lunes, mayo 02, 2016

El mundo es un pasaje (y un paisaje)

En mi idea de poner en Crimentales una entrada diaria, dado que estos días he compartido muchas más (33 en enero, 32 en febrero, 33 en marzo, 43 en abril), bien podría darme unos días de descanso, porque digamos que he cumplido "mi cuota". Pero escribir me salva.

Puede contradecírseme que en realidad no escribo, que transcribo las más de las veces, pero es cierto aquello de que escribir requiere revisar las obras que nos gustan, que nos llaman la atención. Leer para el escritor es saborear, masticar, deglutir, engullir... y así transcribo, como quienes comparten fotos de su comida. porque leer me salva.

Escribe Enrique Vila-Matas en Marienbad eléctrico:
"El mundo es un pasaje, y este es nuestra vida, está en los libros. Sólo vivimos realmente a medida que leemos nuestra historia, trascendiéndola. Porque sólo la literatura es verdaderamente trascendente, nos descubre a los otros y hace que nos preguntemos cómo es posible que los signos sobre una tableta de arcilla, los signos de una pluma o un lápiz puedan crear a una persona (un Quijote, un Gregor Samsa, una Beatrice, un Jakob von Gunten, un Falstaff, una Ana Karenina) cuya sustancia excede en su realidad, en su longevidad personalizada, la vida misma".

Y en El estado mental leo sobre lo cerca que están bailar y pensar:
"A finales de los años ochenta el coreógrafo japonés Min Tanaka se preguntaba: ¿podemos bailar un paisaje? Y a través de sus diversos quehaceres daba respuestas provisionales a tal pregunta. Con su grupo de danza Mai Juku había desarrollado un tipo de investigación que tenía diferentes facetas: sus integrantes cultivaban la tierra, bailaban a la intemperie sintiendo los cambios del clima y también creaban piezas de danza que presentaban en teatros. Una de ellas, Can we dance a landscape?, fue estrenada en el gran teatro de la Ópera de París. El resultado, para unos incomprensible y para otros inspirador, no dejaba de mostrar, sin embargo, un oxímoron: el paisaje encerrado en un teatro pierde inevitablemente su condición de paisaje. Y deja de ser paisaje no tanto por el hecho de estar enmarcado espacialmente —porque el teatro puede muy bien constituir, como espacio, un paisaje—, sino más bien por su encuadre temporal: la entrada de los espectadores marca el inicio, la salida, el fin. Se produce esa contrariedad entre la sumisión de la mirada a una temporalidad, que un paisaje nunca exige, y la libertad de la mirada que el paisaje permite. La pregunta ¿podemos bailar un paisaje? se convierte entonces en una reflexión sobre los lugares y los tiempos del arte —de la danza— y sobre la representación del cuerpo. También apela directamente a un cuestionamiento ético sobre la posición del ser humano en el mundo, porque, a fin de cuentas, no se quiere bailar en el paisaje, no se quiere ser figura sobre fondo, acción sobre pasividad, discurso sobre murmullo, sino que, precisamente, se quiere ser fondo, pasividad y murmullo como posible camino para desbordar tales distinciones".
Soy paisaje y libro, soy lectura y testigo, a veces protagonista y a veces, las más, actor de reparto de innumerables historias.

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