En medio del silencio, a Maura le parece abrumador el sonoro taconeo de sus zapatos sobre los adoquines del callejón oscuro y desierto. En la esquina, una lámpara apenas ilumina un escaso trecho de la calle. Camina con prisa. Son casi las doce de la noche y todavía faltan tres cuadras para llegar a su casa.
No entiende en qué momento se dejó convencer por Antonia de salir precisamente esta noche: fin de quincena y sin dinero suficiente para el taxi.
Se recrimina en silencio: sólo a ella se le ocurre hacer caso de su invitación. ¡Como si no la conociera! Diario coquetea en la oficina con todos los compañeros; sólo tiene dos cosas en la cabeza: fiesta y sexo. Y ¡claro!, se fue del bar acompañada del tipo ese, con quien estuvo platicando todo el rato.
Pero se ha sentido tan sola desde que Augusto la dejó que necesitaba salir y divertirse; no consideró que iba a tener que regresar sola a su casa, y a pie, para rematar, ¡con tanto sinvergüenza suelto por la calle!
A través de una ventana alcanza a escuchar el sonido de un conocido programa de televisión; sus hijos Estela y Ramiro estarían también viéndolo, junto con Teresa, la vecina que se ofreció a cuidarlos mientras ella estaba fuera.
Un poco más allá del farol mira unas sombras que cruzan la calle y se dirigen a ella. Se le eriza la piel. Camina más rápido. A pocos pasos de ella, distingue a un hombre y una mujer abrazados que pasan a su lado sin mirarla apenas. Suelta el aire contenido y apresura el paso.
Maura recuerda que de unos meses a la fecha han sucedido cosas horribles en el barrio: “levantaron” a Susy, hija de la señora Antonia, dueña de la tiendita. Hace semanas que la pobre no sabe nada de ella; lo bueno que a su hermana pequeña (por cierto, de la misma edad que su hija Estela), quien la acompañaba ese día, no se la llevaron. El caso de Rosario, su amiga, también viene a su mente: cómo tuvo que salir huyendo del trabajo porque faltó poco para que uno de los compañeros, presuntamente intoxicado, la violara. Y las dos jóvenes de la secundaria, robadas y golpeadas a la salida de clases por un escuincle narcomenudista.
Maura se estremece. Hace frío y una ligera llovizna empieza a caer; sin embargo, siente correr el sudor por su cuello y espalda. Aprieta en su pecho la bolsa de mano. Quién sabe si para asegurar el poco dinero y credenciales que en él porta, o a manera de escudo protector.
Acelera el paso. Va casi corriendo cuando se percata que ha llegado a la puerta de su casa. Siente rodar por sus mejillas abundantes gotas de ¿lluvia?
Acelera el paso. Va casi corriendo cuando se percata que ha llegado a la puerta de su casa. Siente rodar por sus mejillas abundantes gotas de ¿lluvia?
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