lunes, marzo 23, 2015

Rumia dolorosa: existo (La nausea, Jean Paul Sartre)

«Echo a andar. El viento me trae el grito de una sirena. Estoy solo, pero camino como un ejército que irrumpiera en una ciudad.

»No necesito hacer frases. Escribo para poner en claro ciertas circunstancias. Desconfiar de la literatura. Hay que escribirlo todo al correr de la pluma, sin buscar las palabras.

»Nadie se mete el pasado en el bolsillo; hay que tener una casa para acomodarlo. Mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre solo, con su cuerpo, no puede detener los recuerdos; le pasan a través. No debería quejarme: sólo quise ser libre.

»El pasado no existía. En absoluto. Ni en las cosas ni siquiera en mi pensamiento. Por supuesto, sabía desde mucho tiempo atrás que el mío se me había escapado. Pero hasta entonces creí que se había apartado simplemente fuera de mi alcance. Para mí el pasado sólo era un retiro, otra manera de existir, un estado de vacaciones y de inactividad; al terminar su papel, cada acontecimiento se acomodaba juiciosamente en una caja y se convertía en acontecimiento honorario; tanto cuesta imaginar la nada. Ahora sabía: las cosas son en su totalidad lo que parecen, y detrás de ellas... no hay nada.

»Yo alimento esta especie de rumia dolorosa: existo. Yo. El cuerpo, una vez que ha empezado, vive solo. Pero soy yo quien continúa, quien desenvuelve el pensamiento. Existo. Pienso que existo. ¡Oh qué larga serpentina es esa sensación de existir! Y la desenvuelvo muy despacito... ¡Si pudiera dejar de pensar! Intento, lo consigo: me parece que la cabeza se me llena de humo... y vuelve a empezar: “Humo... no pensar... No quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento”. ¿Entonces no se acabará nunca?

»Yo soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso... y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento —es atroz— si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras de hacerme existir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas, como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza... si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos, y sigo cediendo, y el pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso, me llena por entero y renueva mi existencia.»

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