viernes, noviembre 03, 2017

EsQueLaPalabra: Microcuentos desde el Día del Muertos

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Este año coloqué varios altares en la casa, en la sala, en la cocina y en varias recámaras (cada vez hay más, no sé por qué). Incluso en el baño, para que las visitas lean, coman o fumen a sus anchas.

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Murió de amor y cada año viene al altar a deshojar el cempasúchil.
Por lo menos tienen más pétalos, se dice mientras suspira.

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La besó para arrebatarla de la muerte, pero el suyo no era el cuento de la bella durmiente sino Romeo y Julieta.

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La Llorona descubrió un mejor lugar para lanzar sus lamentos y abrió una cuenta en Twitter.

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O me dio gripa o los muertos se equivocaron y en lugar de estar en el altar se me subieron en bola.

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Epitafio: Estaba escribiendo una novela, o estaba escribiéndome en una novela, o me novelaba ... ¿en qué momento me volví spin-off de mí mismo?

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En un altar coloqué fotos mías. Por las tantas veces que he muerto, por las que me han deseado la muerte, por si acaso no me recuerdan.

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Hice un altar para una ex, fallecida en misteriosas circunstancias. Para variar, cuando apareció pasamos varias horas discutiendo sobre el acomodo del altar y lo que me faltó poner.

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Para hacer otro altar arranqué algunas páginas de libros, donde mueren esos personajes inmortales. Páginas trenzadas a las hojas de cempasúchil. Los libros, como quiera, siguen vivos.

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Para variar, el fantasma de mi abuela es el último en irse. Insiste en barrer el cochinero que dejan alrededor del altar todas las ánimas de la familia.
—Ya déjele ahí, mejor cuénteme un cuento —le pido.

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En la ciertas dependencias de gobierno el resto del año suele haber altares con cuchillos de obsidiana, sin flores, sin retratos. El resto del año no recuerdan.

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(Twitter: @corazontodito)

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