viernes, agosto 19, 2016

El fin de las lenguas (fragmento) - Raúl Zurita

«Les corresponderá entonces a los nuevos poetas levantar desde allí, desde esa locura de los hombres del poema homérico, los contornos de otra belleza. Si no es ya demasiado tarde serán ellos, los nuevos Homero de este tercer mundo, los nuevos Darío, los nuevos Rilke, quienes deberán enfrentar las tareas de un trabajo gigantesco y desmesurado: inscribir sobre el cielo, sobre la tierra, sobre los desiertos, una nueva y arrasadora compasión, una ternura incolmable por cada átomo, por cada mirada, por cada aliento de la vida, que nos lleve a contemplar de nuevo, como si nos levantáramos por primera vez, la reconquistada diafanidad del mundo. Sin saber bien cómo en un poema traté –dudosa, precariamente- de imaginarme al menos algo de esa diafanidad. Era la visión del océano Pacífico ascendiendo sobre el cielo. Pienso que lo recordé ahora porque deseo creer que si esa nueva compasión adviene, que si esa piedad por el mundo tendrá un lugar, será también la compasión de estos paisajes, de estas cordilleras y de estas largas llanuras, de los ríos, de las playas, de todo lo que es, elevándose a los cielos por el amor nuestro.

Es el amor que imagino. Si se puede hablar entonces de una tarea de la poesía, esa tarea es la de curar las palabras, la de salvarlas de su agonía para que otra vez puedan evocar y hacer cotidiana la plenitud a veces terrible de la existencia, vale decir, para que puedan nuevamente hacer vivo el latido de Dios entre nosotros. Esa fue la estremecedora plenitud de Sófocles y Esquilo, de los antiguos profetas, de las elegías que nos han legado los poemas náhuatl. Casi tres milenios más tarde, en una de sus poesías más extraordinarias: España, aparta de mí este cáliz, Vallejo vio en la letra, es decir, en los átomos indivisibles de las palabras, el origen de la pena. El pensaba en el castellano y en la destrucción que significó su imposición en este continente. En realidad, todas las lenguas han nacido de una destrucción y de una muerte y de allí para adelante su misión era levantar una nueva tierra frente a lo destruido. Es en eso en lo que radica su sacralidad y su fracaso y es en eso donde radican también la sacralidad y la redención de la poesía.»

(Completo por acá, en letras.s5.com)

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