miércoles, mayo 15, 2013

Frente al grupo

Creo que el ejercicio de un profesor de literatura es hacer que sus estudiantes se enamoren de una obra, de una página o de una línea si quieren, es decir, que algo quede en su memoria, que algo siga viviendo en su memoria y ese algo pueda ser citado después con algún error, que es una secreta corrección. Jorge Luis Borges

Empecé a dar clase —la primera fue en la Universidad Cuahtémoc, luego en la Universidad del Centro de México—, busqué dar clase —pienso sobre todo en cuando se abrió la licenciatura en literatura en la UASLP y de inmediato me puse a las órdenes del Dr. Marco Antonio Pérez Durán—, porque me gusta leer. Me hice bibliómaniaco (¿bibliópata?) a temprana edad. Mitología y cuentos, novelas y cuanta cosa caía en mis manos. El escribir es un añadido. No tengo doctorado pero he leído mucho, leí mucho desde que pude —a los cinco años—, leo cada vez que puedo y creo que mucho de esos mundos que he explorado pueden ser una interesantes, educativos, imaginativos o provocadores para los jóvenes, para los que empiezan a leer y a escribir.

Sé que me falta (técnica, procesos), admito que me equivoco, pero me gusta compartir. Compenso mi pobre memoria con una búsqueda obsesiva de datos, triviales quizá, pero emotivos. Trato de mejorar, de buscar otros ángulos. Agradezco a mis maestros, pues como parte de un grupo —en cursos oficiales o no, escolarizados, con papelito o sin él— o a nivel personal, cada uno me ha hecho florecer. Agradezco siempre la confianza, las críticas y acaso la amistad de quien me oye: pocas amistades surgen de las aulas, pero sinceras y, espero, para toda la vida.

Estar frente al grupo (compartir, que no enseñar) me ha permitido crecer como ser humano, como alguien que trata de hacer y dejar algo mientras consume el oxígeno y absorbe árboles metamorfoseados en libros, y más que en libros en palabras. Y palabras en mundos.

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