Hoy no tengo ganas de escribir más que de que no tengo ganas de escribir, que quiero dormir aunque mis ojos no se quieran cerrar. Sé que se me subirá el muerto y que no podré respirar, una quietud inquieta, que no me podré mover aunque ya no quiera hacerlo.
Esta ciudad es asfixiante y no le hago falta a nadie. No es mía, no me reconozco en su cantera, en su nombre ni en las descripciones que dan los que tampoco son de ella. Canta, sí, pero olvida pronto. Ronca poco. Tira manotazos, nos sueña y en todo sueño se nos sube un muerto. Cada cinco minutos amanece con ensordecedor bostezo.
Se ha llenado de palabras ajenas, su máscara es un angelito barroco, culpable hasta que no se demuestre lo contrario, hijo de un indio guachichil del que desconoce cómo hablaba, pero presume en cantera y trino su efervescente valentía.
Hogar no son tres habitaciones ni ciudad un sinfín de casas con una plaza al centro que respira (ah, cómo respira, muerde jadeante), gime con las ninfas jubiladas refugiadas en la iglesia. No sé que sean, mis referencias son oníricas. Bien se pudo haber llamado Metaforatlán o Espejismo o Desarraigo u Olvido.
Tal vez soy un muerto más que se sube a los sueños de otros.
Hay momentos en los que uno se siente fuera de lugar, en los que no reconoce su entorno y percibe cierta hostilidad en el aire; y, cuanto más lo piensas, mas de asfixias.
ResponderBorrarUn abrazo.
Ni tan muerto, muy vivo has de ser si te subes a los sueños de otros, ja ja.
ResponderBorrarMercedes:
ResponderBorrarGracias por compartir aquí y allá, en Pienso, luego escribo. Yo sueño, luego escribo.
Un abrazo.
Anónimo:
Je, excelente comentario. Medio vivo ha de ser en todo caso, pues lo hago casi siempre sin quererlo. De pronto pasa y ya, como se me suben los muertos, los sueños de otros.
Saludos.