miércoles, octubre 27, 2010

"Cada domingo", cuento de Juana Meléndez

Cada domingo voy a visitar a mi ahijada Adelaida, hija única de mi compadre Luis, que hace dos años se quedó viudo. Él nunca está en la casa ese día y voy en la tarde para acompañar a esa linda y solitaria criatura. Me gusta aspirar el perfume de su cabellera, oscura y suave como la seda. Tiene diecisiete años, piel blanca y ojos verdes, como las blusas de seda que usa porque, dice, así le brotan flores de sus pechos. Tierra de tentaciones en la que detecto matices sorprendentes cuando pone en marcha su actividad corporal.

Mi mujer acepta con beneplácito que pase las tardes con Adelaida. Pobrecita, me dice, está tan sola… No te acompaño porque tengo que organizar mi trabajo de la semana. Ella es maestra y yo apruebo su comprensión, o sin protestar un poco, pero la verdad es que me la paso de maravilla.

Adelaida y yo conversamos, oímos música y juntos vemos, a través de la ventana, cómo la penumbra va invadiendo la sala, poco a poco. De allá para acá, todo va muriendo. Entonces podemos dividir lo de afuera y de adentro, que empieza a vivir al estallar el fuego de los cuerpos en una sinfonía radiante.

Así sucede cada domingo, hasta la hora prefijada para mi regreso, no antes, porque no quiero encontrar a Luis en mi casa.

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