miércoles, abril 29, 2020

Bailar...

La última vez que fui a bailar en mi vida pasada fue al Equus, el bar del hotel María Dolores, un refugio para parejas que gustan de la música en vivo, más o menos variada, a cargo de un trío y un grupo "versátil". De las cumbias a las oldies y de las norteñas a las románticas. La cosa es bailar, sacudir el cuerpo y lucir los pasos con la pareja. En su caso, decir algo al oído, sonreír.

Hoy bailamos de otra forma. El cuerpo, cada parte de él, tiene su forma de extrañar. Campo de batalla, artefacto, recipiente de los sentidos, el cuerpo extraña la pista, el escenario, el imperativo de cierta música.

Hoy no hay de otra, pero bailar de lejos no es bailar, como dice Sergio (¿el bailador?). Nos queda bailar "sin salir de casa", bailar "con mi sombra en la pared", bailar ante el spejo o a la hora de limpiar la casa.




Como en otras artes, para bailar no es necesario ser profesionales, sino dejarnos llevar, sentir con el cuerpo. Qué importa el qué dirán, total, aquí y ahora. ¿Bailamos? Porque sí, porque la música nos recorre, nos hace sentirnos vivos. Bailamos.






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