Borges sostenía que el primer síntoma de la inteligencia es precisamente la estupidez, y es probable que no anduviera falto de razón. Si pensamos en la historia de nuestra especie, sería relativamente fácil llegar a un acuerdo y consensuar que el nacimiento —si así puede decirse— de la estupidez va íntimamente ligado al de las ideas de sociedad y cultura, incluso a la de progreso. Cuesta concebir un homo antecessor o un homo neardenthalensis estúpidos, pero no en cambio un grupo de idiotas en la Atenas de Pericles, el Madrid de los Austrias o el Londres Victoriano, por no hablar del ejército de estultos que asoló el continente a mediados del siglo XIX, y que tan bien retrataron los novelistas de la época. La estupidez no es tanto un don natural (o la ausencia de ese otro don) como, probablemente, el mal uso de otros dones no necesariamente naturales. Al margen, como se verá, quedarían la insania y otras afecciones del alma...»
Prólogo a Elogio de la estupidez y otros textos sobre idiotas (1899)
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