martes, mayo 17, 2016

Dos poemas de Federico Jovine Bermúdez

La lluvia

Duermes y sé que soñar que estoy a tu lado es alentar el deseo de llegar a tu cuerpo con tal de hacerte mía entre los sueños. ¡Oh, dulce compañera!, tú sabes cuánto he querido darte mi calor a pesar de sentir cómo te escapas de los

sueños en los que siempre repto por tu cuerpo como una serpiente azul, única forma posible de tenerte, porque sé que eres insensible al deseo de este fauno que siempre ha soñado con poseerte lleno de deseos y de nostalgias...

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Las dulces edades del caracol...

Un caracol no ha sido siempre un molusco envuelto en una concha, si la miramos bien notaremos que en su interior posee una dulce textura nacarada en un misterioso diseño que ha soportado el tiempo, las edades y el destino de los hombres. Sostenido junto

al oído ese caracol hará que mares perdidos a los ojos, a la memoria y al recuerdo resuenen con el encanto de sus olas que movidas por los vientos vendrán de todos los cuadrantes de la tierra, porque en los graves momentos de la especie el hombre siempre

ha visto en los caracoles un objeto misterioso que les hace generar hondos silencios. Yo he contemplado siempre al caracol porque sé que él también me mira con sus ojos de sal ultramarina, yo acaricio su arquitectura de nacarina piel con mis manos rendidas a su hermosura. En tanto él corporiza su voz sobre todos los lugares de mi cuerpo, hurgando entre mi piel, destripando mi cuerpo, haciéndome sentir tan diminuto como si el mar que guarda el destino de los hombres hubiese comenzado a poblarse a partir de

que yo quedara hecho polvo y arena bajo el vendaval surgido del centro de la tierra fraguaría la presencia de la especie a partir de las esencias milenarias del nácar contenido en los sueños de cada caracol.

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Federico Jovine Bermúdez, El amor siempre tendrá tu nombre (poemas con todas mis angustias), Ediciones Alambique de Letras, Santo Domingo, República Dominicana, 2013.

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