miércoles, febrero 29, 2012

Perseo vencido - Gilberto Owen

Madrigal por Medusa

No me sueltes los ojos astillados,
se me dispersarían sin la cárcel
de hallar tu mano al rehuir tu frente,
dispersos en la prisa de salvarme.

Embelesado el pulso, como noche
feliz cuyos minutos no contamos,
que es noche nada más, amor dormido,
dolor bisiesto emparedado en años.

Cante el pez sitibundo, preso en redes
de algas en tus cabellos serpentinos,
pero su voz se hiele en tu garganta
y no rompa mi muerte con su grito.

Déjame así, de estatua de mí mismo,
la cabeza que no corté, en la mano,
la espada sin honor, perdido todo
lo que gané, menos el gesto huraño.

sábado, febrero 25, 2012

otros tuits

Posoye, como lo fue casi todo lo anterior sobre el plagio, que no plagiado, va algo más de lo que he publicado en ese estúpido y sensual formato de no más de 140 caracteres, y etiquetas y así:
- - -  - - -

* Como quien se autonombra doctorante, así podrían decirme enamorante. aspirante a enamorado con papeles no oficiales, producto del insomnio.

* Vine a tu mirada porque me dijeron que aquí se crea muy padre una tal poesía...

* Desde mis muertes insomnes tus ojos me están acechando, me acechan, sí, me enamoran... #vámonosaldiablo

* Soy una construcción léxica demasiado sencilla: un sujeto (sin adjetivos) con su predicamento.

* Los kafkianos llegaron ya... pero no bailan.

* Esta noche no estoy para brumas...

* Todo lo que calles puede ser usado en mi contra.

*Leo una nota sobre un hombre llamado Memorio, un sicario de Michoacán abatido, como tantos. Memorio. una de tantas historias...

* Truenas, relampagueamos... Río, granizas. Llovemos.

* Me gusta ver la lluvia desde la barrera.

*Que vuelve a quien lo toma, gavilán o poema...

* Y fui poema, por querer ser gavilán...

* Tu yerba me sabe a nombre...

* Lectura poética en silencio mayor para una amada ausente y cochera con público inexistente. En estos instantes.

* Y escriban sobre mi tumba mi último tuit con 140 balas... #aycorazónporquénoamas

* Un día de estos voy a volver loca a mi siquiatra. Cada que termina la sesión se toma disimuladamente una pastilla igual a las que me receta.

* El amor existe: lo he llorado con mis propios ojos.

* Si sabes que te están leyendo procura dar un buen show. Si te piden un (texto) privado procura hacerlo bien, aunque luego corras al camerino a chillar.

* Y a pesar de todo, los pasos. La posibilidad, a pesar de pesos muertos y pesares.

* Justo cuando me colgué una llave en el pecho dejó de relampaguear. Ahora es una lluvia finita finita pero que parece no detenerse...

* Escribir sobre el dolor, pero en ausencia del mismo. Entre punzada y punzada no caben muchas palabras.

* ¿Si cuento las punzadas podré dormir? Salte a saltar la cerca, saltarla cerca. A pastar, pasta... bala... Basta. #trepanaciónnecesaria

* Que nos cargue el payaso después de que nos cargue la poyesis... #posoye

* No sé cuándo me va a cargar el payaso, pero hay noches que me extiende los brazos, amoroso y sonriente.

* Y cuando despertó comparó, vio que la pesadilla era buena y se volvió a dormir.

* Tú tan metal precioso y yo no valgo madera...

* La última gota del desierto, última gota que (se)  derrama (d)el vaso.

*Hay un sueño en algún pliegue de mi almohadón de plumas que no me deja levantarme.

Del plagio que no se atreve a decir su nombre

* Recortar es volver a escribir.

* Debería ponerme a plagiar algo a ver si así dejo de escribir tu nombre.

*No es lo mismo. Lo que pasa que tengo el don de lenguas al escribir.

* Cría cuervos y te sacarán los plagios.

*Qué sabes del amor si nunca has plagiado un verso para dedicárselo.

*Plagios verdes, serenos...

* O tal vez es mi vocación de paleontólogo literario: desenterrar palabras y asignarles un nombre, imaginar cómo fueron dejadas ahí y contar esa historia que encontramos a medias.

* Plagios que no (se) ven, calificación que no siente.

* Tus poemas me dejan con el plagio cuadrado.

miércoles, febrero 22, 2012

ceniza

Hace mucho que no iba a la iglesia este día, creo que este año iré. Otras veces en donde estuviera sólo tomaba un puño de tierra y me lo dejaba caer lentamente sobre el rostro. Zen isa: el sonido de un fuego que se extingue. En la frente crepita el signo. No importa la forma de la mancha que podría ser de sangre, sino que se funda con la piel.

