Así pues, una poesía como oposición. Oposición al dogma y al conformismo que amenaza nuestro camino, que solidifica las huellas dejadas a la espalda, que nos aprieta los pies, intentando inmovilizar los pasos. Hoy más que nunca esta es la razón del escribir poesía. Hoy, de hecho, el muro contra el que arrojamos nuestras obras rechaza el choque, blando y maleable se entreabre sin resistir a los golpes ―sino para engatusarlos y absorberlos, y a menudo consigue retenerlos e incorporarlos. Es necesario por ello ser mucho más astutos, más dúctiles y más hábiles, en ciertos casos más despiadados, y tener presente que una violencia directa es del todo ineficaz en una edad tapizada con viscosas arenas movedizas.
Es en una época tan inédita, imprevisible y contradictoria, cuando la poesía deberá ser más que nunca vigilante y profunda, sumisa y en movimiento. No deberá tratar de encarcelar, sino de seguir las cosas, deberá evitar fosilizarse en los dogmas y ser en cambio ambigua y absurda, abierta a una pluralidad de significados y ajena a las conclusiones para revelar mediante una extrema adherencia lo esquivo y lo mutable de la vida.»
(1960, traducción de Nacho Duque García).
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