sábado, abril 23, 2016

Dos cenzontles

Savva Brodski
Alexandro Roque

El Día del Libro se instituyó el 23 de abril en todo el mundo para recordar en primer lugar a dos cenzontles, los más grandes autores de las lenguas inglesa y española: William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, en su aniversario luctuoso. O casi, pues ya se sabe que hace 400 años no se guiaban por el mismo calendario Inglaterra que España.

Pero ese es el pretexto. Lo importante es leer.

Dice Harold Bloom:
"Leer bien es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad, porque, al menos en mi experiencia, es el placer más curativo. Lo devuelve a uno a la otredad, sea la de uno mismo, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. La lectura imaginativa es encuentro con lo otro, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer bastante gente, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la comprensión imperfecta y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional".
Los aztecas representaban el número 400 con una pluma, y 400 eran, son, las voces que el cenzontle tiene.

Cuenta la leyenda, pero Quetzalcóatl es más sabio, que después de crear a los animales, los dioses los llamaron uno a uno para pintarlos. Tocó el turno a las aves y su algarabía. Y dicen los ancianos que todo lo saben que desde antes de ser pintado el cenzontle cantaba con tanta alegría que la diosa madre, fascinada por su canto, le pidió posarse en su hombro mientras combinaba y contrastaba, mientras daba anaranjados, amarillos e inusitados sulfatos de cobre al resto de los seres alados. Y, por mala ventura, se les acabó la pintura justo cuando quedaban dos aves sin color: el tarengo y el cenzontle, a quienes dieron algo de las sobras del color gris que quedaba en las tarjas. El tarengo aborreció el gris y trató de quitárselo en un lago cercano (por eso hoy siempre parece que está mojado, enojado), mientras el cenzontle siguió cantando, agradecido. Los dioses lo premiaron con otras tres voces. Y tuvo cuatro al mismo tiempo.

Savva Brodski
Para quien no está acostumbrado a leer, como la mayoría, incluso universitarios, y hasta aspirantes a escritores, resulta odiosa la tarea escolar de leer Don Quijote de la Mancha, o las tragedias de Shakespeare, de las que la más conocida (por lo menos la historia en general) es Romeo y Julieta. Para quien conoce los favores de los dioses de la lectura es fascinante la perfección, los juegos, la intemporalidad con que Cervantes y Shakespeare crean mundos exteriores e interiores, uno tras otro, personalidades más que personajes, como hacen dudar y sentir eso que algunos llaman locura y la contraponen a la razón.

Como a los cenzontles, a la lectura no le gusta estar enjaulada en las aulas, le gusta cantar pero se muere si se le encierra.

Hubo un tiempo en que una gran sequía asoló a algunos pueblos, y sus habitantes pidieron al cenzontle que fuera en su nombre a pedir lluvia a los dioses, sus amigos. Y los dioses, fascinados ante esas cuatro voces, se la concedieron. El ave viajó días y noches con las nubes, con la lluvia a cuestas, pero al llegar a donde las tenía que llevar ya se habían agotado de tanto llover. Y multiplicó por cien cada una de sus voces para buscar a las nubes, y con esas cuatrocientas acompaña la lluvia en los campos de México.

Como en la lectura, hay gustos variopintos. Tantos tonos y matices, tantos ritmos. Hay quienes gustan de las aves para verlas, por sus colores ("el relámpago verde de los loros") y no las oyen. Y hay quienes gustan de otros cantos. Aún siento de buen agüero cuando en la mañana me despiertan los parloteos de las aves, y les respondo a veces con un silbido. Recuerdo aquellos atardeceres cuando un petirrojo llegaba a platicar conmigo en mi oficina.

Unos ni siquiera se dan cuenta de tanta belleza, sumergidos en sus celulares, en su cotidianidad. Hay quien ve, hay quien oye y quien se atreve a silbar.

Cuatrocientos años, cuatrocientas voces.

Nikola Tesla dijo hace más de cien años: "Un hombre debe ser sentimental hacia las aves. Esto es a causa de sus alas. El ser humano las tuvo una vez, las reales y visibles".

Sueño que me monto en Clavileño, y con los ojos cerrados voy a desencantar, cantando. Vale.



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