martes, julio 14, 2020

El rock no tiene la culpa

Por mi apellido y por mis gustos de vestir muchos amigos me llaman Rockero, y no me disgusta; al contrario, el rock es parte de mí. Muchos de sus estilos, de sus mutaciones, ciertos temas son el sountrack de muchas etapas de mi vida. Bien vale la pena extenderme otros días en ese tema.

Ayer, 13 de julio, fue Día Mundial del Rock, para conmemorar el concierto Live Aid, el cual hace (¡ya!) 35 años reunió en Londres y Philadelphia a lo más granado de este ritmo. Vean nomás ese cartel.


En lo personal, hace justo cuatro meses, el 13 de marzo, asistí al Vive Latino en la Ciudad de México, quizá el último gran concierto de la era pre-Apocalipsis. Comenzaban las alarmas mundiales pero en México aún no se decretaba la cuarentena en la que ya estaban otros países. La Jornada Nacional de Sana Distancia empezaría el 23 de marzo, aunque muchos se guardaron y cerraron sus negocios desde antes, y justo el día del concierto fue cuando se anunció el primer contagio en San Luis Potosí.

Hubo voces que pedían a las autoridades que se cancelara el Vive y que regresaran las entradas, pero nada. Varias personas me dijeron que no fuera. Sí, lo dudé, como buen rucanrolero. Los boletos habían sido mi regalo el año pasado, pero ahora si iba tenía que ser solito, para bien o para mal.


Sopesé posibilidades: esto (el virus) apenas va llegando, y cuando empiece la cuarentena quién sabe qué vaya a pasar. Ya otras veces había querido ir a este concierto de tantos escenarios, pero por dinero o por trabajo no había podido a la mera hora.


Aunque algunos grupos ya habían cancelado, pensé que quizá sería mi última oportunidad de ver a los que seguían adelante, que estarían en vivo, de disfrutar la música y la vibra que solo da la multitud que se transforma en coro.

Y como buen rucanrolero, agarré mi mochila y me fui, con chamarra de mezclilla y máscara industrial. Era ahora o nunca. "Aquí y ahora", ese día y desde entonces.



A la entrada, termómetro y gel. No mucha distancia pero sí. Ya adentro la distancia es algo personal, como la ropa o el escenario con el que cada quien se identifica. Fila para cargar la pulsera, porque el efectivo no sirve adentro de monstruo de varios escenarios. Con música no hay distancia y multitud distanciada no es multitud. Un sinnúmero de tribus y edades, comida, ropa y bebida. El negociazo. Luces en donde quiera. Mucha caminata para ir de un escenario a otro y ahí a prender el encendedor o el celular, corear o mover la cabeza. De las 2 de la tarde a la medianoche, el disfrute total.


En general entré poco a la multitud, con mucho ratos de alejarme (sí, como siempre). Cuarteto de Nos, The Rasmus, el Homenaje a José-José, Bersuit Vergarabat, Carlos Vives y Guns n' Roses.

Lo peor fue la salida, la masa que se armó rumbo a la avenida, todos pegados, despacio. Rumbo al Metro, como en el Metro, mucho, mucho  calor humano. La procesión, signo y ritual inevitable en México.

Al día siguiente fui a la exposición de Giger y al otro día inició mi cuarentena.

Con miedo los siguientes días (cualquier tos me alarmaba, aunque ser fumador aliviana un poco por ser crónica la tos mañanera, y tomarse la temperatura dos veces al día se volvió rito), por supuesto. ¿Valió la pena? ¡Vaya que sí! Hace cuatro meses estuve bailando, brincando y cantando, preparando cuerpo y alma para lo que viniera. ¿Cuándo habrá otro gran concierto que me llame la atención como para cruzar la carretera e invertir varias horas de trayecto para disfrutar una sola o poco más? No sé, pero espero estar listo para el que sigue.


Y que viva el Rock.


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