Foto: José Manuel Velázquez |
Casi siempre presentar un libro es motivo de alegría, en mi caso lo es porque los dos títulos que hoy están aquí son de un buen amigo, Alexandro Roque, y lo es más por lo que hay al interior de estos pequeños volúmenes: literatura pura, pura literatura. ¿A qué me refiero?, a partir de aquí que se exculpe a Roque porque esta es mi perenne amargura que habla:
Estamos en una época de estandarización de la cultura. El estado como gran sobreprotector del arte, convence a los artistas (esos ninis que deambulan por las calles con una rabia que no pueden expresar) de que el mundo es malo, de que ellos, los ninis, no tienen la culpa de nada, siempre son otros, siempre es una masa informe que bautizamos como sociedad la causante de las desventuras a las que se enfrentan; que cada nini es distinto, que cada nini es especial. Entonces, de la mano de una industria que ejerce su derecho, equivocado pero su derecho al fin yal cabo, generan un falso estado de aceptación disfrazada de estímulos y premios, con formatos de mínimo de cuartillas, de edades, de temas, de formatos… y muchas veces uno no distingue a un autor de otro, a un libro de otro, una propuesta de otra. Obviamente, esto que nos enfrentamos no es literatura pura, es lo que ahora nos dice una estructura cultural que “es literatura”. Y a veces la hay, y quizá siempre ha sido así, no lo sé. Sé que no me gusta.
Pero déjenme volver al trabajo de Alexandro que es por lo que estamos aquí.
A Alexandro Roque (escritor, editor –serio y en serio- periodista cultural, maestro universitario, fotógrafo y hoy descubro que dibujante) lo conocí hace muchos años, cuando éramos una parte mínima de esa estructura cultural en formación y participamos en un encuentro de escritores. Desde entonces mantenemos una amistad que le permitió presentar mi libro de cuentos y hoy me permite tomar venganza. Y doble, porque son dos materiales distintos, cada uno con sus propias virtudes y características.
De Olimpotosí destaco la desacralización que recorre las páginas, en donde dioses, mitos, semidioses e ídolos transitan del mundo cotidiano al celestial, ¿o es al revés? ¿es el mundo celestial vuelto a la cotidianeidad, a la página que sigue cuando se termina de contar su historia? El cielo, el infierno, lo sublime, lo ridículo, los seres maravillosos llenos de defectos, las vírgenes inmaculadas más putas que la Magdalena, el odio y el amor y el paso que se da de ida y vuelta por ese camino están contenidos en cada breve relato. No es humor, no son solo unas frases ingeniosas, es encontrar lo maravilloso en lo rutinario y lo más mundano en lo divino.
De Vademécum me parece que sobresale por dos virtudes. La primera, sorprendentemente algo que debería ser obligatoria a cualquier obra, es la honestidad. ¿Quién ha dicho que no se puede escribir poesía amorosa? ¿Qué el fin del poeta no es el de cantar para enamorar? ¿Desde cuándo se prohibieron las frases como “me conformo con cantarte, mi bello desastre, ternura inquieta”? Ah chinga, si siente deseo de ser romántico o cursi, pues es romántico y cursi. Nada más que hay que saber escribirlo. Y todo se vale, los juegos de palabras, las citas robadas (intertextualidades se llaman ahora, según Sealtiel Alatriste), llamar musa a la mujer y esposa a la musa, porque para decir lo que se quiere decir no hay fórmulas, juramentos, manuales, drogas, dosis, reglas, etcétera.
La otra virtud se comparte con Olimpotosí: la libertad. Uno tiene la impresión de que Roque es un poco villista: primero escribe, después virigua. Y eso tiene que ver con lo hablaba al principio, sobre la estandarización; en estos textos lo importante es escribir lo que uno quiere, de la mejor manera, del modo más honesto y sin importarle si resulta cuento, poema, relato, minificción, ironía, sarcasmo, cursilería o declaración de principios. Nada importa más que el placer: el placer de amar, de desear, de escribir sin importar otra cosa que comunicar lo que se siente, piensa y desea.
Estos materiales son demasiado libres para atarse a la industria cultural, no cumplen el número de cuartillas para participar en un concurso, no tiene ya la edad, ni modo, Alexandro, para presentarse en libros conjuntos de nóveles literatos, no tiene un padrino que lo lleve a los programas de Nicolás Alvarado, ni pertenece a ningún clan o crack que lo promueva en las universidades de Estados Unidos. Para colmo, es un irreverente y tiende a no respetar a cacas-grandes como debiera, pero a pesar de todo lo anterior, es un buen tipo, y un buen escritor.
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Texto leído en la presentación en la galería Libertad de Querétaro. Gracias a Romina Cazón y a Lalo por sus comentarios y el gusto por jugar. Gracias a los organizadores y al público, participativo y entusiasta.
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