martes, septiembre 17, 2013

Han atrapado a Dios - Rafa Saavedra

Guadalajara, diciembre 2011
Yo venía de una fiesta y caminaba rumbo a casa. Me detuve un poco a mirar borracho el cielo gris de las tres de la mañana cuando vi a un chico que, instalado en lo más alto del puente, quería dejar atrás el sueño labrador.

"Otro pinche loco que intenta huir", dije. Sin embargo, me quedé ahí, en espera morbosa del momento del aterrizaje. Luego pensé en correr, correr sin parar hasta perder el sentido y olvidarme de ello, pero no pude. El impulso católico venció a la habitual indiferencia de la sociedad contemporánea que tanto critican los mass media. Subí las escaleras diciéndome a mí mismo: “tengo que evitarlo”.

"No saltes, dije, "no vale la pena. Acabas hecho una mierda o terminas siendo una grotesca manera de arruinarle el día a esos estúpidos que desayunan huevos y bacon leyendo la nota roja. El dolor no termina aquí, ¿entiendes? Esta es tu única vida". I can’t believe that: yo, el idiota del barrio, dando consejos.

No me contestó. Seguía de pie en una de las esquinas, desafiando al equilibrio en un riesgoso juego que me ponía en fase alerta. Claro, soy cien por ciento pro-suicidio pero, vamos, matarse a esas horas no es nada chic ni mucho menos radical y me preguntaba si habría leído el Manual de Tsurumi Wataru y qué puntaje le habría dado el japo a este intento de suicidio tan chafa.

—Anda, bájate de ahí que si te tuerce un chota va a pensar que eres tagger y hasta madreado vas a salir.

—Tú no entiendes nada, es tan difícil ser Cristo, el hijo de Dios…

—A ver, compruébamelo —dije irónico—, haz algo.

–Soy Cristo, no un superhéroe.

Finalmente lo convencí. Bajó muy friquiado e inesperadamente rompió a llorar. No tenía sitio a donde llegar ni conocía a nadie en la city. Se vino de long ride desde La Paz y bueno, decidí llevarlo al squat que compartía con unas cuantas almas en desgracia: junkies y vírgenes adolescentes bajo un decorado de discos revueltos y un mogollón de artefactos pop. Él parecía ser un loser más, but who cares anyway.

Al conocer el sitio en donde vivía señaló que era un ambiente sórdido para un chico tan nice como yo. "Vivir en el peligro es mi fin", de dije. "Además, ¿sabes?, a mí no me aguanta ni mi madre". Ya no pudo preguntar otra cosa, se quedó jetón en uno de los viejos catres. ¡Bingo!, pensé cuando lo vi rolado. ¿En cuánto podré vender la exclusiva a Primer Impacto? Live in person, el representante de Dios en la Tierra en su primera visita en 2000 años.

Eran las 10 a.m. cuando se levantó, y mientras desayunábamos unos Fruti Lupis me contó que estaba harto de vagar solitario por segunda vez en el mundo, que todos lo mencionan y le piden cosas pero, ¿qué recibía él? Pendientes, letras de agradecimiento, flores.

—¿Para qué fregados me sirve eso si no aguanto esta miserable vida que llevo? No tengo amigos, no tengo en quién confiar, a quién querer —dijo con una voz llena de angustia y desconsuelo.

–Ay, no mames —le contesté riéndome— si aguantaste una crucifixión, que no soportes un poquito a la puta soledad.

Unas horas más tarde le presenté a los integrantes de la tribu: Tina, una runaway de Detroit que habla poquito español; Tavo, un chilango que nadie sabe cómo le hace pero todos los días nos trae algo que comer y paga nuestras cuentas; Isabel, la novia social del Tavo que un fin de semana se la pasa aquí y otro en la mansión de sus padres; Pablo, un neopunk que lo único que hace es leer comics, fumar weed o escuchar a Crass todo el día a tope; y Geraldine, una francesita pacheca que recorre el mundo como mochilera y que lleva tres meses en la city.

