martes, mayo 29, 2018

Cuando nos matan a un hombre bueno - Juan Antonio Reyes Agüero

Me sumo al homenaje y petición de justicia que en este texto hace el profesor Juan Antonio Reyes Agüero, sobre el asesinato (este jueves 24 de mayo) de Jerónimo Ávila, guardián de la zona protegida de El Realejo, en la sierra de Guadalcázar. El texto fue publicado originalmente en Pulso.

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El pasado viernes 25 de mayo entró una llamada a mi teléfono de escritorio. Un viejo amigo me informó, con pesar, que habían matado a mi entrañable amigo Jerónimo Ávila, en Guadalcázar. Quienes hayan recibido una noticia de este tipo, no necesitan que les describa la sensación de asombro, negación, miedo, espanto e impotencia que recorre a la persona que se entera de una noticia fatal.

Me comuniqué con mi grupo de estudiantes (tesistas que realizan su trabajo de campo en la sierra de Guadalcázar), quienes entre espantados, tristes y enojados también recibieron la noticia. Uno de ellos rápidamente encontró la nota en la versión digital del periódico Pulso de San Luis Potosí. http://pulsoslp.com.mx/2018/05/25/a-tiros-ultiman-a-un-sujeto-en-guadalcazar/

¿Quién era Jerónimo Ávila? Para casi todos fue Don Jero, el amigo. Conocí a Jerónimo hace unos 18 años, nos encontramos por casualidad en El Realejo, en la ladera norte del Cerro de las Comadres. Yo guiaba a un grupo de estudiantes, y él hacía un recorrido con niños y jóvenes, quienes se hacían llamar los ecoguardias de Don Jero. Nos presentamos y desde entonces fuimos amigos. Yo nunca le pude decir Don Jero, pues al estar igual de viejos, me sentía más cómodo con decirle Jerónimo.

El tiempo y su cercanía me enteraron de su encomiable labor en Guadalcázar. En 2012 recibió a uno de mis estudiantes tesistas para registrar sus acciones y convertir a El Realejo en un centro ecoturístico. Para el trabajo de campo de esa tesis campeamos con Jerónimo por la serranía, observamos jabalíes, venados, coyotes, que él protegía en la sierra; nos encantó con historias sobre jaurías de lobos, de pumas y osos solitarios aún presentes por esos lugares; nos mostró piedras encantadas, como la roca del mezcal, en la cima de Las Comadres, de la cual, observando la reacción positiva del bosque a los pasivos ambientales que dejó la minería, sentenció: “El paisaje no se destruye, sólo se transforma”.

Nos deleitó con la bellezas de orquídeas increíbles, aromas como la hierba de San Nicolás, con restos de ese bosque de pinos que se levanta desde las cenizas tóxicas, apoyó a científicos de la UNAM para que registraran toda la diversidad botánica de la sierra de Guadalcázar. Jerónimo también fue el anfitrión de deportistas de aventura, escaladores de montañas, espeleólogos, cañonistas, andarines y ciclistas de montañas, todos tuvimos en Jerónimo más que un anfitrión, un amigo. Las más de las veces terminamos las jornadas a la mesa de su casa, saciando nuestra hambre con los platillos que siempre, sazonados con una sonrisa, nos proveyó su esposa Ceci y después de cenar, descansando en las cabañas que más que nos rentaba, nos prestaba.

Jerónimo soñaba: si algún tiempo de El Realejo manó oro, plata y mercurio, ahora debería ser un espacio de amistad, aventura, conocimiento científico, relajación, alegría, de estudiantes buscando el saber, de niños jugando con sus papás al pie de la sierra, de… Todo eso se detuvo el jueves pasado por la acción de uno o varios asesinos que sin más mataron a Jerónimo en las calles de Guadalcázar.

¿Por qué? ¿Quién? No lo sabemos. Cuando platicaba con Jerónimo nunca mencionó enemigos, por ello me resisto a pensar que los tuviera y que fueran del tamaño de la muerte. Esperamos que las autoridades nos satisfagan con las respuestas a estas preguntas de los amigos de Jerónimo en todo el mundo. Nos negamos a aceptar que su muerte se una a la telaraña de impunidad que hoy tiene enredada a nuestra patria; esa impunidad que se lleva a los humanos buenos y nos deja, a todos, a merced de los asesinos.

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