sábado, diciembre 12, 2015

Peregrinar


Desde la noche anterior el tráfico de automotores se interrumpe. Suenan cohetes a toda hora. La calle adoquinada recibe a miles de devotos, familias. No hay quien quite a los comerciantes del templo santuario-basílica y su música y gritos se funden con los rosarios y los cantos. 


Dentro de San Luis Potosí es el templo más importante dedicado a la Virgen de Guadalupe pero no más allá. Son más famosos como sitios de peregrinación el templo del Señor de los Trabajos (lo paternal) o La Virgen del Desierto (lo maternal), en la capital, y San Francisco en Real de Catorce o la Virgen de las Torrecitas, por ejemplo. Y más allá: los contingentes de viajeros van, a pie o en camión, a San Juan de los Lagos, al templo del santo Niño de Atocha o a la Basílica de Guadalupe.


Organizados, con pendones y cirios, formados, distintos pero iguales, ¿las caminatas de grupos a lo largo de la Calzada de Guadalupe deberían llamarse peregrinaciones? ¿Cuanta distancia es la mínima, cuánta la necesidad de perderse para ser considerado "viajero" o "extranjero" según la etimología?

Hay quien usa indistintamente nomadismo, peregrinación, vagabundeo o vida errante, sin tomar en cuenta la dirección de ese deseo, de la necesidad de pertenencia o no: la peregrinación tiene un objeto, agradecer o pedir. Es lo contrario de ser nómada, pues avanza para no perderse, llegar y cumplir con una misión.

Dice Michel Maffesoli: «Se ha podido observar también, a propósito del culto a los santos, y a las peregrinaciones que suscitaban, que éstas constituían una verdadera "terapia del espacio" o bien una "terapia de la distancia". Esto, antes de los descubrimientos de la psicología, suena francamente moderno: la partida como remedio».


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