¡Ah, faltaba Jorge!, que se gana la vida como peluquero y que cuando llegó de laborar, le cortó el cabello. Cristo quería mantener el viejo look, you know, cabello largo y barba como la de los fuckin’ hippies. "No, eso ya no se lleva", le dijimos todos: "que te haga unos baby dreadlocks, déjate la piocha y ya está". Como traía el cabello todo enmarañado no fue difícil hacerle las trencitas y como olía a madres, peor que la Charrita Espacial del downtown, lo mandamos derechito al baño. Su ropa vieja fue a parar al cubo de la basura, le presté mi camiseta favorita de The Cure y unos jeans negros que le quedaron, por lo escuálido que estaba, como baggie. Al verlo bañado y cambiado, una emocionada Geraldine le empezó a chiflar.

Las siguientes semanas me la pasé instruyendo a Cristo sobre política, deportes, moda, sexualidad, cultura, sueños, carteles, videos, guerras y deberes. Por un mes le tocó lavar el baño y sacar la basura en bolsas del súper, una especie de ritual de iniciación a nuestra tribu. Jorge, el Mr. Clean de la casa, se encargó de decirle cómo y cuándo tenía que hacerlo, y hasta eso, Cristo no era huevón.

Al convivir con él todos los días pude apreciar que sus gustos eran muy especiales. Por un lado, le gustaban las comedias americanas tipo Seinfeld o Friends (aunque no tenía muy en claro el humor gringo) y por el otro, evitaba cualquier show de cops, investigadores privados o películas violentas de arte marciales. ¿Alguna particularidad? Lloró con ET, era una bestia para cualquier videojuego y decía picsa en vez de pizza; le fascinaba el mole dulce, las galletas de animalitos y la cerveza dos equis. ¿Qué más? Oh sí, se incomodaba conmigo cada vez que me ponía mi t-shirt con la suástica nazi, no entendía los albures de Tavo e insistía en darnos un sermón cada domingo.

Yo, en cambio, insistí en ponerlo al tanto de lo que había pasado desde su última visita, el pobre no se había enterado de nada. Le hablé de la bomba atómica, la guerra fría, el divorcio, los Jesus Freaks, la parabólica y el fax machine, la crisis de la civilización, la leucemia y QVC, la caída del comunismo, el ecocidio y la clave lada para hablar gratis, la corrupción generalizada y las smarts drugs, del punk y los raves, de películas de arte y el lado fringe de las revistas, de la democracia bipartidista y la narcocultura, la amenaza terrorista, el matrimonio gay y los bailes privados en los puteros de lujo. En fin, él era muy listo y aprendía tan rápido que al mes ya se sabía de memoria los eventos más importantes del siglo XX y hasta posteaba a diario sus opiniones en un blog. Ah, Tavo le consiguió quién sabe cómo una fake id y pasó a llamarse Jesús Alvarez. Chuyín, de cariño.

En cuanto a la música no le gustaba el techno o el house y para mi horror, le apetecía más el folk primerizo de Dylan y el soul norteño inglés que escuchaba con Geraldine cada vez que Pablo salía o descuidaba el estéreo. Para remediar su incipiente mal gusto, le grabé una cinta con algo de Consolidated, Le Mans, El Aviador Dro, Pavement, Galaxie 500, Francoise Hardy, Mouse on Mars, The Fall, Luis Arcaraz, Alberto Camerini y Pulp, entre otras cosas que yo no paraba de escuchar en mi aipod. Le cayó en gracia el “Dear God” de los XTC y dijo: “Le comentaré a mi padre”.

En las tardes, sentados en el suelo nos poníamos a charlar sobre diferentes asuntos: que si los malosos son ellos y no nosotros; que si ya no había casi nada decente que ver en la tele salvo los talk shows y las cartoons; que si ahora bastaba tener una buena colección de discos para ser un diyei, y a veces ni eso; que si Kostabi era un pintor sobrevalorado y por qué ya nadie recordaba al genial Basquiat; que no era cierto que el hip hop fuera sólo para nacos que van a los malls; que si los tacos que vendía el Gordo ya no estaban tan sabrosos y otras cosas más o menos estúpidas. Otras tardes jugábamos Escrúpulos, Monopolio, cartas o Mortal Kombat. Yo siempre ganaba y Cristo, insisto, era una bestia para los juegos, inclusive, peor que la mongola de Tina.

En un momento de confusión le hicimos confesar que era vírgen. Sure, the last american virgin. Yo tenía mis dudas respecto a sus preferencias sexuales, pero cuando lo vi con Geraldine liado en un heavy match, deseché la idea de que fuese homo. Y aunque Geraldine era de fiar, por si las dudas, le regalé al Chuyín un paquetito de condoms.

En otras ocasiones, cuando estaba stoned, se ponía melancólico y nos recetaba su discurso. Ya saben, la ideología pacifista, el compartir tus bienes con la gente pobre y ese rollo del amor al prójimo. Y nos decía: “Ustedes vinieron a este mundo a sufrir por los pecados que no han cometido. Yo soy el bálsamo para sus lágrimas y la cura a sus lamentos”. Yeah, el skunk que conseguía Tavo siempre era high quality.

Para hacerlo encabronar le decía: “Chuyín, Chuyito, ¿por qué no me haces un milagrito?”, mientras que Isabel y Rubén lo abrumaban con preguntas del tipo: "¿Tienen cable en el cielo?" "¿Es cierto que los Testigos de Jehová ya tienen reservado todo el cupo allá arriba?" "¿Los ángeles son de Charlie, de California o de todo el mundo?" "¿Está ahí Andy Warhol?" "¿Qué pedo con Ian Curtis?"

Una desafortunada tarde de verano le dije: “Te invito a la noche más killer que hay en la city. Imagínate, cinco dólares y barra libre. All you can fuckin‘ drink, man”. Se apuntó de inmediato. Llegamos temprano, casi no había gente y aprovechamos para empezar el conteo. Chuy pidió un tequila; al principio se sintió un poco raro pero le gustó el sabor; con el segundo tequila encima se puso horny, echándole el ojo a una gringa buenona que lo miraba insistentemente. Se fue a platicar con ella a la terraza y desde mi lugar apenas alcanzaba a escuchar lo que la chica le contaba: “Tantas veces te he buscado, he sentido la necesidad de encontrarte pero siempre escucho una voz interior que me dice ¡No! y vuelvo a mi infierno. Está bien, soy una bitch que le encanta polear pero tengo sentimientos y hasta un poquito de fe”. Él contestó: “It’s okey, baby”, mientras le agarraba los scharros.

Cuando regresé con otra ronda de tequilas, se tomó de un sólo trago el suyo y me gritó al oído: “Es tan divertido. I want to dance”. Gritaba tan eufórico que parecía que se le había metido el pinche chamuco y apenas era el tercer tequila. Entró corriendo a la pista cuando pusieron una de The Germs.

—¿Cómo se llama esto?

—S-L-A-M. Y cálmate, que ya pasó de moda.

No supe cómo ni quién armó la bronca, pero cuando salimos del club lo estaban esperando unos niggers de la parte brava de San Diego. Ni chance le dieron de poner la otra mejilla o de defenderse, se lo surtieron de volada. Él sólo decía: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”. Pensé en hacerle el paro pero dije “ni madres” al ver llegar a los piratas del Grupo Táctico; nomás me acercaba tantito y ya estaban con la macana lista para soltar los jodazos. Los negros corrieron como si fueran Ben Johnson, pero Chuyín no pudo. Uno del Táctico lo alcanzó a agarrar de las trencitas y vas pa'rriba del pick up en viaje sin escala a la cárcel municipal.

Rápidamente me comuniqué con Tavo, pidiéndole que consiguiera el money suficiente para pagar la multa. Me senté a esperarlo y a las dos horas llegaron Tavo, Geraldine y otro tipo que no conocía; el tipo habló con el que atendía el changarro y pagó la multa por faltas al bando de policía y buen gobierno. Nos lo entregaron madreadísimo y descalzo; al pendejo le habían volado las Dr. Martens de Pablo pero eso, por las circunstancias, no lo consideramos importante.

Pasamos primero a la Cruz Roja para que le hicieran algunas curaciones. Tenía el rostro lleno de moretones y cortadas; ahí lo ví, por primera vez, como lo vemos representado en la iglesia: una silueta deplorable y magullada de un hombre sangrante con el rostro apagado y los ojos cerrados.

En el camino a casa sólo abrió la boca para decir: “¿Por qué ninguna compañía telefónica ofrece una línea directa para hablar al cielo?”

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Tomado de Lados B. Narrativa de alto riesgo 2011, Nitro/Press.

* Su blog: http://crossfadernetwork.wordpress.com/
* Su tumblr: http://rafadro.tumblr.com/
* Fragmento del libro Esto no es una salida. Postcards de ocio y odio

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