lunes, junio 01, 2009

Los intrusos

Miguel García-Posada

...lo que caracteriza a los intrusos es la absoluta falta de respeto a quienes, en su ámbito de actuación, se empeñan en hacer las cosas con rigor y aplicación. Todas las profesiones están cercadas por los intrusos, unas más y otras menos, pero ninguna se libra de estos forajidos de guante blanco o negro […] Pocos campos tan minados por el intrusismo como el de la literatura. Con el incremento de la producción editorial, los intrusos, que siempre han vagado por estos pagos, han visto el paraíso a sus pies y se han dispuesto al asalto de todo lo que haya que asaltar. Simples narradores de aventuras se convierten en novelistas; dóminas con gesto de mujer fatal se vuelven escritoras; cantantes de silbantes eses, ojos de perdiz y culito respingón se hacen memorialistas; muchachos que desconocen los rudimentos del endecasílabo van de poetas por el mundo. Todo es novela, todo es escritura, todo es memoria, todo es poesía.

Extrañas colecciones acogen a presuntos inspirados de las musas; premios residuales condecoran a plumíferos de sintaxis vacilante; la llamada literatura femenina se puebla de aguerridas amazonas que quieren contar lo que les pasa a las mujeres desde dentro de las mujeres. Antes, la bohemia tenía sus propios espacios callejeros; ahora, publica libros, gana premios, lanza edificantes mensajes sobre la liberación de la mujer. Algunas editoriales apuestan por los autores jóvenes porque la edad es, al parecer, un mérito literario. Esto significa que le habrían dado boleta a don Miguel de Cervantes, que publica el Quijote con 58 años de edad.

La crítica literaria, sobre todo la de los periódicos […] está plagada de intrusos. Gentes sin preparación ni dominio del idioma se lanzan alegremente, semana sí, semana no, a elogiar o despotricar según se lo pide el cuerpo. Los libros se mal leen, se ojean, se huelen un poco, y adelante. […] La literatura no es la cuestión; la cuestión es otra cosa: el elogio fácil y conveniente para los intereses o la faena sucia al servicio de los mismos intereses. Después vienen las simplificaciones y todos entran en el mismo capacho: el crítico que aspira a ser riguroso y honrado con el lector y el intruso para quien el lector no existe. Todos son críticos, al fin.
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[…] Y nadie les dice nada, y da igual que no sepan escribir, y da igual que sean analfabetos funcionales, y a lo mejor hasta hay lectores, que esto es lo grave, que les hacen caso. Y uno puede topárselos por ahí y hay que saludarlos como colegas. Colegas o coleguis, que tal como se está poniendo la cosa más vale lo segundo.
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El País, 7 de enero de 1999.

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