lunes, febrero 22, 2016

Respeto por la inteligencia y la buena voluntad del lector - Umberto Eco

Aún sentimental —triste creo que no es la palabra— por la muerte de Eco, ese abuelo sabio, burlón y siempre listo a soltar verdades, consejos, comparto "Doble codificación", capítulo de Confesiones de un joven novelista. Y ya compartiremos algo más de los dichos del abuelo sobre autor, narrador, protagonista, obra, crítico y lector. Nos leeremos.

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No me cuento entre los malos escritores que dicen que solo escriben para sí mismos. Lo único que los escritores escriben para sí mismos son las listas de la compra, que les ayudan a recordar lo que tienen que comprar y pueden tirar después. Todo el resto, incluidas las listas de la lavandería, son mensajes dirigidos a alguien. No son monólogos; son diálogos.

Ahora, algunos críticos han encontrado que mis novelas contienen un rasgo típicamente posmoderno: la doble codificación.

Fui consciente desde el principio —y así lo dije en Apostillas a «El nombre de la rosa»— de que, sea lo que sea el posmodernismo, yo uso por lo menos dos técnicas típicamente posmodernas. Una es la ironía intertextual: citas directas de otros textos famosos, o referencias más o menos transparentes a los mismos. La segunda es la metanarrativa: reflexiones que el texto hace sobre su propia naturaleza cuando el autor habla directamente al lector. La «doble codificación» es el uso simultáneo de la ironía intertextual y de un encanto metanarrativo implícito. El término lo acuñó el arquitecto Charles Jencks, para quien la arquitectura posmoderna «habla por lo menos a dos niveles simultáneos: a otros arquitectos y a una minoría interesada, preocupada por los significados específicamente arquitectónicos, y al público en general, o a los habitantes del lugar de la construcción, a quienes preocupan otros asuntos, relacionados con la comodidad, la arquitectura tradicional y una forma de vivir». Continúa definiéndolo: «El edificio o la obra de arte posmodernos se dirigen simultáneamente a una minoría, un público que constituye una élite que usa códigos «elevados», y un público de masas que usa códigos populares».

Permítaseme citar un ejemplo de doble codificación de mis propias novelas. El nombre de la rosa comienza contando cómo el autor dio con un antiguo texto medieval. Se trata de un caso flagrante de ironía intertextual, ya que el topos (es decir, el lugar común literario) del manuscrito descubierto tiene un venerable pedigrí. La ironía es doble, y es también una sugerencia metanarrativa, pues el texto explica que la existencia del manuscrito se debe a una traducción del original del siglo XIX, una observación que justifica algunos elementos de la novela neogótica presentes en el relato. El lector común o ingenuo no puede disfrutar la narrativa que sigue, a menos que sea consciente de ese juego de cajas chinas, de esa regresión de fuentes, que confiere al relato un aura de ambigüedad. 

Pero si lo recuerdan, el encabezamiento de la página que habla de la fuente medieval dice "Naturalmente, un manuscrito". Es probable que la palabra "naturalmente" tenga un efecto particular en los lectores sofisticados, que se darán cuenta de que están ante un topos literario, y de que el autor está revelando su «ansia de influencia», ya que (al menos para los lectores italianos) la referencia en cuestión apunta al mayor novelista italiano del siglo XIX, Alessandro Manzoni, quien arranca su libro Los novios declarando como fuente un manuscrito del siglo XVII. ¿Cuántos lectores captaron la resonancia irónica de ese "naturalmente"? No demasiados, pues muchos me escribieron preguntando si el manuscrito existía en realidad. Pero si no captan la alusión, ¿serán capaces de apreciar el resto de la historia y paladear su sabor? Creo que sí. Simplemente, se habrán perdido un guiño adicional. 

Admito que al usar esa técnica de la doble codificación, el autor establece una especie de complicidad silenciosa con el lector sofisticado, y que algún lector común, al no captar la alusión culta, puede tener la sensación de que se le escapa algo. Pero la literatura, creo, no está pensada solamente para entretener y consolar a la gente. Pretende también provocar e inspirar a leer el mismo texto dos veces, quizá incluso varias veces, para poder entenderlo mejor. Así que pienso que la doble codificación no es un tic aristocrático, sino una forma de mostrar respeto por la inteligencia y la buena voluntad del lector.

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