jueves, noviembre 02, 2006

Obituario final, por ahora



El tiempo es el que se muere y no las personas. Ojalá me pudiera dedicar nada más a recordar...

Ya he escrito de otras personas, y quedan por ahora en el tintero de este obituario anécdotas, itinerarios y remembranzas de varios personajes, de quienes apenas dejamos aquí una muy breve constancia, dos o tres pinceladas, con la promesa de que al otro año, en noviembre (si no es que antes), daremos más espacio para hablar de ellos, hoy almas que bajan a a darse una vueltecita por estos rumbos, estos sí sombríos.

Valentín, mejor conocido como el tío Vale. En él está basado el cuento “Cuatro letras”, de Cuentos Tipográficos. Se me figuraba mucho Samy Davis Junior y nos gustaba verlo en las navidades. Fue un solterón dichararachero, que siempre daba gusto ver, con el que al calor de Apatzingán me tomé sin grandes efectos un cartón de cerveza bien helada y nos dejaba quedarnos en un salón de la escuela de enfermería. Un asalto precipitó los efectos de una enfermedad que pudo mantenerse a raya, aunque fuera un poco más. Hubiera querido despedirme con unas buenas chelas.

Rubén y Juanita. Mis abuelos maternos, a quienes llamábamos los itos, que en buena medida inspiraron la novela “Si Juárez no hubiera muerto”, de próxima aparición (si el Instituto Guerrense de la Cultura no ceja en su empeño). Son mis padrinos de bautizo. Vivían en la casa de mis padres, juntos pero no revueltos, pues en el patio se construyó una casa para ellos. Ella padeció alzheimer, y mientras todo se fue borrando de su cabeza al único que recordaba era a mi abuelo. El apenas le sobrevivió nueve meses y hasta dejó de silbar, pero esí, pensaba en que yo me debería de mudar a donde ellos vivieron. Por algo mi primer nombre es Rubén, aunque no lo use mucho. De él llevo un anillo donde había originalmente una calavera que hoy casi está borrada. A ver si lo arreglo un día de estos.

Alvarito. Un historiador por gusto, un periodista cultural por necesidad, pintor de los buenos, que produjo y condujo el primer programa televisivo en SLP sobre temas sexuales (los viernes, a medianoche) mientras dedicaba otro programa a temas religiosos. Por eso siempre dijo que vivió entre el cielo y el infierno. Fue cronista del estado, aunque no oficial, ni vitalicio.

Andrea. Una tía paterna que vivió en Houston, madre de unas primas adorables. Su muerte ocasionó una sobrepoblación familiar de Andreas (también adorables).

Cecilia y Venancio. Los abuelos paternos. El un músico y escultor que dejó huella (en varios sentidos) en Apatzingán y otros lares. Ella, una mujer que de no ser por el color hubiera parecido mulata y nos heredó a muchos Roques sus chinos casi afro. Vivieron separados mucho tiempo, pero en la tumba (de las cuadriplex) a pesar de todo se reencontraron, y quien sabe si por allá donde están se estén peleando o se hayan dado una tregua. Quién sabe si estén siquiera en el mismo lugar. Gracias a Dios ningún pariente ha llamado a sus engendros como el abuelo, pero si hay primas y sobrinas Cecilias...

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