Donde hubo fuego cenizas quedan. En tu frente, en tu pecho... Significamos mientras alguien musita una oración. Ya pasó. Algo, una vida, cualquier cosa. Y sin embargo un ave fénix se empeña en salir del pecho.

Queda el camino al desierto: cuarenta líneas con sus noches y algunas tentaciones, frías, en las rocas.
Que los gusanos miren, como todos, el reloj, y aguarden su turno.

martes, febrero 21, 2012

La certidumbre de existir - Aldo Pellegrini

Si
lo he visto todo
todo lo que no existe destruir lo que existe
la espera arrasa la tierra como un nuevo diluvio
el día sangra
unos ojos azules recogen el viento para mirar
y olas enloquecidas llegan hasta la orilla del país silencioso
donde los hombres sin memoria
se afanan por perderlo todo

En una calle de apretado silencio transcurre el asombro
todo retrocede hasta un limite inalcanzable para el deseo

pero tu y yo existimos

tu cuerpo y el mío se adelantan y aproximan
y aunque nunca se toquen aunque un inmenso vacío los
separe
tu y yo existimos

sábado, febrero 18, 2012

Tréboles - Jorge Guillén

Cada vez que me despierto
mi boca vuelve a tu nombre
como el marino a su puerto.

*

Este volver a empezar
cada jornada sin ti,
esta sensación de mar
que navego y ya perdí...

*

Como si mi voz te alcanzase,
murmura: Amour adoré,
¿No puedes oírme? No sé.

*

Vivos estamos en la frase.
¡Qué lejos ayer de hoy!
Hondo ayer: dos fuimos uno.
Hoy no estás y yo no soy.

*

Gentes que me son extrañas:
esas que me creen solo
sin ver que tú me acompañas.

*

Así voy sin ti: perdido
por entre gentes que anulan
nuestro amor bajo su olvido.

*

La Patria, lejos, en el lodo.
Soledades alrededor.
Navidad a pesar de todo:
hijos, su recuerdo, mi amor.

*

La memoria, malla a malla,
me cubre armando su mundo.
Interior, mi noche calla.
En tu recuerdo me hundo.

*


Ya te lo decía yo.
Era imposible el olvido.
Fuimos verdad. Y quedó.

*

Sobre esta misma almohada
me acompañó su cabeza.
Sé ya ahora cómo empieza
la blancura de la nada.

*

Despierto y como no estás,
no me suena el mundo a mundo:
nunca a solas no hay compás.

*

¡Estaba yo tan contento
de ser yo, yo para ti!
¡Qué alegría ser así
dos historias en un cuento!

*

Lo que un día me dijiste
de nuevo suena en mi oído.
La soledad no es tan triste.
Ser es también no haber sido.

miércoles, febrero 15, 2012

No, amor mío...

CYRANO: ¡Su carta!… ¿No me prometiste dejármela leer algún día?

ROXANA: Sí ¿Lo deseáis?… ¿Deseáis leer su carta?

CYRANO: Sí. Quiero leerla… ¡Hoy!

ROXANA: (dándole la bolsita que pende de su cuello.) Tomadla.

CYRANO: (cogiéndola) ¿Puedo abrirla?

ROXANA: ¡Podéis leerla también! (Ella vuelve a su labor y se entretiene replegando y ordenando sus lanas.)

CYRANO: (Lleyendo) “Roxana, adiós. ¡voy a morir!…”

ROXANA: (deteniéndose asombrada) ¿Pero en voz alta?

CYRANO: (continuando su lectura) “Esta tarde, amada mía, tengo el corazón lleno de amor no expresado… ¡y voy a morir! Nunca, jamás mis ojos embriagados, mis miradas alegres…”

ROXANA: ¡Cómo leéis esa carta!

CYRANO: “… alegres de amor, no volverán a besar al vuelo vuestros gestos…¡os envío en esta carta el beso acostumbrado para que, por mí, él toque vuestra frente! Quisiera gritar…”

ROXANA: (Turbada) ¡Cómo leéis esta carta! (La noche cae insensiblemente)

CYRANO: “…y grito: ¡Adiós!”

ROXANA: ¡La leéis…!

CYRANO: “¡Querida mía! ¡Amada mía! ¡Mi tesoro!…”

ROXANA: ¡Con una voz…!

CYRANO: “Amor mío…”

ROXANA: ¡…Con una voz…! (Se estremece) Pero… ¡no es la primera vez que oigo esa voz!

