Después de su artera intromisión en Excélsior en 1976, nació Proceso y más de una vez me pregunté si el periodismo del que dimos cuenta, implacable hasta donde nuestras fuerzas alcanzaban, tuvo su origen en una pasión vindicativa o en un encendido revanchismo. No eran tolerables sujetos como Echeverría, construido con materiales de baja calidad ni resultaba admisible nuestra defunción por decreto. Nos habían arrojado de un gran diario, pero no eran dueños de nuestro futuro.
Hijas de la misma hoguera, la venganza y la revancha se parecen hasta en el lenguaje y a la distancia pueden confundirse. Ambas son obsesivas y exigen un brutal desgaste de energía. La venganza se instala en el aborrecimiento y la revancha ronda por ahí, pronta a ceder a la tentación del “todo se vale”. En mi fuero interno, en las meras vísceras, deseaba para Echeverría un daño grande, él que tanto daño había causado a tantos. Yo traía en la memoria, como en una libreta de apuntes, los cuerpos descuartizados y los rostros sin nariz ni boca que había visto en el archivo fotográfico de Proceso con enfermiza o catártica frecuencia. También llevaba conmigo crónicas y reportajes de la corrupción impune.
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Fragmento de "Ajuste de cuentas", Proceso, octubre-diciembre de 2006
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