jueves, febrero 27, 2014

Cantinas potosinas en 1858

Fragmento de "La ciudad", capítulo II de Luisa o San Luis Potosí de 1858 a 1860, novela de Francisco de Paula Palomo, publicada en 1865.  

San Luis Potosí, punto céntrico en el territorio mexicano, bello en su panorama, benigno en su clima, rico en su agricultura, opulento en sus minas, acreditado en su comercio, franco en su hospitalidad, es una ciudad que puede considerarse como un niño en pañales a quien falta crianza y desarrollo. Con el trascurso del tiempo más tarde o con una sabia y filantrópica administración más temprano, San Luis deberá figurar, bajo cualquier punto de vista en que se le considere, como una de las primeras ciudades de México...

El que vaya a una hora avanzada de la noche por los barrios del Corral de los Toros, Huerta de D. Alonzo o de la Perlita, en cuyo último punto se hallan las encrucijadas y callejones llamados de la Cocolmeca, la Chancleta, el Testerazo, los Monos, deberá estar acompañado de una pistola o cualquiera otra arma, porque a poco de estar en ellos resbalando y perdiendo pie, a causa del suelo desigual y cenagoso, oirá silbidos y voces sospechosas, y casi instantáneamente estará acometido y rodeado por dos o tres buenos hombres de frazada y calzón blanco, que en un momento cargarán con cuanto lleve en el cuerpo, a no ser que sepa contenerlos de una manera pronta y eficaz.

Esos barrios tan poblados y asquerosos, en donde se fraguan los robos y fullerías que se cometen en la Ciudad, y de donde toman origen la malicia y la prostitución de la gente del pueblo, son susceptibles con muy poco esfuerzo, a convertirse en calles hermosas, limpias y aventiladas. San Luis, en lo general, adelantaría mucho, porque este sería el primer paso a su embellecimiento y desarrollo...

A fines de junio de 1858 […] paseábanse por la Plazuela del Rebote dos hombres embozados en sus capas […] se dirigieron rumbo a la Plaza de la leña, y como la luna alumbraba con toda claridad, podíanse distinguir los objetos presentes.

El que había manifestado que aún tenían que esperar, entretúvose, sin suspender su marcha, en leer los letreros puestos al frente de las tiendas que encontraban a uno y otro lado de la calle. “Al Póculo”, leyó en una esquina. ¿Qué significa eso? preguntó a su compañero.

—Es una palabra anticuada que significa bebida. Tal vez el que la mandó escribir, le parecería que con ella atraía la atención de los compradores.

En otra esquina estaban varios renglones escritos a manera de cuarteta, y parándose nuestros paseantes, leyeron:
Lo hermoso de esta campana
Y lo dulse de su vos,
Nos brinda aser la mañana
Imitando al baco Dios.


—Esto sí que es ridículo y un conjunto de barbarismos: sin duda la gente de la ciudad ha estado tan ocupada con sus negocios particulares o públicos, que no ha tenido tiempo para mandarlo borrar, y hacer que entren a la escuela el autor y el que lo escribió. “Hospital de Crudos”, “Abejas a la Colmena.” Fueron leyendo y riéndose de los mayores o menores desatinos que estaban puestos. Continuando su paseo se encontraron en el punto llamado corriente de Santiago, percibiendo a poco el sonido de varias voces y las vibraciones de una arpa: dirigiéndose al punto de donde les pareció salir ese ruido y en una casa, cuya puerta estaba abierta, se hallaron con varios amigos y conocidos.

En el interior de esa casa, se brindaba por la patria y se reía...

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