(Se acerca suavemente sin que Cyrano se dé cuenta, pasa por detrás de su sillón, se inclina sin ruido, mira la carta. La sombra aumenta.)

CYRANO: “…Mi corazón no os abandona un instante. Soy y seré siempre, hasta en el otro mundo, el que os ame sin medida, el que…”

ROXANA: (Poniéndole la mano en los hombros) ¿Cómo podéis leer ahora? ¡Es de noche! (Él se estremece, se vuelve, la ve junto a sí, hace un gesto de emoción y baja la cabeza. Luego pausa. Después, cuando ya la oscuridad es completa, Roxana añade lentamente, juntando las manos.) ¡Y durante catorce años, habéis desempeñado el papel del viejo amigo que viene para ser simpático!

CYRANO: ¡Roxana!

ROXANA: ¿Erais vos?

CYRANO: ¡No, Roxana, no!

ROXANA: Hubiera debido adivinarlo cuando él decía mi nombre.

CYRANO: ¡No! ¡No era yo!

ROXANA: ¡Erais vos!

CYRANO; ¡Os juro…!

ROXANA: Adivino toda esta impostura generosa. ¡Las cartas eran vuestras!

CYRANO: ¡No!

ROXANA: ¡Aquellas palabras amorosas y ardientes eran vuestras!

CYRANO: ¡No!

ROXANA: ¡Aquella voz en la oscuridad era vuestra!

CYRANO: ¡Os juro que…!

ROXANA: Y el alma…¡el alma era vuestra!

CYRANO: ¡Yo nunca os amé!

ROXANA: ¡Vos me amasteis!

CYRANO: (debatiéndose) ¡Era el otro!

ROXANA: ¡Vos me amasteis!

CYRANO: (con voz débil) ¡No!

ROXANA: ¡Ya lo decís más bajo!

CYRANO: ¡No!…No, amor mío…¡yo nunca os amé!

ROXANA: ¡Ay!… ¡Cuántas cosas ya muertas vuelven a renacer!…¿Por qué habéis callado durante catorce años si las lágrimas de esta carta no eran de él sino vuestras?

CYRANO: ¡Pero la sangre era suya!

martes, febrero 14, 2012

líquido

No estoy leyendo poemas de amor.
No, no estoy llorando.
Quizá me disuelvo un poco
mientras trato de desatarme
atando un agujero negro
en esta hoja en blanco.
Me liquido aquí,
gris,
mientras las palabras evaden
el molesto goteo
y escapan a la lluvia.

lunes, febrero 13, 2012

Don Juan derrotado - Julian Herbert

Todas mis mujeres quieren estar con otro.
Me abandonan por un adolescente,
alaban a su esposo mientras yo las estrecho,
se van con periodistas,
con autistas,
con rubios bien dotados, con guerreros
y cantantes venidos de ultramar.
Todas son bárbaras, histéricas,
infieles: me acarician
con el filo azorado de un puñal de lencería
y se lanzan a bailar en la inmunda taberna
montadas en los ácidos corceles del calor.

(Siempre bailan con otro:
mi vida es un gazapo entre las pausas de la orquesta.)

Yo las deseo entrecortadamente,
como un caimán imbécil y violento
que gusta de la presa aderezada con veneno.
Yo las deseo en las cornisas más esbeltas del amor.

Abismos sucesivos y dádivas perpetuas,
sus cuerpos se prolongan en mí hasta confundirse:
una compra cortinas,
ésta me pide que por favor la abofetee,
aquélla está sentada en un parque vacío,
la mirada perdida, comiéndose un helado.
Yo les muerdo los cuellos,
les palpo cada legua de la piel,
les hablo con la piedad de un epiléptico
que habla a sus pesadillas.
Ellas no duermen nunca: su único empeño
es la traición.

Celosas. Inconstantes.
Me arrojan de sus vidas como a un príncipe azul
que es echado de la fiesta de disfraces
con nada más que un vaso desechable en la mano.

Todas me engañan. Todas.

En sus brazos,
yendo de unos a otros brazos,
me siento como César, que miraba
–mientras ardían en su pecho los cuchillos–
algunos de los rostros que más amó.

domingo, febrero 12, 2012

El camino del paraíso

Las vidas que terminan como los artículos literarios 
de periódicos y revistas, 
tan fastuosos en la primera plana y rematando 
en una cola desvaída, 
allá por la página treinta y dos, 
entre avisos de remate y tubos de dentífrico.

Julio Cortázar, Rayuela, 85. 


