—¿Por qué hay gente pidiendo limosna en la entrada de la iglesia?
—¿Por qué hay cárcel en el pueblo?
—¿Por qué le damos dinero a la señora de la tienda?
—¿Por qué el señor cura es tan rico?
—¿Por qué doña Mercedes les pega a sus hijos?
—¿Por qué se muere la gente? —preguntaba Jesucristo Gómez a su madre.
Y su madre la respondía, le iba respondiendo.
—¿Por qué hay ricos y por qué hay pobres? —volvió a preguntar Jesucristo cuando José Gómez regresó del trabajo.
—Porque así es el mundo —contestó el albañil.
—Pues qué mundo tan pinche —dijo Jesucristo.
—¿Se acuerdan ustedes cuando los envié por los pueblos a trabajar solos? —siguió Jesucristo Gómez—. Los mandé sin dinero, ¿se acuerdan? Les dije que no llevaran nada para el camino ni pensaran en dónde iban a dormir o cómo conseguirían qué comer. ¿Les faltó algo entonces?
—¿Ves cómo acaban los cabrones como tú? —siguió diciendo Mijares—. ¿Ves de qué sirvió toda tu palabrería? Tanta lucha para soliviantar al pueblo en mi contra y mira dónde estás ahora, hecho una lástima, todo jodido. ¿Y dónde está tu gente, a ver? La de borregos que te seguían ¿dónde están? Quién mueve ahora un dedo por ti, cabrón… Y lo que son las cosas, eh: el único que puede hacer algo a tu favor soy yo, mi amigo, no hay otro. A lo mejor hasta te compadezco y te salvo, ¿cómo la ves?
—Porque así es el mundo —contestó el albañil.
—Pues qué mundo tan pinche —dijo Jesucristo.
[…]
—Nada, maestro —dijo Juan Zepeda.
—Nos fue de maravilla —completó Justo de Santiago.
—Pues ahora les digo que los tiempos ya no son los mismos y que no esperen respuestas de la gente. Si alguien tiene forma de conseguir dinero, consígalo; y el que no consiga nada, que venda su camisa o su chamarra para comprar un arma. Porque ahora me persiguen como a un asesino y tratarán de acabar conmigo y con ustedes.
[…]
[…]
—¿Ves cómo acaban los cabrones como tú? —siguió diciendo Mijares—. ¿Ves de qué sirvió toda tu palabrería? Tanta lucha para soliviantar al pueblo en mi contra y mira dónde estás ahora, hecho una lástima, todo jodido. ¿Y dónde está tu gente, a ver? La de borregos que te seguían ¿dónde están? Quién mueve ahora un dedo por ti, cabrón… Y lo que son las cosas, eh: el único que puede hacer algo a tu favor soy yo, mi amigo, no hay otro. A lo mejor hasta te compadezco y te salvo, ¿cómo la ves?
(El Evangelio de Lucas Gavilán)
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