jueves, abril 16, 2015

"Pero yo sí lo soy..." - Yasunari Kawabata

Incluso ahora, ahora mismo, en el Tokio moderno, al igual que en los libros con ilustraciones de la antigua Edo, se dice que él —el cazador de pájaros— todavía está ahí, con sus accesorios color cobre dentro de su gastada bolsa de gamuza, la pipa colgando de los cordones de su bolsa con el cierre de ágata, y el anticuado estuche lleno de tabaco dulce de Kobuku, mezclado con algunas ramitas verdes para mantenerlo fresco, todo el conjunto colgando de la cintura, y con sus calzones blancos, sus polainas negras, los mitones de color blanco y un quimono azul que llega a la altura de la cintura. El hombre que me contó esto es un inspector de la policía, alguien poco dado a los recuerdos inútiles.

Pero yo sí lo soy. Quiero hablar del modo en que lo hacían en los días de la antigua Edo. Tomemos ese camino. Sí, debemos determinar, mi querido lector, si este camino a través del cual te voy a conducir a los lugares frecuentados por la Pandilla Escarlata es el mismo camino en el que, según se dijo, en los viejos días de los emperadores Manji y Kanbun, hombres vestidos de blanco, en caballos blancos, con espadas enfundadas en vainas blancas, sobre sus hakama de cuero blanco, iban de un lado a otro del mal afamado barrio de Yoshiwara mientras cantaban obscenas canciones Komuro bushi...

Supongamos ahora que son más de las tres de la mañana y que hasta los vagabundos están profundamente dormidos, y yo estoy aquí, caminando por los jardines del templo Sensō con Yumiko. Hojas muertas de ginkgo caen al suelo y oímos el cacareo de los gallos...

(Inicio de La pandilla de Asakusa, Seix Barral, 2014)

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