jueves, marzo 09, 2017

Parejas literarias

Vera y Vladimir Nabokov
Hace tiempo compartí aquí algunos fragmentos de un texto de Noemí López Trujillo sobre las esposas ("chachas") de los escritores del boom latinoamericano. Inútiles— a veces laboral, a veces sentimentalmente—, algo idos, obsesionados con su obra, parasitarios en general, los escritores machistas no fueron sólo los del boom. Por miedo, a veces enfermedad, prejuicios, incapacidad, soberbia o de plano egolatría, muchos resultan fuera del papel horrorosos insectos. Véanse si no las cartas de Franz Kafka o de James Joyce. O esa otra historia que terminó en manicomio, la de Auguste Rodin y Camille Claudel.

Laura Freixas comenta en "Grandes autores, vistos por sus compañeras" que una característica que tienen en común Hermann Hesse, Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Juan Ramón Jiménez, Dylan Thomas o José Donoso es que "suelen tener al lado a una mujer que dedica su vida a servirle y apoyarle". Freixas apunta como caso célebre y positivo a la pareja de Beauvoir y Sartre pero
"Si miramos al pasado, sin embargo, lo que encontramos en la mayoría de casos son escritores hombres casados con mujeres cuya vida consiste en facilitarle a él la suya (nunca al revés: no existen musos). Y a juzgar por los testimonios que nos quedan —los de Caitlin Thomas, Sofía Tolstói, Pilar Donoso o las varias mujeres de Hermann Hesse—, el de esposa de escritor da la impresión de ser el oficio más triste del mundo..."
"Casadas con el trabajo sucio de los escritores" es un texto de Lorena G. Maldonado que abre con un poema de Esther Morillas:
"No me habla en toda la mañana, / pero no está enfadado: / mi novio es escritor, / y cuando lee o escribe o no hace nada / es que está trabajando. / Trabaja todo el día: los escritores son gente contumaz / llena de pensamientos. / Acuérdate de mí, le digo, / cuando lo dejo solo. / Yo sé que piensa en mí sin darse cuenta".
Y es que, abunda, las mujeres de escritores (supongo que de muchos artistas, con y sin comillas), fueron para ellos mecanógrafas, correctoras, promotoras, abogadas, enfermeras, nanas (de ellos y de sus hijos), choferes, administradoras, madres y muchas veces su sostén económico mientras ellos se dedicaban a crear. Se repiten aquí los casos de Juan Ramón Jiménez y Hermann Hesse, y se añaden los de Vera Nabokov, Sophia Behrs (Tolstoi) y Anna Snítkina (Dostoievski).
"Quizá una de las esposas más célebres sea la brillante Zenobia Camprubí, pareja de Juan Ramón Jiménez, que vivió con el talento medio a enterrar porque todas sus energías se centraron en subrayar la obra del poeta. "La vida es vana", escribía ella. "Un poco de amor, / un poco de odio, / y luego, buenos días...". Camprubí resistió a las neurosis depresivas y al carácter enfermizo y gris de Jiménez con toneladas de alegría innata. Él era un hombre que había aprendido ya de niño a hacerse el débil para recibir continuamente mimos y cuidados. Trabajaba en una habitación acolchada. No soportaba ningún agente externo. Le chirriaba hasta la risa de su amor, y eso que la carcajada limpia de Camprubí fue lo que lo prendó de ella. Esta es la vida después del The End: el poeta era un rarito. Exigía silencio y dedicación."
En el discurso, en el léxico, muchas cosas han cambiado. Las historias de musas y dedicatorias ya son arcaicas, como las de princesas de cuentos de hadas. Del amor (por favor) no hablemos por ahora. Hay muchos trabajadores de la palabra que se quedan solteros, y al menos así no le cargan su alterada psique a nadie, mientras otros se hacen crecer mutuamente, como personas y como pareja. En vivo y a distancia (redes sociales) conozco varios casos de parejas de escritores exitosos, que se apoyan con todo, que comparten risas, lecturas y trabajo (intelectual y del hogar). No menciono a algunos para no fallarle a otros, pero me congratulo. Todo es cuestión de imaginarlo, de apoyarse, de intentarlo.

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