martes, marzo 08, 2022

¿Y si yo la encuentro? - Mónica Reynaga

—Mira, ahí va María otra vez.

—Sí. ¿Crees que algún día...?

—No, no sé, ya ni me hago la pregunta, dejémosla descansar.

Las mujeres siguieron su camino. María, una señora de edad avanzada, miraba al horizonte sin decir nada. A veces escuchaba las conversaciones que se hacían sobre ella, pero no se molestaba en voltear. Desde hace mucho tiempo había cosas que ya no valían la pena.

Sus manos se habían cansado de tanto tomar el frío y duro metal de la pala con la que escarbaba. No, cansadas no, simplemente ya no podía, era por ello que se limitaba a observar a las demás hacerlo.

El día que asesinaron a su hija quedó tan impregnado en su memoria que no había un solo día en que no pensara en ella.

“Si tan sólo le hubiera dicho”, “si tan solo hubiera estado”, “si tan solo…” Las frases pasaban por su cabeza una y otra vez. ¿Valía la pena recordarlo? Seguir con la herida abierta después de tanto tiempo. Sus cabellos se habían tornado más claros, su rostro mostraba el rastro de sus desvelos, de sus lágrimas y de su lucha.

Cavaba hasta que su piel ardía, pues el sol no dejaba de brillar ni una sola vez, aun en los días nublados. Sus manos sangraban de las ampollas producidas por el increíble esfuerzo que hacía todos los días de su vida, desde aquel día.

A Rosa la habían asesinado un día antes del cumpleaños de su madre. En el pueblo todos lo sabían, pues el asesino confesó. Aquel que le había jurado amor eterno fue el mismo que detalló la escena:

“¡Quería dejarme! ¡Está pendeja! ¿Ella a mi? ¡Yo que le hice el favor de fijarme en ella, pinche vieja histérica! Pero MI AMOR, es el mejor y ella nunca iba a encontrar a alguien mejor que yo. Cuando yo estire la pata nos vamos a reencontrar allá en cielo, si Dios va a entender por qué lo hice, ella también”.

A María no le importaba lo que él pensara, eso no era lo importante. Ella quería ver una vez más a Rosa, Rosita, su niña, su morenita.

“¿Pa qué quieres saber dónde está? ¡Vieja estúpida! ¿Qué te importa? Ella ya no está y ni la busque porque aunque YO me muera, ustedes nunca van a saber en dónde la dejé, quería irse y ese es su castigo. Ahora nadie la va a encontrar, estará sola hasta que se pudra. Cuando le rindamos cuentas al de más arriba, ahí nos arreglamos”.

Esas fueron las últimas palabras que María escuchó del hombre que le juró amor eterno a su hijita. Poco después, en el pueblo se corrió el rumor de que se se había vuelto loca después de escuchar que aquel hombre había sido liberado, bajo el argumento de que fue “víctima de sus pasiones”. El asesinato había sido olvidado por todos, nadie lo mencionaba y aquel hombre rehizo su vida meses después.

María no había olvidado, tampoco se había vuelto loca. En ese pueblo, donde se tiene poca memoria, las que no olvidan son como almas en pena que entre la cegadora tierra, casi blanca por el reflejo de la luz, buscan a quienes amaron con una pala como único instrumento.

El olor, si, el olor es una buena señal. Los cuerpos en descomposición, los cuerpos quemados, el rastro de sangre y la ropa abandonada indican que alguna vez hubo vida en donde ahora está enterrada una parte del corazón de aquellas mujeres que buscan a sus seres queridos. No hay tiempo para pensar lo que es justo o no, el tiempo solamente se refleja en sus rostros cansados y sus cuerpos agotados, de lo contrario no sabrían cuánto tiempo ha pasado desde que iniciaron la búsqueda.

“No me importa nada más, quiero encontrarla”, dijo alguna vez una voz en medio del desierto.

Nada cambió el día en el que la asesinaron. Las Buscadoras no pararon, el mundo tampoco, por más cruel que pueda pensarse, ella estaba segura de lo que hacía. Volver a abrazar a su hija era su único anhelo, así fuera el cráneo o un hueso.

Sabía que su cuerpo físico ya no existía y se dedicó a observar a las demás. Ya no podía tomar la pala y cavar, ya no podía oler y seguir a su instinto, pero podía señalar y guiar. A veces las ánimas de aquellos que se despiertan confundidos en medio de la cálida tierra son guiadas por una bondadosa anciana para que encuentren su descanso eterno.

—María, ¿alguna vez descansarás? —preguntó una de las mujeres que también fue enterrada en una de las fosas comunes. Esa mujer había sido secuestrada y mutilada; cuando la encontraron, su alma al fin pudo descansar, no sin antes haber sido llevada de la mano por María hacia el final del desierto.

—Sí, cuando encuentre a mi hija.

Y esa fue una de las pocas veces que habló después de morir.

—Algún día encontrarán a mi Rosita. Cuando eso pase tomaré su mano, nos iremos a casa y por fin podré decirle que todo está bien, que su madre está aquí con ella.

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