Sentado en el sillón, su espalda se hunde en el terciopelo. Ella se aproxima hacia él, desnuda, sonriéndole coqueta, tomando su vino con un gemidito travieso. Él se relame los labios cuando ella pasa su lengua por su cara y el vino demuestra su color y su sabor afrutado.
Él no se puede mover, es como si estuviera amarrado. Sus ojos son los únicos que pueden cumplir con el mandato del alma, su cuerpo está anclado al sillón y la música crece su deseo, como en los viejos tiempos. Ni siquiera una palabra sale de su boca. Ella lo sabe y en un segundo se aleja de él, dándole la espalda; con rapidez se pone la ropa, una que no le queda nada bien, y sale de la habitación como si él no existiera.
Así es desde que él murió. Cada noche ha de regresar a casa para ver vestirse a su amada. Un parpadeo. Sólo eso.
el paraíso de unos es el infierno de otros.
ResponderBorrarTiene que ser espantoso volver del otro mundo para ver sin disfrutar, sin que nadie advierta tu presencia.
ResponderBorrarBuen texto.
Un abrazo.
Es una mezcla de sensualidad, de morbo y de tristeza. Me ha gustado leerte.
ResponderBorrarQué bueno!
ResponderBorrarUn final como el de Sexto Sentido.
me encantó!
Excelente cuento.En pocas palabras llevas al lector lo deslumbras y para el final; lo sorprendes.
ResponderBorrarAlejandro
Gracias por la lectura.
ResponderBorrarPara ganar otro paraiso, nos leemos