jueves, enero 27, 2011

métodos*

—Podéis reíros —dijo, lanzando una mirada enemistosa a Clements, que negó la acusación sacudiendo la cabeza y que luego le pasó el álbum a Joan, señalando cierto detalle que había provocado su diversión—. Podéis reíros, pero afirmo que la única forma de salise de ese embrollo (sólo una gota, Timofey, así) consiste en encerrar al alumno en una celda insonorizada y eliminar el aula.

—Sí, es verdad —le dijo Joan a su marido en voz baja, devolviéndole el álbum.

—Me alegra que estés de acuerdo, Joan —prosiguió Hagen—. Sin embargo, hay quien me ha llamado enfant terrible por el solo hecho de haber expuesto esta teoría, y quizá no te resulte tan fácil seguir estando de acuerdo conmigo cuando me hayas escuchado hasta el final. Habrá que poner a disposición de este estudiante aislado discos fonográficos que traten de todos los temas posibles...

—¿Y la personalidad del profesor? —dijo Margaret Thayer—. No me dirás que eso no cuenta.

—¡Desde luego que no! —gritó Hagen— ¡Ahí está lo trágico! A ver, dime, ¿quién quiere tenerle a él de profesor? —y señaló al radiante Pnin—. ¿Quién quiere tener su personalidad? ¡Nadie! Rechazarán la maravillosa personalidad de Timofey sin un mal estremecimiento. El mundo no quiere a Timofey. El mundo quiere máquinas.

—¿Y qué opinas tú de mi polémico plan? —le preguntó Hagen a Thomas?

—Yo te diré lo que opina Tom —dijo Clements, que seguía contemplando la misma reproducción del libro, que permanecía abierto sobre sus rodillas—. Tom opina que la mejor forma de enseñar cualquier materia consiste en convertir las clases en coloquios, lo cual significa permitir que veinte jóvenes cabezotas y un neurótico presuntuoso discutan durante cincuenta minutos acerca de una cosa de la que ni ellos ni su profesor tienen ni idea...

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* Vladimir Nabokov, Pnin (Anagrama, compactos, 2008).

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