[…]
—Dejemos que el jurado dicte la sentencia —agregó el rey por vigésima vez en el día.
—¡No, no! —gritó la reina—. ¡Primero la sentencia y después el veredicto!
—¡Necedades y tonterías! —declaró Alicia en voz alta—. ¡Qué idea esa de pedir la sentencia antes que el fallo!
—¡Sujeta tu lengua! —gritó la reina, poniéndose roja.
—¡No pienso! —contestó Alicia.
—¡Que le corten la cabeza! —gritó la reina a toda fuerza.
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