«Vivimos en una época de enorme soledad interior. Una época rendida a la productividad, al ruido, al consumo, a la hiper conectividad, a la falsa idea de que podemos controlarlo todo. La sociedad está produciendo jóvenes que tienen miedo del amor y del compromiso, que eligen pareja a través de aplicaciones que les aseguran que de esa manera no corren riesgo de equivocarse; jóvenes que permanecen días y semanas encerrados en sus habitaciones, perdidos en los laberintos virtuales; que tienen miedo de la mirada del otro; que, abrumados por una sociedad que obliga a la competencia y desprecia a los más débiles, expresan la ira que les produce la exclusión llevando a cabo masacres colectivas que incluyen su propia muerte, como una forma de redimirse de su supuesta nulidad y de hacer parte, por unos minutos, de la sociedad del espectáculo; jóvenes que sufren de eco-ansiedad al ver que los grandes poderes económicos y políticos persisten en la destrucción del medio ambiente que amenaza a la especie; y cuya débil protesta contra estos poderes es rápidamente ahogada por la amenaza de las instituciones o por la dispersión a que los condena la cultura en que están inmersos.
»En un mundo en que la solidaridad social está siendo destruida por el espíritu de la competencia y la pauperización de la vida en aras del rendimiento, la poesía señala esas y otras soledades. La de los ancianos recluidos en las celdas asépticas de los geriátricos para liberarse de su peso; la de los migrantes que atraviesan mares y desiertos buscando una vida digna, y se encuentran con el muro de la discriminación y el aislamiento; la de las mujeres condenadas al encierro, a las que se les prohíbe el conocimiento, la palabra pública y hasta el canto. La poesía no puede cambiar el mundo, pero sí ampliar los límites de nuestra sensibilidad y de nuestra conciencia. Algo que no pueden hacer las máquinas, que son ya capaces de reemplazar la inteligencia humana, pero no la percepción ética de nosotros mismos y de nuestras acciones.
»Pero podemos ir más lejos: porque tiene el poder de otorgarnos belleza, aunque se ocupe de la fealdad; porque de una forma humilde, en tiempos de soberbia, nos permite conocer lo que no sabíamos que ya sabíamos; porque nos devuelve a la vitalidad del habla, asfixiada a diario por el lenguaje inflexible de la técnica; porque nos puede mover a la compasión; porque desmitifica, y se vale de la ironía para develar las fisuras de nuestras realidades; porque nos conecta emocionalmente con lo más hondo de la lengua materna, la poesía nos hace más llevadera la inconmensurable soledad del ser.»
»En un mundo en que la solidaridad social está siendo destruida por el espíritu de la competencia y la pauperización de la vida en aras del rendimiento, la poesía señala esas y otras soledades. La de los ancianos recluidos en las celdas asépticas de los geriátricos para liberarse de su peso; la de los migrantes que atraviesan mares y desiertos buscando una vida digna, y se encuentran con el muro de la discriminación y el aislamiento; la de las mujeres condenadas al encierro, a las que se les prohíbe el conocimiento, la palabra pública y hasta el canto. La poesía no puede cambiar el mundo, pero sí ampliar los límites de nuestra sensibilidad y de nuestra conciencia. Algo que no pueden hacer las máquinas, que son ya capaces de reemplazar la inteligencia humana, pero no la percepción ética de nosotros mismos y de nuestras acciones.
»Pero podemos ir más lejos: porque tiene el poder de otorgarnos belleza, aunque se ocupe de la fealdad; porque de una forma humilde, en tiempos de soberbia, nos permite conocer lo que no sabíamos que ya sabíamos; porque nos devuelve a la vitalidad del habla, asfixiada a diario por el lenguaje inflexible de la técnica; porque nos puede mover a la compasión; porque desmitifica, y se vale de la ironía para develar las fisuras de nuestras realidades; porque nos conecta emocionalmente con lo más hondo de la lengua materna, la poesía nos hace más llevadera la inconmensurable soledad del ser.»
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