I
¡Qué frío en el campo!
¡Qué frío en la calle!
¡Qué frío en la tumba donde eternamente
reposan mis padres!
Los vidrios al soplo del cierzo se agitan.
Ni una hoja los bosques, el cielo ni un ave
¡Silencio!... Tan sólo se escucha el ruido
del agua que cae.
¡Qué negro el espacio!
¡Qué triste la tarde!
¡Qué negro y qué triste el hogar vacío
donde sufro a solas mis presentes males!
¡Qué frío!... la noche
se acerca insondable,
y los vientos mugen, y suena la lluvia
monótona y grave.
Mi casa está sola,
desierta la calle....
Todo está desierto, pero en mi alma llevo
soledad más grande.
¡Ay! gritos del alma, gemidos ahogados
en tumulto salen.
Es mi hogar tan solo, tan triste y tan frío,
¡qué haré sin mis padres!
También están solos,
más solos que nadie...
A mí me acompaña su santo recuerdo,
a ellos... ¡la oscura tiniebla insondable!
II
Muy fría y muy triste
la noche se acerca,
y juegos y cantos y gozo y bullicio
se acercan con ella.
Es noche de gozo,
que en la noche negra
sin luz y sin fuego, muy solos, muy solos
llorando se quedan.
No para el que siente la traidora espina
de la duda acerba;
no para el que pasa gimiendo en su lecho
las noches en vela.
Para los que cantan,
para los que juegan,
para los que tienen hogar y cariño,
ésta es la noche buena.
Pero es noche triste,
pero es noche negra
para mí, que llevo pedazos del alma
en el alma muerta.
III
Repican a vuelo
todas las campanas.
Ha nacido el Niño, y el mundo y los hombres
se alegran y cantan.
Sus himnos benditos
al cielo levantan
los pobres, los ricos, los siervos, los reyes
que a su Dios alaban.
La misa de gallo
por fin ya se acaba,
y salen corriendo muchachos alegres
que gritan y saltan...
¡Ay! también mi madre
tan pura y tan santa,
en aquesta noche con todos sus hijos
se regocijaba.
Mi padre reía
al ver dicha tanta
y juntos en uno todos nuestros rostros
alegre besaba.
¿En dónde se encuentran,
en dónde se hallan?
¡Ay! Sólo esta idea oscura y sombría
mi mente atenaza.
¡Qué frío! ¡Qué frío
tendrán en su estancia!
¡Tan lóbrega y negra, tan sola y tan triste,
de mí tan lejana!
Estoy tan sombrío,
tan solo y tan triste, que ya tengo ganas
de hundirme en la sombra fatal de la muerte
la muerte es la calma.
No gozo en la dicha que a todos rodea,
porque estoy ¡Dios mío! esta noche santa
enfermo del cuerpo
y enfermo del alma...
Y en tanto a lo lejos
siguen las campanas
repicando alegres, saludando al día
primero de Pascua.
¡Ha nacido el Hijo
de la Virgen Santa!
Niño... ¿por qué un rayo de tu lumbre pura
no das a mi alma?...
IV
La noche se acaba
y la lluvia cae,
y el viendo se agita mugiendo terrible
por plazas y calles.
Aún no he conseguido
en mis soledades
que lágrimas puras del fondo del alma
a mis ojos broten, a mis ojos salten.
Me hielo de frío...
¡No hay nadie, no hay nadie,
que con su cariño, que con sus amores
venga a calentarme!
¡Pobres marineros!
¡Pobres caminantes!
¿Qué haréis esta noche por montes y campos,
qué haréis en los mares?
También soy viajero
y soy navegante...
y temo a los vientos que arrasan las selvas,
y en el mar agrupan las olas gigantes.
Cuando sobre mi alma
todos se desaten
¿qué haré con estas breñas y en este océano?
¿qué haré?... ¡resignarme!
Mas no se resigna
mi alma cobarde
a que tengan frío en su helado lecho
mis dormidos padres.
Dormidos... ¡No muertos!
Hoy les llamo en balde...
La muerte es sombría, la tumba es oscura,
¡pero Dios es grande!
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