Fragmento de su discurso durante el homenaje que la FIL Guadalajara le ridió en 2019:
«En un primer momento, cuando estaba preparando las notas para este discurso, pensé que sería una buena idea refrendar aquí, ante ustedes, mis credenciales, modestas o razonables, como lector y hacedor de poesía: declaración de motivos y noticia de los avatares vividos, durante décadas, por una vocación temprana ejercida luego con fortuna desigual. Hubiera querido, en este primer tramo de mi discurso, hablar de mis maestros, de mis colegas, de mis interlocutores, de mis amigos, de mi esposa Verónica, presencia central en mi vida, hecha de pura luz radiante; lo haré más tarde: se los debo en este momento en el que los tengo tan presentes. Pero ocurrió un hecho que me pareció casi mágico: encontré el verdadero tema de estos renglones releyendo a una escritora que admiro: Teresa González Arce, cuyo libro «Días hábiles» me parece una obra maestra de diafanidad e inteligencia. En una página de «Días hábiles», entonces, hallé el tema de mi discurso y ahora lo declaro con todas sus letras: mi tema, hoy, es “el mejor poema del mundo”.
»¿Cómo lo encontré en ese libro de Teresa González Arce? Leí un breve pasaje en el que ella describe “la mejor canción del mundo” y se me ocurrió que podía yo sencillamente sustituir las palabras “canción” y “canciones” por “poema” y “poemas”, en un ejercicio de glosa o paráfrasis que resultó en esta descripción:
»"El mejor poema del mundo es el que se instala para siempre en nuestra mente con la fuerza no de uno sino de varios poemas que resuenan los unos en los otros y que forman con el tiempo una red infinita de imágenes, sensaciones y significados."
»Eso es, en verdad, el mejor poema del mundo. ¿Cómo podemos escucharlo, verlo, leerlo, citarlo, memorizarlo? ¿Existe realmente o es únicamente un “objeto conjetural” como los edificios de las grandiosas especulaciones metafísicas, a veces cristalinas, a veces brumosas? ¿Es quizá como el Aleph de la calle Garay, en Buenos Aires, una pequeña esfera tornasolada en la que, a pesar de su tamaño, podemos asomarnos a la totalidad del universo visible? Podemos escuchar, ver, leer, citar, memorizar el mejor poema del mundo si somos capaces de mirar ese lugar donde se ha instalado y que, lo diré cuanto antes, se confunde y aun se identifica con él: la mente humana, la mente de cada uno de nosotros, la mente de todos. La mente humana es el mejor poema del mundo...»
»¿Cómo lo encontré en ese libro de Teresa González Arce? Leí un breve pasaje en el que ella describe “la mejor canción del mundo” y se me ocurrió que podía yo sencillamente sustituir las palabras “canción” y “canciones” por “poema” y “poemas”, en un ejercicio de glosa o paráfrasis que resultó en esta descripción:
»"El mejor poema del mundo es el que se instala para siempre en nuestra mente con la fuerza no de uno sino de varios poemas que resuenan los unos en los otros y que forman con el tiempo una red infinita de imágenes, sensaciones y significados."
»Eso es, en verdad, el mejor poema del mundo. ¿Cómo podemos escucharlo, verlo, leerlo, citarlo, memorizarlo? ¿Existe realmente o es únicamente un “objeto conjetural” como los edificios de las grandiosas especulaciones metafísicas, a veces cristalinas, a veces brumosas? ¿Es quizá como el Aleph de la calle Garay, en Buenos Aires, una pequeña esfera tornasolada en la que, a pesar de su tamaño, podemos asomarnos a la totalidad del universo visible? Podemos escuchar, ver, leer, citar, memorizar el mejor poema del mundo si somos capaces de mirar ese lugar donde se ha instalado y que, lo diré cuanto antes, se confunde y aun se identifica con él: la mente humana, la mente de cada uno de nosotros, la mente de todos. La mente humana es el mejor poema del mundo...»
(fotos de la únca vez que coincidimos, en el encuentro de escritores José Revueltas, en Durango, allá por 2001, y solo dos días pero fue una gran experiencia, como el generoso maestro que fue)
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