Florescano, Enrique (Coord.),
Mitos mexicanos, Nuevo Siglo/Aguilar,
México, 1995
(reseña publicada originalmente en 2003)
La política siepre ha sido tema de escritores y académicos. Desde La República, de Platón, hasta La Silla del Águila, de Carlos Fuentes, hay obras que desmenuzan, mediante la historia, la narración o la ficción, lo que pasa con quienes detentan el poder, lo que debemos hacer los ciudadanos, y cómo inmiscuirnos en la cosa pública para que se oiga nuestra voz.
Coordinados por el historiador Enrique Florescano, un grupo de académicos, escritores y politólogos escribió el catálogo de los mitos “más entrañables, populares u obsesivos entre los mexicanos”. Dividido en tres apartados, “La nación y sus mitos”, “La sociedad y sus mitos” y “personajes”, nos interesa aquí a propósito del tema central de entrelíneas, que es el de elecciones y transición, inconclusa, traicionada o no, dar a conocer algunos de los temas que tratan plumas como las de Alfredo López austin, Carlos Monsiváis, Armando Bartra, José Joaquín Blanco, Luis González de Alba, Hugo Hiriart y Enrique Serna.
Estos mitos, como muchas prácticas políticas, parecieran hoy un tanto lejanos, pero las noticias dan cuenta de los coletazos que aún tiran los dinosaurios que siguen aquí, como en un cuento que todavía no acabo de leer.
Antes de hablar de la mitología de la revolución mexicana, Arnaldo Córdova define al mito como “el inicio de una identidad espiritual de una comunidad, un pueblo o una nación; algo o alguien que dan sentido y voluntad de vivir a sus integrantes”.
Jorge Hernández Campos asegura que fue en 1968 cuando se rompió el mito del presidente todopoderoso y desapareció en 1994. Su inicio lo marca en la figura del general Lázaro Cárdenas, quien “logra concentrar en el Ejecutivo […] la fuerza de la revolución transformada en genio de la justicia social”.
El omnipresente Monsiváis escribe sobre “el político: arquetipo y estereotipo”, al que ve caer de su cómodo lugar por los cambios en el poder real: es la economía y no la política la que manda: “las elecciones son el prerrequisito fastidioso, caerle bien a los electores no es ni siquiera hazaña menor. Los políticos siguen siendo visibles pero el verdadero poder ya se localiza en otra parte”.
José Woldenberg, consejero presidente del IFE, es el encargado de desmenuzar la institución de “el tapado”, el elegido por el presidente para seguir haciendo vigentes los proclamados logros de la revolución. Y ya auguraba que no hay tapadismo que dure cien años ni pueblo que los aguante, aunque poco faltó. “Porque si la competencia se instala, si el presidente emerge de un proceso electoral en donde contiendan diferentes ofertas, El Tapado de un partido será entonces un candidato más y no El Ungido”.
El tema que aborda el también ubicuo Lorenzo Meyer es el PRI, hasta hace poco “algunas veces un cuento y otras un ente sobrenatural, con poderes mágicos que no están al alcance de los partidos comunes y corrientes”. Hijo natural del presidencialismo, “también el presidencialismo lo llevaría a su fin”.
“El licenciado” es el tema de Mario Guillermo Huacuja. El licenciado es el tuerto en el país de ciegos, “el oráculo de la nación” desde los años cincuenta, y un título honorario que se da incluso a quienes no lo son siempre y cuando lo parezcan. El autor rescata “los empeños de los licenciados más nobles para darle la limpieza a las elecciones”, pero refiere que el licenciado “tendrá que pedir una licencia definitiva en la historia”. Es tiempo de los doctores.
Aunque el mismo Florescano se disculpa por la falta de tiempo, recursos y personal para redondear más esta obra, quizá habría que añadir a los mitos/personajes que manejan en el libro (el pueta, el charro cantor, el indigenista, la prostituta, el narcotraficante, las secretarias, el vulcanizador) los del diputado, de las campañas, del gobernador, del elector, de la primera dama, del locutor y otros tantos que siguen allí, renovándose en la conciencia colectiva, dando de qué hablar e imaginar.
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