lunes, septiembre 01, 2014

Plagio y religión


«En el pasado, por ejemplo, fuimos capaces de copiar a los dioses. Un relato brahmánico escrito en la India seis siglos antes de Cristo contaba la historia de Siddharta Gautama, el príncipe hindú destinado a convertirse en Buda. Un turco, novecientos años después, lo copió, deformó y difundió en el Medio Oriente. Cuatrocientos años más pasaron hasta que una mano anónima, en Bagdad, lo tradujo al árabe. De inmediato pasó al griego bizantino y al latín, y la versión griega clásica del siglo VIII se atribuyó a un santo católico, Juan Damasceno. Otro, San Eutemio, en el siglo X, la retradujo al griego y la introdujo en Europa, e interpoló fragmentos de la Biblia. Esa versión volvió al latín y fue a parar a las recopilaciones de Beauvais y Voragine.Y en el siglo XIII ocurrió uno de esos hechos mágicos que componen la historia de la humanidad: los evangelizadores cristianos partieron hacia Oriente llevando la historia de retorno a su tierra de origen, como instrumento de catequesis, sólo que ahora el protagonista, Siddharta Gautama, al cabo de los siglos y las trasposiciones, había mutado en católico. Buda viajaba de vuelta a su tierra para convertir a los budistas en cristianos. En las nuevas versiones, su nombre, que había sido Buddah y después Bodhisaf y luego Jodisaf, era Josafat. Su historia inspiró millares de conversiones en Asia, hasta el punto que la Iglesia decidió incluir a San Josafat en el santoral. En virtud de esos plagios, como en una fantasía borgeana, imitando a Borges por anticipado, la ficción halló un lugar en la realidad: Buda fue un santo católico. El peculiar milagro fue obrado por una insólita multitud de individuos, desconocidos unos por los otros, durante mil novecientos años de préstamos, pequeños y grandes hurtos y portentosos plagios promovidos por la fe».

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