Después de varias horas, ella le quitó la pluma de la mano y le señaló el camastro al otro lado de la habitación, al final de la escalera. Fueron juntos. Él le pasó el dedo índice por su cabello y se siguió por la mejilla hasta llegar a su boca, mientras ella musitaba que Dios no existe, y que el juego quedaría incompleto. Los cuatro ojos apenas entreabiertos, el dedo siguió por el cuello hasta los senos, y tras dos gráciles curvas siguió descendiendo por el vientre, se detuvo un momento en el ombligo y bajó hasta su sexo. 

Que ella midiera diez centímetros no era impedimento para la magia. 

Rojiza y luminosa, perfecta en sus dimensiones, ella revoloteó en la habitación y con el frescor de sus alas apagó la vela que estaba sobre la mesa. Se posó en la boca del visitante, que se había recostado mirando las estrellas, entre las cuatro paredes sin techo, cada una con una puerta abierta al verdor y al espíritu. Su amada abrazó los labios para agrandar su beso y así durmieron arrullados por las chicharras. El exceso no reside en el tamaño, murmuró la criatura alada, bañada en el sudor de su compañero.

Por la mañana, el visitante la vio parada encima de su hombro, batiendo las alas, y supo que ya tenía la novela en sus manos. Las historias. Se asomó a la selva y vio a su amigo Edward desnudo en un balcón, sonriendo entre la tupida barba y rodeado de hadas rojas y verdes, que aleteaban alegres como flores de la escalera en forma de torre —o viceversa—, que se perdía en el infinito.

—¡Hola, Julio! ¿Qué tal dormiste? No importa si no has despertado aún, yo nunca lo hago por completo. El Edén nos espera para fundirse con nosotros. Vámonos a bañar y luego desayunamos, para que te regreses a escribir o a hacer el amor con esa pequeña que parece que ya te tomó cariño.

* * * 

Debes venir al paraíso, es vital para que puedas terminar el juego del que tanto me has hablado; sólo aquí, le había escrito Edward, encontrarás el realismo que te has propuesto, el que no se ve en las revistas ni en las guías de turistas. Aquí, arriba es abajo y las hojas se confunden con el cielo que trata de ser enredadera. Aquí todo palpita, decía la carta. Ven y te llevaré a donde nadie se atreve, conocerás la vida y encontrarás la magia aunque tus personajes no estén seguros de los resultados que extiende el tarót.

Y así un día cualquiera emprendió el viaje desde Argentina, sin que nadie lo supiera, sin avisar siquiera a su mujer, la pobre, que pensaba que él estaba encerrado armando el rompecabezas de su próxima novela. Como un juego que se dibuja con tiza. Con un mazo de hojas, una pluma y un tintero, dos mudas de ropa y la imaginación a mil recorrió el mapa trazado por Edward, tan mal hecho que se perdió varias veces en el trayecto desde la ciudad de México.

El pueblo, entre cerros, no era un buen presagio para el Edén prometido, pero la imagen de Edward con la cabeza simulando un foco encendido le había perseguido desde hacía muchos días, y más la promesa de que allí no encontraría personajes sino poesía, el principio del placer, como antes del pecado original.

Desde el principio supo que no podría contar lo que encontró, ahíto de los trayectos entre sus tierras adoptivas. No encontró manzanas sino frutas de la pasión, en cada árbol, en cada palma, en las enredaderas que se fundían en los muros. Las pinturas de famosos pintores en cada pared, muchas a la intemperie, le parecieron fuera de lugar, aunque las torres enlamadas se correspondían con los troncos del paraíso, y las huellas entre la tierra llevaban exactamente al sitio que no buscaba.

—El Edén no puede ser parte del juego —le dijo a Edward de entrada—, no del que estoy trabajando. Es para otro tipo de relatos, relatos en los que no podría entrar. Mis construcciones tienen utilidad, no como vuestros puentes, que os llevan al mismo sitio, o al vértigo. En el mándala hay un orden, y aquí los sueños se han apoderado del lugar, con un anarquismo que tendrían otras lecturas.

—Su realismo no es el mismo que el mío, querido amigo —respondió Edward—, no al menos el que he conocido en las alas de ellas.

Y fue entonces cuando llegaron todas. Volaban en una coreografía exquisita, siguiendo la música del lugar. Con su pequeña desnudez traslúcida de tonos violetas dieron algunas vueltas sobre Edward y luego fueron a posarse en el cuerpo de Julio, quien extendió los brazos para que más criaturas se posaran en él.

—¿Qué son? ¿De dónde son? ¿Por qué vuelan?

