«Un escritor puede llegar a pasarse, a abrumar al lector con tantos detalles que no le deja aire para respirar. Tomemos un pasaje típico de novela. Un personaje entra en una habitación. ¿Qué elementos de esa habitación pretende describir el escritor? Las posibilidades son infinitas. Puede mencionar el color de las cortinas, el diseño del papel, los objetos en la mesa de café, el reflejo de la luz en el espejo. Pero ¿Cuánto de esto es realmente necesario? ¿La función del novelista consiste simplemente en reproducir sensaciones físicas por sí mismas? Cuando escribo, la historia ocupa siempre un lugar preponderante en mi mente, y siento que debo sacrificarlo todo por ella. Todos los pasajes elegantes, los detalles curiosos, la prosa considerada hermosa… si no son realmente relevantes para lo que intento decir, deben desaparecer. Todo está en la voz. Después de todo, uno está contando una historia, y su función consiste en hacer que la gente continúe escuchándola. La menor distracción o desvío conduce al tedio, y si hay algo que todos odiamos al leer un libro, es perder el interés, sentir aburrimiento, indiferencia por la frase siguiente. Al final, uno no escribe los libros que necesita escribir, sino aquellos que le gustaría leer a uno mismo.»
(Tomado de Experimentos con la verdad, Anagrama)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario