La mayoría de los libros que he leído (o releído) recientemente han sido escritos desde el encierro, a manera de confesión (Lodo, Lolita, Corazón de mierda). El túnel, de Ernesto Sabato no es la excepción. Llámenle cárcel, manicomio, soledad. Llámenme trastornado. En eso nos parecemos autores, narradores, lectores. ¿Un cuento de amor de locura y de muerte? ¿La muerte como una de las artes plásticas? ¿Jardín de túneles que se bifurcan? ¿Hasta dónde llega esa búsqueda de la única persona que puede entender, ya no digamos nuestro arte, nuestras palabras (así sea con una mirada)? Sospechas, lógica retorcida: "Había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío".
"Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana..."
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"De la vanidad no digo nada: creo que nadie está desprovisto de este notable motor del Progreso Humano. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto en su forma más sutil: la vanidad de la modestia. ¡Cuántas veces tropezamos con esa clase de individuos! Hasta un hombre, real o simbólico, como Cristo, pronunció palabras sugeridas por la vanidad o al menos por la soberbia. ¿Qué decir de León Bloy, que se defendía de la acusación de soberbia argumentando que se había pasado la vida sirviendo a individuos que no le llegaban a las rodillas? La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados..."
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Yo también pienso en usted.
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“No puedo atenderlo. Me siento muy deprimido y angustiado. No tengo ánimo para hablar con nadie”, dicen en Akantilado que respondía al teléfono. Aquí les dejo un sitio dedicado a este colega (por la depresión) y compatriota (por la angustia).
muy bueno
ResponderBorrarGorgeous!
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