Yo dispuse sobre la larga mesa de los alimentos
de la Pascua.
Soy vieja y sé quién está coronado por la muerte. Era Él.
No me atrevía a consolarlo
porque mirando por la puerta la triste noche de Jerusalem
empezó a destazar para sus discípulos
el gran pan
como si fuera un animal de trigo.
Abandoné discretamente el comedor cuando Él decía:
cada pedazo de pan que reciben soy yo.
Uno de los doce preguntó:
¿estás empezando una parábola, Maestro?
Afuera pensé: ¡qué poco avisados sus discípulos
que no ven que el hombre está coronado por la muerte
y que pan o carne es lo mismo!
Cuando se marcharon
mi vecina me acusó de exagerada e imaginera:
Él siempre habla con símbolos, me dijo;
pero en el comedor vacío, entre las migajas y el vino,
percibí el límpido olor de una herida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario