domingo, junio 24, 2018

Llueve - Elisa Carlos

Esta lluvia chorreando sobre el parabrisas esmerila el cristal. A ti te gustaba oírla, pero siempre desde adentro, desde algún lugar muelle, cálido. Te miraba en silencio, la escuchabas a través de la ventana. Y la expresión de tus ojos tan ausente encajaba en mi cuerpo ese deseo intenso de acariciar tu piel, de decirte: mírame, aquí estoy, siempre lo he estado y te quiero. La carretera está muy mojada. No sé cuánto tiempo he manejado el auto, dos horas tal vez y aún tengo sobre la piel las huellas calientes de tus manos. Hoy se cumplieron las fantasías. Qué importa que haya sido en un hotel de paso, tan de prisa, tan clandestino; fuiste mío por única vez. El camino es largo y esta noche parece un túnel oscuro. Y aquella tarde hace veinte años otra vez aquí, de nuevo tu risa. Deseaba verte reír para siempre y me tomaste la mano, tan amigo, tan casi hermano. Jamás supiste cuántas noches me revolví en la cama codiciando tu calor, tus ojos, tus labios. La luz de los faros es un espacio amarillo, cerrado como tú. Jamás conoceré tus pensamientos. Te habías encerrado dentro de ti para siempre, desde niño. Tus ojos ausentes fueron ventanas vacías. Tengo poca gasolina, debí pararme en la última gasolinera, no sé qué me pasó… o tal vez sí; fue por ti, por tus besos, por mis labios sobre tus ojos, por mis manos en tu rostro, por tu ausencia. ¿A qué distancia estará la próxima gasolinera? El día de tu vida está conmigo o estoy ahí. Era linda tu novia. No podía dejar de contemplarla; su mirada clara, transparente te seguía, y ella era yo. La abrazabas y mi cuerpo sentía tu cuerpo pegado al vestido blanco, te besaba y mis labios te bebían, y te ibas con ella, conmigo, y no te vi los ojos; no quise.

—Llene le tanque, por favor.

Te encontré cinco años después; vivías en Mérida y no tenías hijos. Sonreíste, y todo fue igual. No pregunté por tu esposa, no me importaba. Con ella o sin ella, eras imposible. Hablamos. Tú padre había muerto; me lo contaste indiferente y sin embargo vi ahí detrás de tus ojos, por única vez, una chispa que me asustó. Lo recordé, áspero, soberbio y aparté la mirada.

Siento el aroma del mar, estoy cerca. Dentro de unas horas se cumplirán veinticuatro horas de nuestro encuentro. Estuve a punto de pasar a tu lado sin conocerte. ¿Cómo fue posible que siete años te hicieran eso? Se te hundieron los ojos y los huesos marcaron tu cuerpo desde adentro, como tú con la lluvia, desde adentro. El rumor del auto sobre el asfalto mojado enturbia el recuerdo, o ¿no es eso? Quizá sea el dolor de haberte visto tan ebrio. ¿De cuántos días era tu barba? No quise saber nada. Ahí estaba y sólo eso importaba. Te obligué a seguirme al hotel, pagué la cena y te compré una botella. En el cuarto, más tarde, me pagaste el licor con tu cuerpo. Te tuve por única vez. Era enorme tu apatía, pero la suplí con fantasías. En la oscuridad de aquel hotel de paso te convertí en el que fuiste; llené tus mejillas, desaparecí tus huesos puntiagudos e imaginé tu boca fresca, con tus dientes blancos completos. Y me tragué la vida en esas horas. Cuando desperté miré lo que quedaba de ti a la luz del día.

Ya amaina la lluvia, pero tú no lo sabrás. Así como no supiste nunca cuánto te quise y qué grande y piadoso fue el sacrificio. Ahora no existes fuera de mi corazón. Cuidaré de ti. No tendrás esa barba de días, tus dientes estarán completos y no probarás jamás el alcohol. En éste momento alguien estará entrando en el cuarto, mirará tu cuerpo, tus ojos abiertos. No quise cerrarlos, daba igual, tenían la misma expresión de siempre.

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