, estos diagnósticos.

Hospital viene de hospitalidad, y a veces no se cumple. Equivale a miedo.

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