Leo Erótica, un poema de Saúl Ibargoyen. Lo leo y digo un nombre
en voz alta. Tu nombre. Un nombre propio, no podría ser de otra manera. Lo
asocio con una imagen, una música, un olor que me atrapa. Texto y textura, la
imagen y el reflejo, cualquiera que sea uno u otro. Un nombre pleno de sentido,
hecho de sentidos. Lo leo en el espejo, al revés me sigue atrapando. Ya Jorge
Luis Borges anunciaba su odio a los espejos porque como la cópula multiplican
el número de los hombres (y mujeres, para que no se tome como masculinizador el
concepto). Hoy son otros espejos. O llamamos con otros nombres al retrato, a
los detalles que emergen de esa superficie que debería reflejarnos. Gracias a
las lecturas superficiales, al individualismo como norma, a las redes sociales y a la inmediatez contemporánea, la manera en que nominamos,
nos nominamos, ha cambiado...
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