sábado, noviembre 04, 2017

El pésame - Ramón Gómez de la Serna

Entramos en casa del viudo mirándonos la corbata por si aun era negra, temiendo que se nos hubiera desteñido o se nos hubiera olvidado.

La antesala estaba más obscura con el luto y el espejo resultaba una esquela de defunción. Ya no estaría allí, desde luego, la que se había ido y, sin embargo, estaba en sus cuadros, en sus tapetitos, en su loro, en todo.

— El señor está en el despacho —nos dijo la muchacha.

Entramos. Estaba escribiendo. Parecía estar componiendo la elegía a la muerta.

— Si le interrumpo me voy —le dije.

— No. Estaba contestando un pésame… He escrito más de mil, y, sin embargo, eso me resulta muy difícil.

Sobre la mesita de en medio de la habitación tenía su sombrero de copa todo cubierto por el crespón. Parecía un tarjetero.

Dio la luz, y al verle no tuve más remedio que reírme.

— ¡Conque tan desolado! —le dije sonriendo.

— Sí, tan desolado.

Nuevas visitas fueron entrando, y todos se sonreían al darle el pésame.

Es que estaba graciosísimo con el tipo de viudo que le había salido. El cuello se le quedaba muy alto, como ahogándole en medio de la negrura. Tenía guantes, quería que le viésemos su disfraz de viudo. Sacaba de vez en cuando un pañuelo negro para limpiarse los bigotes y sacaba también muy a menudo un reloj para que viésemos que estaba empavonado en negro. Se había teñido de negro toda la cabellera. Por todos corrió una sonrisa en aquel pésame, el pésame de la broma y de la alegría.

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