Completo por acá, en La Nación.
sábado, abril 23, 2016
Un montón de palabras - Arthur Miller
"Suena increíble, pero cada vez hay más gente que no le da valor a las palabras, que desconfía de ellas. Cuando la obra que acaban de ver no les gusta, o no la entienden, encuentran una sola explicación para su aburrimiento: demasiadas palabras, se quejan. No comprenden que la palabra sigue siendo la vida misma del teatro. Este fenómeno, que empezó con la televisión, allá por los años cincuenta, se fue agravando a medida que la llamada cultura de la imagen se instalaba en nuestras sociedades. Algo parecido ocurre en el cine. El relato, a menudo, queda confinado exclusivamente a las imágenes. La audiencia de estas películas se comporta como si fuesen infantes: permanecen rígidos, observando las escenas, pero sin que éstas despierten en ellos la más mínima respuesta. Se me ocurre que aquí hay un elemento interesante para tener en cuenta y que sirve para explicar, en parte al menos, esta degradación que acompaña a la cultura de la imagen. Me refiero a que, para comprender las ideas y las asociaciones de ideas que nos propone un diálogo, es necesario una mínima culturización previa, cierto nivel de educación. Implica estar atentos y permeables a las voces. Por supuesto esto demanda cierto esfuerzo mental que, honestamente, no sé si el público de esta nueva cultura está dispuesto a hacer. Noto una suerte de desentendimiento respecto de lo que le sucede a los semejantes. Pero no soy pesimista del todo. Pienso, por ejemplo, en todas las pruebas a las que fue sometido un Lope de Vega o un Shakespeare a lo largo de siglos y llego a la conclusión de que tiene que haber un futuro para el teatro de la palabra. Los otros días le mostré algunas hojas del manuscrito en el que estoy trabajando a mi hijo. Las leyó y hasta diría que se conmovió. Pero, ¿sabe cuál fue su reacción? Dijo: ¡Dios mío, pensar que todo está construido con palabras, con un montón de palabras. Su respuesta —imagino que debe de ser también la de los amigos de su edad— pone en evidencia que la cuestión no es si el teatro les gusta o no a los jóvenes. El verdadero problema es que todavía no lo han descubierto. Nacieron y se criaron con la televisión, sin comprender la tremenda fuente de conocimiento que es el teatro..."
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