domingo, mayo 27, 2012

Pentecostés


No sé. Creo que me equivoqué de lengua. El fuego que me tocó no era el adecuado o no supe mantenerlo.

Ese domingo empezó todo. Estábamos todos juntos cuando de pronto se oyó un ruidajal y que nos cae así como un viento bien fuerte. Además de los que querían charlar en arameo, frigio, árabe y lorem ipsum, uno empezó a hablar con denuedo en mandarín, uno más en klingon, otro en nahuatl y hubo quien discutía en élfico. (Dicen que Judas hubiera hablado en sith, pero ya sus entrañas se habían desparramado en Acéldama.)

A dos más les entró la prisa por escribir: de ahí salió una trilogía dividida en cuatro evangelios.

Nos habíamos echado algunas copas pero no estábamos borrachos, era el Espíritu Santo, como les dijo Pedro a todos los que nos veían (lo bueno que no cantó el gallo dos o tres veces tras pronunciar su discurso).

Quedamos de vernos dentro de algunos años en la torre de Babel, y por mientras cada quien jaló pa donde lo llevó el idioma a hablar de amor y tratar de ponerlo en práctica.

En el lugar que me tocó nunca dije lo que creí decir: o no me ponían atención o yo estaba muy wey para hablar de amor, me cai. Todos se confundían, sólo dos o tres se quedaron conmigo, aunque supe que más allá de creer en la palabra tenían que hacer su vida. Mejor me vine a Real de Catorce mientras se apaga la llama que traigo en mi cabeza, a ver si puedo volver a comunicarme. Total, yo ya lo dije, y el que entendió, entendió.

1 comentario:

  1. Anónimo9:51 a.m.

    Quedan las ganas de comulgar, oír la palabra y desear la paz. Escribir... Ser algo que merezca algo.

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