—Durante toda mi vida busqué el paraíso, el Edén del que habla La Biblia. Y cuando ellas surgieron de entre la selva supe que lo había encontrado. No es sólo por el calor que me gusta andar desnudo, sino por el goce de sus alas, por el estremecimiento que me causan sus pequeños pies en las ingles, por su levedad y mis ganas de renunciar a casi todo. Vuelan porque la atmósfera aquí es distinta al del mundo que conocemos. Mezcla tus atmósferas con la de ellas y verás.

* * *

Al principio estuvieron todas viéndolo mientras escribía, pero se fueron marchando a danzar con las luciérnagas a medida que florecían las cigarras. Sólo quedó la que se había sentado junto al tintero, más roja que las demás, con un gesto coqueto en su pequeña nariz, la que toda la tarde le había susurrado palabras extrañas que sonaban a rituales. Las otras se asomaban sólo a la hora del desayuno, cuando Edward llegaba luciendo su blanca piel decorada con los rubíes plasmados por los mosquitos.

—¿Te das cuenta que aquí eres el parásito?

—Sí, pero al ritmo que me marca el mismo Edén. Trato de fundirme en cada uno de sus sustratos.

—¿Hasta cuándo pensás seguir construyendo?

—Hasta que cada giro de los escalones quede en su lugar. Cuando te vayas verás.


Tras unos días Julio tuvo que volver a su casa, pensó que su mujer o alguien más lo estaría extrañando. Hubiera necesitado una lupa para apreciar las lágrimas que creyó le brotaban al hada que lo acompañó durante toda su estancia. Qué ganas de llevársela a Argentina, qué ganas de seguir oyendo su voz, una voz "ortográfica" que no sabía cómo pero debía usar en su siguiente novela.

—Biajero, adios, nos beremos en la vida futura, si kres en ella. Recuerda cuánto hicimos morir a dioz y kuánto nos morimos al tokarnos, al amarnos en nuestras diferencias tan etéreas. As fayesido ya y rebibido y oy te detendría de no ser porque tienes que asomarte al río tú zolo. No digas que me konosiste, inventa algo nuevo que refleje tanta intensidad y todo el kalor que nos dimos. Blasfemia hubiera sido no decirnos todo y no gosar nuestro paraizo.

Sin despedirse de Edward, Julio subió la escalera hacia ninguna parte y salió de Xilitla.

domingo, febrero 05, 2012

La ley como el amor - W. H. Auden

La Ley, dicen los jardineros, es el sol,
la Ley es aquello
que todos los jardineros obedecen
mañana, ayer, hoy.

La Leyes la sabiduría de los viejos,
rezongan lánguidos los abuelos impotentes;
los nietos sacan una lengua atiplada,
la Ley es la razón de la juventud.

La Ley, dice el sacerdote con mirada piadosa,
explicándose ante una congregación impía,
la Leyes las palabras en mi piadoso libro,
la Ley es mi púlpito y mi campanario.
La Ley, dice el juez con su mirada de menosprecio,
hablando con claridad y suma dureza,
la Ley es como ya os dije,
la Ley es como, supongo, sabéis es
la Ley, pero dejadme que os lo explique otra vez,
la Ley es La Ley.

Sin embargo, los eruditos cumplidores de la ley escriben:
la Ley no acierta ni se equivoca,
la Ley no es más que crímenes
castigados por lugares y épocas,
la Ley es la ropa que llevan los hombres
en cualquier momento, en cualquier lugar,
la ley es Buenos Días y Buenas Noches.

Otros dicen, la Ley es nuestro Destino;
otros dicen, la Leyes nuestro Estado;
otros dicen, otros dicen
la Ley ya no existe,
la Ley ha desaparecido.

Y siempre la muchedumbre furiosa y vociferante,
muy furiosa y muy vociferante,
la Ley somos nosotros,
y siempre el débil idiota débilmente Yo.

Si nosotros, cariño, sabemos que no sabemos más
que ellos sobre la Ley,
si yo no sé más que tú
qué deberíamos y no deberíamos hacer
salvo que todos aceptamos
de buen grado o por fuerza
que la Ley es
y que todos lo sabemos,
si por tanto pensando que es absurdo
identificar la Ley con otra palabra,
a diferencia de tantos hombres
no puedo decir que la Ley es otra vez,
no más que ellos podemos sofocar
el deseo universal de descubrir
o zafarnos de nuestra propia situación
hacia una condición indiferente.

Aunque al menos puedo limitar
tu vanidad y la mía
a expresar tímidamente
una tímida similitud,
alardearemos de todos modos:
como el amor, digo yo.

Como el amor que no sabemos dónde o por qué,
como el amor que no podemos imponer ni abandonar,
como el amor que a menudo lloramos,
como el amor que rara vez conservamos.