martes, julio 12, 2016

Aprender, por lo menos, del otoño... - Mario Levrero

En la revista Cinosargo publican "Apuntes de un voyeur melancólico", del uruguayo Mario Levrero (1940, 2004), de quien me dispongo a leer Caza de conejos y La ciudad. Comparto un par de párrafos de los "Apuntes..." con la invitación a que lean el texto completo:

«Hace muchos años que intento, una y otra vez, ganarme la vida. No voy a entrar ahora en esos detalles penosos, delicados, de mis formas de subsistencia; baste con afirmar que no están penadas por ninguna ley ni implican ninguna forma de atentado contra la moral, la sociedad o cualquiera de las normas de convivencia. No quiero decir tampoco que no me sienta con derecho a vivir. Quiero decir que he buscado en vano, durante todos estos años, una forma estable y coherente de recibir dinero por mi trabajo. Me gustaría formar un hogar, tener esposa a hijos y, sobre todo, moverme por ahí con cierta facilidad, tratar con la gente, hablar con ellos, de vez en cuando escribir algo para ellos —sin transformarme, naturalmente, en un literato. Pero así como el verano me desorganiza por completo, como si cada una de mis moléculas actuara por su cuenta y sólo por azar o por una especie de alegre convenio se desplazaran todas juntas, por ejemplo, hacia la playa o el casino, así el otoño me estructura férreamente en una especie de negativo de lucha por la vida, en una especie de distracción, como la del mosquito. Un observador superficial diría que mi comportamiento otoñal no se diferencia en nada del otro, el de verano. Pero estoy harto de observadores superficiales. Ya ni siquiera me irritan. No voy a decir que los desprecio, pero a medida que pasan los años voy aprendiendo a detectarlos cada vez con mayor rapidez y así puedo simplemente evitar la frecuencia de su trato.
»Aprender, por lo menos, del otoño. Después de todo, ¿por qué no dejarse estar, por qué resistirlo? Tal vez todo mi mal radique en esa resistencia que, mal que. bien, intento oponerle cada año al otoño. ¿Pero por qué no dejar caer, uno también, las hojas secas? pensándolo bien, creo que éste será el sentido de mi libro: la colección de hojas secas que me había propuesto, serán mis propias hojas, verdes ayer, hoy una carga inútil en mis ramas. Lucirán mejor sobre el césped brillante. El trabajo más urgente, entonces: sacarle brillo al lector que soy.»

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