Una cita de Goethe —Goethe otra vez— me parece que va al corazón del problema, de cómo juzgamos, cómo leemos. Es de su autobiografía.
Es obligación de todos investigar lo que es interno y peculiar en un libro que nos interesa en particular y, al mismo tiempo y sobre todo, la relación que guarda con nuestra naturaleza interior, y el grado en que esa vitalidad excita y vuelve fructífera la nuestra. Por otro lado, todo lo externo que es inútil para nosotros o es objeto de duda, debe ser sometido a la crítica, la cual, incluso si es capaz de desarticular y desmembrar al conjunto, nunca tendrá éxito en despojarnos del piso al que nos aferramos, ni siquiera al dejarnos perplejos durante un momento respecto a nuestra antigua confianza.
Esta convicción, surgida de la fe y la observación, la cual en todo caso reconocemos como lo más importante, es pertinente y fortalecedora, reside en la fuente de la moral así como el edificio literario de mi vida, y…
Y, con Goethe, volvemos al principio de este ensayo, cuando dice que es un hombre viejo y que sólo ha aprendido a leer. ¿Qué quiere decir? Creo que ha aprendido cierta pasividad en la lectura, tomando lo que el autor ofrece y no lo que el lector piensa que debe ofrecer, sin interponerse él mismo (o ella misma) entre el autor y lo que debería emanar del autor. Es decir, no leer el libro a través de una pantalla de teorías, ideas, corrección política y demás. Esta clase de lectura es verdaderamente difícil, pero una puede aprender esta especie de lectura pasiva, de esta manera la esencia y la médula del autor se abre ante ti. Estoy seguro de que todos han tenido la experiencia de leer un libro y encontrarlo vivo, vibrante, colorido y urgente. Y luego, tal vez, algunas semanas más tarde, al leerlo otra vez, encontrarlo plano y vacío. El libro no cambió, cambiaste tú.
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