Para Harkaitz Cano
Aunque nos cueste admitirlo
cómo nos alegra
comprobar
que aquel viejo colega
—al que no habíamos visto
desde vete a saber cuándo—
tampoco ha llegado
a ningún sitio,
que en el fondo no es más
que un pobre diablo,
como nosotros,
y que el cabrón de él
se alegra de lo mismo.
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